Pese a que no fue reflejado por los medios locales y/o regionales, el pasado miércoles 28 de enero, en un comedor de la ciudad de Casilda, precisamente a las 14, un grupo de alrededor de cincuenta de militantes populares y dirigentes políticos llevaron a cabo un escrache en forma pacífica a Eugenio Zitelli, actual cura párroco de la iglesia San Pedro Apóstol de esa ciudad.

El cura es acusado de colaborar con quienes aplicaron torturas durante la última dictadura. Este escrache no es el primero –ni será el último, seguramente– que se realiza contra Zitelli, y muchos recuerdan que el último fue llevado adelante en 2006.

Según declaraciones de un militante de la Juventud Peronista (JP), en 1978, cuando cumplía con el servicio militar obligatorio en el Grupo de Artillería de Defensa Aérea (Gada) 601, con asiento en Junín, provincia de Buenos Aires, fue perseguido, incluso meses después de haber sido dado de baja y posterior detención y traslado al Servicio de Información de Rosario. En ese lugar, manifiesta el militante, el cura se desempeñaba como capellán de la Unidad Regional II. “Él estaba al tanto de las violaciones y torturas que se realizaban en ese sitio y jamás hizo nada por nuestros compañeros. Es más, sostenía la tortura como método de información, lo que lo convierte en colaborador del genocidio”.

Otros testimonios sostienen que desde el juicio a Christian Federico Von Wernich (ex capellán de la policía bonaerense), en cuanto al grado de culpabilidad Zitelli es quien tiene mayor peso dentro de los integrantes de la Iglesia que participaron de la represión. No resulta menor el dato que aportan los sobrevivientes: en Casilda hubo cerca de sesenta desapariciones en la última dictadura militar.

Además del escrache, los militantes elevarán, a través de los abogados querellantes, un pedido de detención ante la Unidad Fiscal Nº 1 que lleva adelante las causas por terrorismo de Estado, a cargo de Adriana Saccone, y también ante el Juzgado Federal Nº 4 de Rosario, que encabeza Marcelo Martín Bailaque.

A Zitelli se le adjudica una frase que caracteriza su punto de vista sobre el rol de la Iglesia durante la dictadura militar: “Que usen la picana está bien porque estamos en guerra y es un método para obtener información política. Pero la violación atañe a la moral y nos prometieron que eso no iba a pasar”.

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