A la dialéctica social, esto es a los discursos que se superponen en una discusión que se da a sí misma la sociedad, por banal que sea, ahora la llaman agenda. Pues bien, hablemos de agenda, qué más da. La agenda no es que fluye oronda con aromas artísticos, más bien se nutre de batallas que parecen ser de fondo: Estado vs. Sectores diversos en puja por la renta nacional, bolilla uno; conflicto Estado-Medios, bolilla dos; movimiento nacional vs. clásica alianza heterodoxa marxista-liberal-socialdemócrata, tres. Pavada de mambo. Pero, ¿quién discute esto? ¿Quién milita esto? ¿Quién asiste como tele-vidente al desarrollo de estas escaramuzas? Desde ambos bandos en pugna se nota que ponen en juego mucho discurso pero se percibe poca acción política. Poco cuerpo puesto en la trinchera.

Siempre me causó extrañeza la palabra televidente, porque se supone que un vidente es alguien que mira cosas que uno no puede ver, algunas en el propio futuro que aún no llegó, porque la premodernidad argentina ya nos enseñó que hay otro que “ya llegó”. El vidente ve más allá, y no en un sentido exclusivamente metafísico. Y si miramos bien –no tanto como un vidente, claro– hay cosas que no podemos ver que otra gente, mucha, ve. Y esas personas, muchas, repito, –y aquí se plantea un problema– hablan de esas cosas y viven en parte alrededor y pendiente de lo que representan esas cosas.

Nada raro. Hasta que medimos la distancia que hay entre “la agenda” y “esas cosas”. Y hasta que valoramos la sustancia de ambas categorías. Y hasta cuando recordamos que a la democracia le importa una mierda de qué hablan y qué piensan quienes deambulan por tamaños andurriales, e impone que todos ellos definan en urnas de cartón para qué lado del subibaja se inclina “la agenda”. Todos, y de esos todos gana la mayoría, ¿remember?. Es así, y así debe ser, no resultará ésta la proclama de un vanguardista impaciente. Para que algunos ahorren su tiempo.

En “esas cosas” viven personajes y escenarios culturales. Susana. Tinelli. El Fútbol. Las Botineras. La Farándula. La Inseguridad. La Droga. Algunos de esos escenarios están atravesados permanentemente por algunos de esos personajes y algunos personajes dejan de serlo en estado de sobre exposición a los 2 segundos de bajarse de uno de esos escenarios. Nada raro. Sociólogos lo dirían mejor, pero nadie les pagaría tanto como a mí, que miento mejor que ellos.

Entonces estábamos en que los tele-videntes ven cosas que otros “no pueden ver”, o más bien “no pueden ni ver” (la diferencia no es poca). Los que no pueden ni ver, por ejemplo, a Tinelli, son sin embargo en extremo críticos de la banalidad que ese personaje simbolizaría. No lo ven pero lo critican. Eso sí que es un problema. ¿O lo ven, dicen que no lo ven, y luego lo critican? “Malo, malo eres si así actúas”, diría una madre como la de Tony Soprano. ¿Una vergüenza de orden ideológico nos impide reconocer que uno ve esa banalidad –se detiene ante ella, como mínimo– y entonces se prefiere mentir a riesgo de devaluar intrínsecamente nuestra crítica hacia ese presunto subproducto de la vulgata? Caramba.

Pero no nos desviemos. Hay muchos estilos de tele-videntes, me he dado cuenta. Algunos singulares, por cierto, de los que jamás se escuchará un comentario sobre algún programa visto más que por cien personas (contando los seres vivos conscientes del único planeta habitado por la especie humana, la que por ahora sigue reportando en esta categoría). Un ejercicio: imaginar el grado de interpretación, deformación y manipulación a que está expuesto ese programa en boca de uno de esos cien que se dispone a relatar su contenido, si quieren, el más bienintencionado.

Otros tele-videntes son en extremo selectivos acerca de lo que VEN, y se ofenderían mucho si alguien cree que ellos MIRAN televisión. Lo llamaremos Buscovery Channel. Un verdadero busca entre sus colegas. Sabe cuántas rayas tiene la cebra, la hora en que George Marshall dijo “¡Ahora!” el Día D, cuando Lanata aún mostraba “esas cosas” al aire, los muertos que dejó el tsunami, en fin, muchas de “esas cosas”. Pero a los cinco minutos de verlas ya no recuerda los datos y no se los puede contar a nadie. Un subconjunto conformado por individuos altamente frustrados pero tenaces. No van a aflojar y empezar a tantear como ciegos en los canales donde pasan sitcoms americanas o dibujos animados. No ellos.

Sí, un montón de tipos de tele-videntes. Y para no empezar a aburrirme y aburrirlos, me voy a detener en uno que me es particularmente antipático: El esclarecido progre. El que dialoga con la TV, la corrige en términos de progreso comunicacional, ENTIENDE las entrelíneas de TODOS los discursos, ve programas periodísticos que denomina “políticos”, como si alguna emisión no lo fuera, incluso el reporte meteorológico, vota BIEN, aunque como buen demócrata se permite el arrepentimiento, si fuera necesario en forma muy frecuente, capta los guiños de quienes protagonizan la escena y son muy críticos del PODER. Ven al peronismo como una sitcom –“un día me permito verla, me quiero divertir, pero no me engancho”– Mamita mía con esta cría. Pero, ¿cuántos hay? Millones. Cobos lo sabe. Lilita los añora. Kirchner les habla. Cristina los gobierna. Eso sí que es mucho para ellos. Y entre todo lo que ven, NO VEN la hora de que ésta última se vaya. No importa cómo, a veces. Uau, amigos. Clarín lo sabe. La Nación acompaña. Crítica no vende, pero también lo sabe. Página 12 tampoco vende, pero algo vio, como Carlos Reutemann.

Un capítulo aparte para los tele-videntes K. Corto capítulo. Que quien lea esto seleccione los primeros 410 caracteres (con espacios) del párrafo anterior, los lea de nuevo, y le agregue esto para definir al tele-vidente K: se da cuenta de lo que está en juego, lo VE, acusa una especie síndrome de parálisis setentista que le impide entrar en acción –esta vez sin pasar por la ferretería– y tomar las calles y espacios donde en verdad se discute “la agenda”. Atenti, cree que la culpa la tiene exclusivamente NK y su microbanda, que no supieron “armar por abajo”, algo tan cierto como algunos empujones que “los de abajo” de dieron al propio Perón para que “arme por abajo”. A Perón, ¿ok?

El adelantamiento de las elecciones puede ser una jugada política que conmociona a la variopinta entente que se está formando en los campos de batalla. Puede que hasta desordene sus líneas por un tiempo precioso. Pero para que lo poco que hasta ahora se logró en pos de un proyecto de Nación que incluya a todos no salte por los aires como las gotas de un AcuaDance gorila, hay que agarrar bien fuerte el control remoto, apretar Power, y salir a la calle a ver si podemos lograr hacer los controles acá y que se lea “Encendido”. Y que uno cada vez que lo lea agregue “de furia justiciera”. Me voy a ver “El Show de Johny Allon”.

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