El clima de las elecciones se siente. En tiempos de campaña, no podemos obviar el protagonismo que éstas ocupan en el espacio mediático. Sin embargo, obnubilados por el bombardeo de opiniones y declaraciones de los candidatos –casi todas centradas en los problemas coyunturales, en contra de o a favor de– nos olvidamos el sentido del voto y el complejo entramado que definirá el tablero. En este contexto, necesitamos entender qué se juega a la hora de votar.

Empiezo entonces por poner en blanco y negro mis convicciones básicas como votante:

1. La gran mayoría de los habitantes de un país no ordena su vida alrededor de la política. En una democracia delegativa, donde hasta la Constitución se ocupa de señalar que “el pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes”, los ciudadanos atienden a las cuestiones políticas como ejercidas por otros, justamente por los “políticos”.

2. En tal marco, la participación central se da en ocasión de emitir el voto. A cada elección, el votante tipo no llega con una mirada estratégica o estructural de país, sino apenas con la de su propio proyecto de vida y toma su opción en función de apoyar aquello que mejor lo fortalece o castigar aquello que más lo obstaculiza. La coyuntura social e individual es mucho más determinante, ante cada elección, que la perspectiva global.

3. Esto lo saben los candidatos y sus arquitectos de campaña y por eso apelan a lo sentido en el momento, aunque rodeen al discurso de mayor o menor sentido épico.

4. El punto es que la vida de una comunidad no se ordena sólo en función de la suma de subjetividades de sus integrantes. Sobre todo cuando nos ubicamos en un país periférico del planeta, con grandes desigualdades sociales y regionales. Con la justicia social como asignatura pendiente. Un proyecto de gobierno puede organizarse exclusivamente alrededor de las opiniones presentes de los ciudadanos. En tal caso es conservador. O puede ordenarse con un buen diagnóstico de la situación presente y con una definición de las condiciones deseadas a futuro, diferentes de las actuales. En tal caso es transformador.

5. Por lo tanto, el postulante a estadista transformador –el que nos interesa– debe considerar dos planos de acción: los reclamos coyunturales de la mayoría, para ser elegido; y las necesidades estructurales de la sociedad, cuya atención le de a ésta sustentabilidad económica y social, para cumplir cabalmente con su misión, además de permanecer en su cargo y ser reconocido.

Desde 1983 a la fecha, todos los que ganaron elecciones tuvieron obviamente en cuenta el primer plano, ya que de lo contrario no hubieran ganado. Sin embargo, es probable que nadie haya considerado cabalmente el segundo aspecto y allí reside nuestra debilidad política profunda.

El período presidencial de Cristina Fernández de Kirchner tiene un comienzo que se diferencia de todos los anteriores desde 1983. En efecto, se trata del primer caso en que se comienza una gestión luego de un período sostenido de crecimiento, sin que la elección haya sido ganada con la consigna de superar algún conjunto de frustraciones de la etapa anterior o sin necesidad de asustar a los votantes respecto de lo que sucedería si se cambiara de proyecto.

A mi juicio, se trata del punto de partida con más nítida acumulación de poder formal y por lo tanto con menor necesidad de aumentar ese poder, en los últimos 25 años. ¿Qué pasó desde entonces?

Tan nueva era la situación, que requería objetivos y procedimientos diferentes de lo que había sido la práctica política de toda una generación. Y de paso, necesitaba afinar o hasta cambiar el diagnóstico social y político. En esta tarea todavía existen muchas asignaturas pendientes.

Quienes militamos en política tendemos a creer que a todos los ciudadano les interesa el tema. Eso definitivamente no es cierto. A la mayoría de la sociedad le preocupa su proyecto individual o familiar y lo confronta con las opciones políticas, esencialmente sólo para entender cuáles lo ayudan y cuáles lo perjudican.

Eso hace que la adhesión a una propuesta sea mucho menos permanente que lo que imaginan quienes la formulan. Esto se ve realimentado, a su vez, por la consolidación de una clase política que no se referencia en partidos de masas y que construye alianzas diferentes para cada elección.

Una clase política que se ha despegado más y más de la participación, para apropiarse de la delegación. Un gobierno democrático de estos tiempos debe revalidar su legitimidad en cada elección y con menúes de opción que cambian de manera importante cada vez.

Estoy convencido de que si un proyecto que quiere ser transformador no profundiza el diagnóstico y sobre todo no define con mirada larga el componente propositivo de su camino, no se logra romper con las opciones conservadoras, que son más de una.

El componente negociador al interior de la dirigencia política es un condimento permanente de la actividad. Pero el hecho distintivo, de cara a sumar y mantener la adhesión popular es el proyecto.

Hoy tenemos una nueva oportunidad para poner la calidad de vida de todos los habitantes del país en el centro de la escena y de la preocupación del sistema de gobierno democrático. Sin embargo, no es soplar y hacer botella. Se necesita:

. Entender cabalmente el rol del Estado como participante de las principales cadenas de valor y/o su rol regulador en las mismas. Luego, hacerlo.

. Definir de una manera precisa cuáles son los actores sociales a promover en cada caso y cuáles son los cursos de acción.

. Entender y aplicar mecanismos de participación popular, tanto en el plano del debate de ideas, como en la difusión de información y de la toma de decisiones, precisando el alcance de cada plano.

. Caracterizar los actores sociales nacionales o internacionales que se han de oponer sistemáticamente a un proyecto transformador y hacer previsiones permanentes de sus estrategias, para diseñar los antídotos, incluyendo entre ellos la difusión anticipada de lo que harán, a través de actores sociales diversos.

. Con el marco anterior diseñado, convocar de manera permanente a la ciudadanía a sumarse de manera activa y comprometida, no a seguir, confiar o verbos similares.

Creo firmemente que un proyecto popular debe ser transformador o será derrotado. Creo asimismo que hay material humano, espacio internacional y tiempo para construirlo y consolidarlo. Lo único que no podemos hacer es dilapidar los componentes.

Presidente del Inti
Este texto fue publicado por el newsletter “Saber Cómo” del Inti.
 

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