Si hubo un hecho significante en la historia política del país fue la aparición, a mediados del siglo pasado, del peronismo. Expresión política y filosófica que no sólo planteó como cuestión innovadora la inclusión de los trabajadores en los procesos de decisión, lo que derivó en la profundización de la distribución de la riqueza, sino que se constituyó como un nuevo cuerpo filosófico.

La tercera posición ideológica, que como síntesis grosera se planteó en la consigna “Ni yankis, ni marxistas”, proponía un equilibrio entre el individuo y la sociedad (el hombre no se realiza en una comunidad con excluidos) y entre la materia y el espíritu, lo fundamental es la trascendencia espiritual.

Para que ello, el individuo tiene que contar con los elementos materiales que lo dignifiquen. En síntesis, al decir del propio Perón: “El justicialismo es una filosofía simple y práctica, pero también profundamente cristiana como humanista”.

Podríamos asegurar que el pensamiento de Perón es la primera filosofía genuinamente argentina que se ofreció al mundo para la solución de sus problemas. Tomando en cuenta esto último se puede inferir que Juan Domingo Perón, todavía hoy presente en toda discusión política, es el gran olvidado de nuestra historia.

La forma más grosera de hacerlo es que en nombre de su partido, al que siempre él le restó importancia, se hicieran y dijeran cosas diametralmente opuestas a su matriz de pensamiento y acción.

Sin duda, en este sentido, el Menemato fue su extremo más claro. El riojano pudo, en nombre de Perón y Evita, con marcha y folclore incluidos, hacer realidad lo que no pudieron por la fuerza Aramburu y Rojas, volver a la Argentina preperonista.

Para que esto fuera posible no alcanzó la voluntad del estadista de Anillaco, fue él fruto de un fenomenal proceso de vaciamiento ideológico del peronismo, el cual acompañó la destrucción del ideario comunitario de nuestro pueblo. Lo cual derivo en una sociedad de individuos sin conciencia social, impregnados de egoísmo materialista.

El objetivo de construir una comunidad organizada donde la solidaridad fuese pilar de la justicia social se reemplazó por la superación individual en donde la consigna original fue “sálvese quien pueda”.

Este fenomenal retroceso, creíamos algunos, que había sido detenido por la aparición del Kirchnerismo, a la posterior implosión neoliberal del 2001 que nos puso al borde de la disolución como nación.

Muchos planteaban el fracaso del neoliberalismo. Otros nos ilusionábamos con que el peronismo fuera el único movimiento nacional y popular de nuestra historia que renació después de la descomposición y la traición interna.
Algunos ejemplos históricos similares lo dan el Federalismo cuando desapareció después de la traición de Urquiza con el consecuente genocidio de las tropas unitarias; el Radicalismo, con el Alvearismo, que dejó de ser para siempre el partido de los más sufrientes para convertirse en un partido del Régimen al cual siempre se opuso don Hipólito Irigoyen.

El Kirchnerismo derrotado el día 28 de junio (para cargos legislativos) se debate entre reivindicar su programa o sucumbir ante la presión del Neomenemato conducido por los Macri, Reutemann o De Narváez, entre otros.

Lo nacional no siempre fue popular (en cuanto a adhesión mayoritaria).

Esta conjunción, en la Argentina, fue obra fundamentalmente de Perón. El gobierno erigido el 25 de mayo de 2003, en ambas etapas, la de Néstor Kirchner y la actual de Cristina Fernández, reivindican la filosofía madre del justicialismo a través de la generación de empleo, industrialización, distribución de la riqueza, protagonismo de los trabajadores por medio de sus organizaciones con sus hombres en los distintos estamentos del gobierno, unidad latinoamericana, decidida defensa de los derechos humanos, etcétera.

Sin embargo, el ánimo mayoritario de nuestros compatriotas se reveló en repudio de ese rumbo. Lo preocupante es que sectores medios y populares, receptores reales de las políticas reivindicatorias del gobierno, también, en alto grado, votaron por propuestas que ya padecieron en décadas anteriores con hiperinflación, hiperdesocupación, pobreza extrema, desprotección ante los poderosos, transformándose esta última en una actitud casi masoquista.

La gran revolución que creó el primer peronismo fue justamente generar conciencia política y social en amplios sectores. Se puede deducir entonces que el gran fracaso actual fue no haber ganado la batalla de opinión contra el neoliberalismo.

Por suerte, todavía, estamos ante un final abierto. Tenemos por delante dos años y medio en donde lo predominante será la discusión sobre el modelo de país que anhelamos los argentinos.

Uno en donde al decir de Evita “los ricos sean menos ricos para que los pobres sean menos pobres”, o aquél en donde las minorías privilegiadas esquilmen lo que producen las mayorías. Allí recién podremos decir con fundamento si Perón Vive o si ha muerto definitivamente.

(*) Presidente del Centro de Estudios Populares

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