Mural en el barrio Hippie.
Mural en el barrio Hippie.

Fragantes fantasmas multicolores recorren Haight Ashbury, cuna del movimiento hippie en los años 60. Pero lo que por aquel entonces fue rebeldía, contracultura, amor libre y repartos masivos de LSD, mutó en cotillón para las lentes turísticas.

Un joven de rastas rubias, gruesas, como dedos desgarbados, gorrita a cuadros y saco repleto de símbolos multicolores, muchos de ellos celtas, recibe el efusivo saludo de un señor de sobretodo, sombrero aludo y ojotas: “¿Sos escocés?, yo también”, dice el hombre, y ambos comienzan a chocar las manos de formas diversas y a gritar y decir “Scots, scots”.

Por la misma calle, frente a los alegres escoceses, una música extraña, atonal, atruena y se cuela entre el bullicio de la muy concurrida mañana. Un joven con el torso desnudo aporrea una batería en medio de la vereda y otro lo acompaña con su guitarra eléctrica, distorsionada hasta la exasperación. Dos viejos parlantes propalan los tan broncos sonidos.

Alrededor de ruidoso recital danzan frenéticas una mujer anciana que parece poseída y una jovencita oriental, también en éxtasis, que luce unos diminutos shorts verdes con lentejuelas. A pocos metros de allí, otro músico opta por una guitarra zen, sordomuda, de cartón. La ejecuta con gestos ampulosos. Sonidos guturales salen de su boca.

Un joven punk, campera de cuero negra, piercing abundante repartido por buena parte del cuerpo, coloca sobre la vereda una serie de objetos, como quien va a ofrecerlos a la venta, mientras abre la bragueta de su pantalón. “Sacá tus porquería de aquí hijo de puta”, le grita otro, de sobretodo raído y mirada desorbitada bajo la atenta mirada de un mural de Bob Marley que recomienda no perder el alma.

Miles de personas de distintas procedencias circulan por el lugar y configuran un murmullo corpulento y fonéticamente abigarrado. Todo esto sucede cada día en el barrio Haight-Ashbury. Esas mismas veredas presenciaron hace más de 40 años el surgimiento del movimiento hippie, con la música de fondo de Janis Joplin, Jefferson Airplane y Grateful Dead, hoy convertidos en estampados de remeras, murales, fantasmas adorados.

En el verano de 1967, conocido como “el verano del amor” los Grateful Dead organizaron degustaciones masivas de LSD en esas calles y en el parque cercano, donde se quemaron toneladas de marihuana y no por orden judicial. Eran tiempos de filosofía comunitaria, mucho budismo, fumatas y militancia pacifista contra la guerra de Vietnam. Jóvenes de todo el mundo llegaban al barrio. Scott McKenzie escribió una canción titulada “Si estás yendo a San Francisco” en la que aconsejaba con insistencia no olvidarse de llevar flores en la cabeza. Pero por aquel entonces las flores estaban dentro y fuera de la cabeza: eran tiempos de psicodelia, experimentación con drogas, amor libre. Pero la experiencia histórica parece indicar que a los muchachos se les fue la mano, y a mediados de los 70, el 30 por ciento del barrio estaba vacío. El cambio de la marihuana por drogas más duras hizo estragos y literalmente dejó un tendal de muertos por sobredosis. El sector se fue vaciando. La propia Janis Joplin, que era vecina del barrio y vivía en la 112 de la calle Lyón, anticipó la debacle.

Poco queda de todo aquello, y lo que sobrevive lo hace en forma de espectro, parodia o souvenir. De todos modos, el olor dulzón se apropia del espacio con frecuencia. Evidentemente de la sagrada trinidad paz, amor y marihuana, esta última es la que salió mejor parada. Los negocios de artículos para fumar, muy coloridos, que ofrecen pipas de materiales y formas variadas, papeles, y productos para el cultivo, son muchos en todo San Francisco, y se notan más aún en Haight-Ashbury. Los turistas pasan, miran, compran, arropados por colores de otros tiempos y las dulces fragancias de siempre.

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