Joaquín Morales Solá ha extraviado la chaveta periodística. No sabe dónde la dejó, y en su desenfrenado afán de búsqueda de lo perdido se aleja cada vez más de la profesión que abrazó de muy joven.

Joaquín Morales Solá ha extraviado la chaveta periodística. No sabe dónde la dejó, y en su desenfrenado afán de búsqueda de lo perdido se aleja cada vez más de la profesión que abrazó de muy joven. Una constatación elocuente de esto es el editorial del domingo 18 de octubre que lleva su firma en el diario La Nación. Su título es: “Kirchner ordenó la radicalización del Gobierno”. El lector desatento irá a buscar allí el plan del ex presidente para girar el gobierno de su esposa hacia la izquierda, en procura de posiciones más progresistas, tal vez estatistas, “chavistas” si se quiere, para congraciarnos con los lectores de La Nación.

Pero no. No hay tal plan. Al menos no en la nota. Lo único que les ofrece Morales Solá a los perplejos lectores del diario fundado por Bartolomé Mitre es un texto lleno de agravios, intenso en opiniones sin sustento alguno, con apenas un par de fuentes que, para desdicha del lector, son anónimas. Morales Solá extravió la chaveta.

El primer párrafo es engañoso, porque parece que fuera a explicar el plan de radicalización del kirchnerismo. Dice: “Un intenso proceso de radicalización del oficialismo está en marcha. Néstor Kirchner es el ideólogo, el promotor y el líder. Es raro que un fundamentalismo de esa naturaleza suceda después de una derrota y, por eso, existen ya serios interrogantes sobre cómo serán los dos años finales del gobierno de su esposa”.

La cabeza de la nota promete, vamos al segundo párrafo, ávidos por los detalles del plan de los fundamentalistas. Ya sabemos que la orden la dio Kirchner pero ¿quién la recibió? ¿En qué consiste la radicalización? Veamos: “Persecución personal de sus adversarios, sean estos políticos, empresarios, periodistas o medios de comunicación. La meta consiste en la devastación de todos ellos”. Guau, este tipo nos trae la posta, se ve que pudo escabullirse de la implacable maquinaria oficial de persecución a los periodistas organizada por los radicalizados y nos va a contar la verdad de lo que ocurre.

Sigamos viendo en de qué se trata el plan: “Presión sobre el Congreso para arrancarle leyes lesivas de la Constitución y del sistema político. Cooptación o compra de legisladores que inicialmente formaban parte de la oposición. Coerción para interpretar las leyes y los reglamentos de acuerdo con los escasos tiempos políticos del Gobierno”.

Al terminar de leer el segundo párrafo de la editorial advertimos que, en rigor, no se trata de un plan de radicalización de las políticas de un gobierno sino del diagrama de una asociación ilícita con fines claramente delictivos. La cuestión no deja de ser interesante: Morales Solá promete revelarnos los pormenores de la estrategia de un grupo de personas a cargo de uno de los poderes del Estado que sólo busca aprobar en el Parlamento “leyes lesivas de la Constitución”.

Estos tipos no promoverán ni una norma, puede pensar el lector, que esté enmarcada en los parámetros constitucionales. Para eso deben haber contratado a los mayores expertos en derecho constitucional del país con el fin de que no se les escape ni el inciso de un artículo que respete la Constitución. ¡Qué tarea! ¿Los habrán contratados, a los expertos, o los habrán presionados, coercionados o directamente secuestrados?

Seguramente el tercer párrafo de la nota nos aclara la cuestión. Vamos a él: “Los Kirchner han perdido elecciones, pero también han sido abandonados por la simpatía o la comprensión de una vasta mayoría social. Según tres prestigiosas encuestas recientes, los Kirchner oscilan entre el 70 y el 80 por ciento de imagen negativa entre los consultados; cerca del 70 por ciento desaprueba la gestión de Cristina Kirchner y, de acuerdo con una de esas mediciones, el 66 por ciento de los argentinos es pesimista sobre el futuro próximo del país. Abandonados en la práctica y en teoría por la sociedad, los Kirchner actúan como si ya no tuvieran nada que perder”.

Ups, decepción. Morales Solá rumbea para otro lado. No importa. La nota recién comienza, el macabro plan debe estar detallado más abajo. Pero no, otra vez la bifurcación. En el cuarto párrafo aparece la primera cita del texto, eso sí, anónima. Es alguien que participa de las “restringidas tertulias de Olivos” y que le contó a nuestro periodista que zafó del asedio de los malos, que Néstor Kirchner “cree” en la siguiente frase: “Yo no necesitaba demostrar que era fuerte, pero ella puede parecer débil”. Ella, claro, es Cristina Fernández.

Ahí está la explicación de la radicalización o, mejor dicho, de la necesidad del gobierno de asociarse ilícitamente para, como ya se advirtió, “la devastación de todos ellos”, empresarios, periodistas, medios de comunicación, opositores. Es cierto, no parece gran cosa, pero es un principio. Todavía queda mucho texto por recorrer. Seguramente encontraremos algo mejor.

Para evitar el tedio del lector, no vamos a reproducir toda la nota de Morales Solá. En todo caso, la puede leer en la página web del diario (www.lanacion.com.ar). Pero, le adelantamos que el artículo no brinda un solo dato sobre el prometedor título. En cambio, en una exhibición sin pudor de la pérdida del rumbo periodístico, el articulista nos suministra una excelente grajea de lo que no hay que hacer en este oficio.

Se trata de la interpretación sobre la aprobación del presupuesto 2010 en Diputados, que además de los votos oficialistas obtuvo la avenencia de legisladores de otros partidos. Lo que podría interpretarse como apertura al diálogo aquí es, no podía ser de otra manera, cooptación, corrupción, coerción, presión sin límites morales. Dice Joaquín, que sí tiene límites Morales Solá: “¿Cómo lo hizo? Todas las conjeturas son posibles”, adelanta, para que no lo tomen por prejuicioso.

Y sigue: “Los votos cambian, se deslizan, se travisten”. Hasta ahí nada nuevo. Pero hay más: “Una parte de la política y de la sociedad ha perdido la sensibilidad moral”, explica, para meterse de lleno en el desbarranco: “El enorme escándalo por los sobornos en el Senado, hace casi diez años, podría reproducirse una vez por semana en los tiempos que corren. No pasa nada” (bastardillas nuestras).

No es menor el extravío de la chaveta del cronista. Morales Solá fue, justamente, quien investigó los sobornos pagados por el Poder Ejecutivo a senadores oficialistas y opositores durante el gobierno de Fernando de la Rúa. Fue el primero en insinuar su existencia en su columna del diario La Nación. En esa época aún se dedicaba al periodismo.

¿Qué le pasó al periodista que dio a conocer a la sociedad argentina la presunta existencia de sobornos en la Cámara alta de la Nación para aprobar una ley de precarización laboral? El mismo Morales Solá, diez años después, como él mismo recuerda, ya no necesita indicios, fuentes en off o elementos de prueba. Le basta su ideología para señalar, en condicional, que lo mismo que ocurrió con De la Rúa (y que está probado por la Justicia) “podría reproducirse una vez por semana”. Con la misma liviandad puede afirmarse todo lo contrario. Total, no es necesario probar nada, buscar datos, chequear fuentes. Basta con decir que “podría” ocurrir.

De todos modos, Morales Solá mantiene un delgado hilo de conexión con la lucidez que en otros momentos exhibió ante sus lectores. El remate de la fantástica frase es verdaderamente inteligente: “No pasa nada”, dice. Y, ¿qué quiere decir “no pasa nada”? En un juicio el periodista podría argumentar que sostuvo que podría haber un caso de soborno por semana, pero “no pasa nada”. Es decir, eso que “podría pasar” no ocurre, porque simplemente “no pasa nada”.

Claro que también hay otra acepción, por esto de la polisemia del lenguaje. Sería así: “Estos tipos adornan a senadores una vez por semana pero, poseen tanta impunidad, que no pasa nada”. Realmente ingenioso.

Vamos al remate de la nota, en el que el articulista se encarga de la actuación de la televisión pública, porque él nunca habla de la privada, privándonos así de su opinión sobre los oligopolios comunicacionales. “Un columnista de LA NACION fue víctima también, por esas mismas horas, de una aberrante operación difundida por Canal 7”, dice el domingo Morales Solá. “La televisión pública pasó del oficialismo a la propaganda y de la propaganda a la difamación. ¿Cuánto falta para que pase de la difamación a la obscenidad política? ¿Cuánto falta para que la libertad se haya convertido en una nostalgia?”, remata.

La última frase realmente es majestuosa, y estaría destinada a un sitio privilegiado en los anales del periodismo independiente si no fuera porque Morales Solá trabajó para La Gaceta de Tucumán y fue corresponsal de Clarín durante la última dictadura, cuando la libertad se convirtió justamente en una nostalgia, y entonces prefirió callarlo.

Pero eso no es todo: ante una acusación del periodista Hernán López Echagüe en la revista Veintitrés en 2003, Morales Solá negó haber compartido una reunión que el genocida Antonio Domingo Bussi, entonces interventor militar de esa provincia, brindó a los medios de prensa porque, aseguró, en 1976 vivía en Buenos Aires. La imagen que ilustra esta nota, facsímil de la edición del 8 de junio de 1976 de La Gaceta de Tucumán, muestra lo opuesto a sus palabras.

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