El último de los testigos en declarar en la audiencia de este lunes por el Juicio Guerrieri-Amelong fue Jorge Raúl Gurmendi, hermano de la militante montonera Ana María Gurmendi. A continuación se reproducen fragmentos de su testimonio cargado de sentimientos y admiración por su hermana.

“En 1977 desapareció mi hermana por hechos públicamente y lamentablemente conocidos en Argentina. Ana María desapareció por un grupo violento armado que irrumpió donde vivía con su pareja Oscar Capella –también desaparecido de la Quinta de Funes–.”

“Estudió en el colegio Superior de Comercio, un aula lleva su nombre. Cursó estadística y matemática, trabajo en alguna industria privada y para la municipalidad de Rosario. Trabajó con gente carenciada en servicios de salud y educación. Militó en la Juventud Peronista, desconozco si estaba o no afiliada”.

“En la familia nos enteramos ese día, ellos no tenían teléfono, y un vecino nos buscó y nos llama. Los vecinos tenían en alta estima a la pareja, y hay consternación por lo sucedido esa noche del 15 de agosto.”

“Con mi padre concurrimos la casa el día siguiente. Había un conscripto en la terraza, y eso nos confirmó el hecho. Para informarnos debíamos concurrir al Comando del Ejército, nos sentimos aliviados mi padre y yo porque creíamos que se había oficializado, pero se esa ilusión se hizo añicos cuando nos enteramos de la versión de que “confirmaron el procedimiento, pero los ocupantes de la casa se habían escapado”. Recuerdo el estupor de mi padre y mi desesperación.”

“En los días siguientes, vecinos que observaron el procedimiento, contaron que fueron intimados a que entraran a sus casas, nos contaron cómo habían visto que sacaban a mi hermana soportada de pies y manos y la subieron a un auto”.

“Realizamos un derrotero desesperado tratando tener alguna información, averiguar donde había estado, anduvimos por varias instituciones. Presentamos habeas corpus”.

“Los meses que sucedieron fueron terribles, teníamos indicio de cómo era la metodología, por palabras mi hermana. Dos semanas antes, ella nos relató, a mí y quien era mi novia, un procedimiento en Casilda donde habían capturado a gente y formalmente habían negado esa captura. Creo que Ana María estaba muy asustada, que no imaginaba que podía sucederle algo similar”.

“Recuerdo a mis padres desesperados, y hoy puedo comprenderlo cabalmente lo que puede sentir el que se le arranque un hijo de esa forma a alguien”.

“Por esos días, para darles contención, un matrimonio amigo invitó a mis padres un paseo por el sur argentino, gente con buena posición, y sucedió un hecho fortuito el 18 de enero de 1978: a orillas del Lago Argentino, hubo un derrumbe inusual de hielo que los arrastro y terminó con sus vidas”.

“Mi hermana no era una persona violenta, sólo trataba de beneficiar al prójimo, siempre fue más solidaria que yo, lo heredó de mi padre, en casa nunca hubo armas”.

“Es terrible, nada puede cambiarse del pasado, pero desde este lugar creo estoy colaborando como miembro de la sociedad para tener un mundo mejor. Que estemos todos aquí demuestra que en este mundo no se puede tapar el sol con la manos, no hay manera ocultar los delitos de lesa humanidad ocurridos hace más de 30 años”.

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