Funcionarios K abordan la máquina del tiempo con rumbo al pasado. Los persiguen rayos y centellas, destellos refulgentes de una miríada de pastas frescas: entre lasañas y canelones intergalácticos, Superlilita, paladina de la noble igualdad, intenta darles caza para salvar la República. Pero los malos llegan primero y le venden la idea de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual a un irlandés rebelde, ex guerrillero y querendón. Así estamos.
Un pertinaz runrún no confirmado indica que, como los malvados del film Terminator, funcionarios K viajaron al pasado con el innoble fin de apretar a colaboradores de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), entre ellos Gabriel García Márquez y Marshall MacLuhan, para que apoyen la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Una verdadera historia de película que tiene entre sus protagonistas a Sean MacBride, cuyo famoso informe sobre el estado de la prensa causó hace casi treinta años un revuelo que hoy resulta esclarecedor reflotar.
McBride fue integrante del Ejército Republicano Irlandés (IRA), ministro de Asuntos Exteriores de Irlanda, premio Nobel de la Paz en 1974 y Premio Lenin en 1977. Tenaz luchador contra la tortura y en favor de los derechos humanos, fundó en 1946 el Partido Republicano Irlandés. En 1961 presidió la Organización de Defensa de los Derechos Humanos de Amnistía Internacional, y entre 1974 y 1976 trabajó como Alto Comisionado de las Naciones Unidas en Namibia. En 1977 la Unesco lo nombró Presidente de la Comisión Internacional que se encargaría de desarrollar un estudio sobre los problemas de la comunicación.
Ese estudio dio lugar al famoso informe presentado en 1980. Bajo el título "Voces múltiples, un solo mundo", el informe produjo un gran revuelo mundial y dio lugar a una profunda crisis en la Unesco, que incluyó la salida de los EE.UU. de esa organización en 1984, por decisión del presidente Ronald Reagan. Recién en 2003 ese país retornó a la Unesco.
Resulta que muchas de las recomendaciones incluidas en el informe MacBride coinciden puntualmente con el espíritu y con la letra de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual aprobada por el Congreso argentino en la madrugada del sábado 10 de octubre, para algarabía de un sinnúmero de organizaciones de la sociedad civil, y a pesar del horror y el falaz pataleo de las grandes empresas concentradas.
Tanto en el informe MacBride como en la nueva ley se apunta a disolver los monopolios, y se señala con claridad que esta concentración económica es incompatible con la naturaleza de la información, que no es asimilable a cualquier mercancía. Acaso estas notables coincidencias entre el viejo informe internacional y la flamante ley argentina prohijaron, empolladas por la autodenominada “oposición al gobierno”, el runrún del viaje en el tiempo de los apretadores K. Parece que “el mal absoluto” no se detiene ante las determinaciones del tiempo-espacio. De no ser así, se podría pensar que la nueva ley está en línea con las recomendaciones de los organismos internacionales sobre libertad de prensa, propiedad de los medios, respeto a la diversidad cultural y derecho a la información como un derecho humano fundamental.
El informe MacBride propuso la eliminación de los desequilibrios y desigualdades entre el tercer mundo y los países desarrollados, erradicar los efectos negativos que se producen por la creación de monopolios, liquidar las barreras, tanto internas como externas, que impiden la libre circulación y una difusión equilibrada de la información, garantizar la pluralidad de las fuentes y los canales de la información, la libertad de prensa y de información. La comisión internacional que se ocupó de elaborarlo (¿kirchneristas de la primera, primera hora?) estuvo integrada por personalidades del mundo de la información y de la comunicación: Hubert Beuce-Mery, fundador del diario francés Le Monde; el escritor colombiano y premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez y el sociólogo canadiense Marshall MacLuhan, entre otros.
“Las circunstancias que rodeaban la creación de esta comisión no me inspiraban el más mínimo optimismo. En los años 70 las discusiones internacionales sobre el problema de la comunicación habían llegado al estadio del enfrentamiento directo”, señaló por entonces el propio MacBride, que no estuvo en la Argentina durante los días en que se discutió la nueva ley como para comparar la virulencia de los enfrentamientos separados en el tiempo por tres décadas. Otra coincidencia: El gobierno kirchnerista de EE.UU., con el muy peronista Barack Obama a la cabeza, acaba de declararle la guerra al canal Fox News, demostrando que el mal absoluto es más que contagioso y que el papel de los grandes medios concentrados está siendo cuestionado en todo el mundo.
En la edición nacional de octubre del Le Monde Diplomatique, Carlos Gabetta desarrolla los principales puntos propuestos por el informe MacBride en pos de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación y concluye: “Como se ve, nada pasible de entusiasmar a Fox News o al Grupo Clarín. Al colocar el problema de las comunicaciones en el marco de los derechos humanos, el desarrollo equitativo y la igualdad de oportunidades, el Informe MacBride desenmascara el cacareo de las empresas sobre la libertad de prensa, ya que éstas siempre, en todas partes, han considerado la libertad de todos como atentatoria de la propia”, señala en su nota el director de Le Monde Diplomatique demostrando que las comparaciones resultarán odiosas, muy odiosas para los grandes grupos económicos que despotricaron sin éxito contra el avance de la nueva normativa en la Argentina. Entre otras cosas, porque el texto de la ley argentina se basa explícitamente en normativas y recomendaciones vigentes en todo el mundo.
Tanto el texto de la nueva ley como el del informe MacBride están en la red. La nueva norma argentina (que reemplazó a la de la dictadura militar) señala "la vocación de crecimiento de los niveles de universalización del aprovechamiento de las tecnologías de la comunicación y la información, y los mandatos históricos emergentes de las Declaraciones y Planes de Acción de las Cumbres Mundiales de la Sociedad de la Información de Ginebra y Túnez de 2003 y 2005".
En este sentido, se fomenta a través de la nueva ley "una sociedad de la información en la que se respete la dignidad humana, y se reconoce que la educación, el conocimiento, la información y la comunicación son esenciales para el progreso, la iniciativa y el bienestar de los seres humanos".
En cuanto al respeto a la diversidad cultural y lingüística, la nueva norma aprobada también sigue a pie juntilla las recomendaciones de los organismos internacionales y dispone "definir políticas que alienten el respeto, la conservación, la promoción y el desarrollo de la diversidad cultural y lingüística y del acervo cultural en la sociedad de la información, como queda recogido en los documentos pertinentes adoptados por las Naciones Unidas, incluida la Declaración Universal de la Unesco".
Quizás por esta clara postura en favor de la diversidad cultural, que fue un aspecto central durante la larga lucha de la Coalición por una Radiodifusión Democrática, la whipala, bandera de los pueblos originarios, estuvo muy presente en las movilizaciones en apoyo a la nueva ley. En contra de este trabajo de años –un trabajo profundo y esforzado de cientos organizaciones del campo popular de todo el país–, se erige la postura cerril de los grandes empresarios y sus empleados, muchos de ellos dirigentes políticos que se identifican como “opositores al gobierno”, y que no han dudado en usar y abusar de la recomendación de Joseph Goebbels: “Miente, miente que algo quedará”. Siempre habrá dirigentes dispuestos a acudir prestos en auxilio de los más fuertes. Fúlgidos agnolotis republicanos asoman ya en el horizonte.