Con el aire antisolemne del pop.
Con el aire antisolemne del pop.

Entre el ensayo sociológico, la pintura urbana y la confesión, Kozmik tango de Beatriz Vignoli exhibe la potencia de una escritura que se prueba en la intemperie, un atemorizante desamparo en el que pueden zozobrar las mitologías propias y ajenas.

Desde el mismo título, cierta estética pop impregna la mirada de la cronista, que resulta menos un manierismo adoptado que una cosmovisión hecha fatalmente propia. Fatalmente por ser una marca generacional o simplemente biográfica, y por vivirse, al menos en la experiencia de la escritura, con una profunda incomodidad que no deja de latir bajo el chiste ocurrente. El aire antisolemne del pop puede reconocerse en los encuentros sorprendentes entre objetos (colectivos, autos, negocios, aves, árboles, entre otros) y personas, el humor constante, los hallazgos verbales de sus habitantes, el absurdo a la vuelta de la esquina, la mixtura desjerarquizante de elementos. La crónica de Vignoli no ha confundido, como otra propuesta de la misma serie, una crónica con un desafortunado ensayo. Sin embargo, el título que podía ser leído en clave pop, arrastra sentidos más potentes y dramáticos: un tango cósmico supone cierta relación reflexiva y pasional con el pasado y con la ciudad.

En ese sentido, Kozmik tango trae consigo, en la prosa cordial de un nosotros equívoco (los vecinos del barrio, los habitantes de un departamento, los sensibles de zona sur), que no puede leerse sin ironía, en verdad un nosotros monstruoso -la comunidad imposible de los agarofóbicos-, hipótesis encantadoras sobre las coordenadas espacio-temporales de un territorio: “El sur es el futuro del pasado, sólo que el presente decidió asentarse en otra parte. Lo que queda acá es el siglo veinte mismo”, o imágenes más sugerentes aun: “El sur es una masa de nostalgia, irradiándose desde los tiempos idos como la luz de alguna estrella muerta”. Sus viejos habitantes viven, no escriben libros; laten en la prosa incubada en la soledad y en la ajenidad de un recién venido. Todo buen escritor siempre lo es o actúa como tal. Por eso resulta angustiante la distancia entre lo escrito, pretendidamente fechado y situado, y una realidad que no puede dejar de abismarse en el texto: “Si me paro y miro por la ventana de mi estudio, en casa (es decir, en el primer piso de pasaje Holmberg esquina Laprida donde escribo esto)”. Como parte de una misma trama sentimental, se respira una fina melancolía en otros pasajes de la obra, como el que señala “Y ya hay, en los fresnos, manchas amarillas; otro verano se termina”, o en el que se admite, entre los recuerdos del sol tomado en los bancos de la plaza, que “toda esa luz era para nosotros”.

Kozmik tango, una crónica dialogada por momentos (con Déivid y Lisandro), recupera dos viejos posts de la autora, que el texto mayor sabe acoger con total felicidad, y dispone de manera excelente de fotografías de los lugares aludidos. El enfoque de Vignoli y algunas de sus dramáticas historias (la de Alfredo es central), le impiden volverse folklore transable en el mercado turístico, a pesar de que el libro parezca responder a la clase de textos escritos por encargo: “Pucha que no era tan fácil escribir sobre pájaros. Separan los indicios, estos bichos astutos”. El libro también desbarata, para regocijo de sus lectores, ese lugar común.

Narrativa. Vignoli, Beatriz: Kozmik tango. Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2009, 74 páginas.

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