Latinoamérica luce dinamizada por la dialéctica entre lo viejo que se resiste a morir y lo nuevo que no termina de nacer. Y más allá del futuro de la disputa, es ya un dato considerable esta dinámica, ausente durante los 90. Porque implica el regreso de la política, pero la política en serio, en términos ideológicos, como puja entre sectores que representan distintos intereses. Y porque enfrenta con decisión a los chuchos y mohines de la pospolítica, ese feo emplasto discursivo de las derechas que quieren convencernos de que es posible la gestión de gobierno sin ideología.

Los procesos eleccionarios que tuvieron lugar durante los últimos meses de 2009, sumados a la próxima elección presidencial en Brasil, en octubre de 2010, habilitan una serie de reflexiones sobre el porvenir inmediato de la región, que parece debatirse por estos días entre diferentes intentos de restauración conservadora, por un lado, y la vigencia, y en algunos casos la profundización, de una serie de procesos, muy distintos entre sí, que intentan enterrar de una vez y para siempre el cadáver todavía operante del neoliberalismo, y frente a los cuales se erigen distintas fuerzas conservadoras, algunas claramente golpistas.

Ecuador, Venezuela y Bolivia se ubican a la vanguardia del proceso de cambio profundo en la región, con políticas de estirpe nacional, popular, revolucionario, reformista, según los casos. Y son estos procesos, justamente, los más profundos y jugados, los más enraizados en la historia política de cada sociedad, los que resultaron ratificados en forma más que contundente en los procesos eleccionarios.

En Chile, que en este contexto se recorta con características particulares, con cambios más moderados, la derecha hizo una buena elección en la primera vuelta y el 17 de enero se sabrá si el empresario Sebastián Piñera logra imponerse en la segunda. Frente a él, una desgajada Concertación intenta aunar fuerzas para evitar el triunfo del hombre de negocios que prometió “mano dura” contra los delincuentes comunes, e impunidad para los otros delincuentes, los genocidas pinochetistas.

En Uruguay, un ex líder del movimiento guerrillero Tupamaros, José Mujica, asumirá en 2010 como nuevo presidente de la república oriental, tras ganar en segunda vuelta con más del 51 por ciento de los votos, derrotando a Luis Lacalle, ex presidente neoliberal que volvió a postularse. El triunfo de Mujica significa un fuerte aval a la gestión del Frente Amplio, agrupación a la que pertenece el actual presidente Tabaré Vázquez, que dejará el gobierno con un histórico 60 por ciento de aprobación a su gestión.

Bolivia y Venezuela, más allá de las diferencias, exhiben elementos comunes: gobiernos que van a fondo con los cambios, enfrentado a derechas violentas, racistas, cerriles, y golpistas. En las elecciones celebradas el 6 de diciembre en Bolivia, Evo Morales arrasó, con un 63 por ciento de los sufragios en primera vuelta y ese mismo día el mandatario ratificado leyó el resultado electoral como la firme decisión del pueblo de Bolivia de profundizar los cambios históricos que se vienen produciendo.

En Ecuador las elecciones tuvieron lugar el 26 de abril. El actual presidente Rafael Correa ganó en primera vuelta con más del 52 por ciento de los votos. El mandatario, que puede volverse a postular en las elecciones de 2013, también prometió ir a fondo con los cambios y con la integración regional.

El caso Honduras exhibe también la eterna dialéctica entre lo nuevo y lo viejo. El golpe de Estado cívico militar perpetrado el 28 de junio posee elementos de los viejos golpes de siempre, pero también otros nuevos, que tienen que ver con el rol de los medios de comunicación hegemónicos, y con el protagonismo de sectores medios urbano y rurales haciendo de claque de grandes corporaciones industriales y comerciales avaladas por las fuerzas represivas. La crítica situación de Honduras puso sobre el tapete el protagonismo de la Unasur, y de Lula como pretendido líder regional, y desnudó la política internacional para con la región del presidente Barack Obama, que se parece cada vez más a su antecesor, George W. Bush, especialmente fuera de su país. En elecciones claramente ilegítimas, no reconocidas por los más importantes organismos internacionales, aunque sí por los Estados Unidos, el candidato Porfirio Lobo ganó con el 55 por ciento de los votos. Pero el porcentaje más revelador fue el de las abstenciones: un 60 por ciento de promedio. Tras meses de resistencia popular, y con una feroz represión que no cesa, el futuro del país centroamericano aparece incierto.

La instalación de bases estadounidenses en Colombia fue otro de los hechos que conmovieron a la región. El presidente de Colombia, Álvaro Uribe, que pretende su reelección, luce como uno de lo adalides de los gobiernos que no se suman al cambio y permanecen aferrados a los planteos neoliberales de los 90. Perú y Panamá están también a este espacio.

Pero el caso Colombia es más grave. La frontera entre este convulsionado país y Venezuela es zona de conflicto y durante 2009 en más de una oportunidad la situación estuvo a punto de desmadrarse. Además, la semana pasada se supo que las guerrillas de las FARC y el ELN se unieron para atacar al gobierno de Uribe. Tienen unos 14 mil combatientes y dominan ocho regiones, entre ellas la explosiva frontera con Venezuela.

Venezuela y Brasil, por motivos muy distintos, pueden verse desde una óptica más psicoanalítica, lacaniana, al menos para poder analizar cómo son utilizados discursivamente. El país caribeño, y en especial su presidente Hugo Chávez, funcionan como el gran demonio de la región, la gran herramienta de las derechas que, a falta de argumentos políticos, recurren a los miedos más básicos e infantiles: el temor al Cuco. De esta manera, las posiciones que se autoproclaman no ideológicas exhiben su ideología al considerar a los ciudadanos como meros bobos asustadizos. Toda política que no conviene a los intereses de los grupos económicos más concentrados es “chavista”, o sea el mal en sí mismo. Así de sencillo es el argumento, en realidad apenas una excusa que obtura la capacidad de analizar.

El caso Brasil amerita la intervención directa del propio Jacques Lacan. Porque se ha construido un Lula para cada necesidad, para cada ocasión, y allí también las derechas carentes de argumentos se lanzan a caranchear discursos, tergiversar, o mentir en forma descarada, para poner al presidente del Brasil como ejemplo. Nunca mencionan, jamás, la lucha que está emprendiendo Lula contra los medios hegemónicos de su país, promoviendo una nueva norma regulatoria que es resistida por los grandes grupos económicos. De todos modos, la hora de la verdad llegará el 3 de octubre, cuando se elija nuevo presidente. Lula no puede ser reelegido y su candidata, Dilma Rousseff, no mide bien en las encuestas. Quien picó en punta fue José Serra, actual gobernador de San Pablo.

Esta elección, más lo que pueda suceder en el Paraguay, donde el gobierno de Lugo está siendo hostigado por el golpismo, más el incierto devenir de la situación en Honduras y la siempre explosiva Colombia, marcarán el ritmo de la política internacional con vistas al 2010. Por derecha, nada nuevo asoma. Del otro lado del espectro, habrá que estar atentos a la necesidad de más integración, más unidad, menos dispersión para hacer frente a los embates que seguramente irán arreciando.

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