Obama “entregó” Latinoamérica a los halcones de Washington, que son los que vienen construyendo la imagen de Hugo Chávez como el Mal Encarnado. Pero el verdadero problema es el petróleo que Venezuela tiene en abundancia y el imperio necesita. Por eso EE. UU. está rodeando al país caribeño con un cerco de 13 bases militares ubicadas en Colombia, Panamá, Aruba y Curazao. El socialismo del Siglo XXI, la Unasur, el Mercosur y todo intento de unidad e independencia regional están en la mira del Comando Sur del Ejército imperial.
La invasión del espacio aéreo venezolano ocurrida el viernes 8 de enero, lejos de ser un hecho aislado, es el síntoma de una situación peligrosa, que puede detonar en cualquier momento con consecuencias impredecibles. Este acoso marca, asimismo, el verdadero tipo de relación que plantea a Latinoamérica la administración de Barack Obama, que cumple un año el 20 de enero. Y la mayoría de los analistas coinciden en que, en este punto en particular, no hay diferencia alguna entre las políticas de George W. Bush y el actual presidente de los Estados Unidos. Se habla ya del síndrome Al Johnson, el cantante de jazz blanco que se pintaba la cara de negro, y hasta se menciona el vitiligo que habría padecido el malogrado Michael Jackson. Pero el problema de fondo nada tiene que ver con la pigmentación, y en este asunto el único negro que define es el petróleo.
O sea que estamos ante una situación ya conocida, tradicional: el imperio aduce motivos falsos, excusas, flagrantes mentiras, para ocultar sus intereses económicos y la barbarie que está dispuesto a desplegar para alcanzarlos. El problema con Chávez es que no es un títere de Washington. Esto es lo que nunca van a perdonarle, más allá de lo que inventen con mayor o menor imaginación y verosimilitud. Porque el imperio sediento de crudo necesita un pelele en Venezuela, como ha sucedido durante años.
El Eje del mal versión Latinoamericana está cada vez más vigilado por el Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos (Southern Command), que dirige operaciones en América Central, América del Sur y el Caribe. El golpe de Estado en Honduras el año pasado, y el intento de golpe a Chávez en 2002, en los que las bases estadounidenses en la región tuvieron un papel protagónico y fundamental, son antecedentes a tener en cuenta para el futuro inmediato.
Las excusas del imperio para estigmatizar a Chávez exhiben el poder imaginativo y mitogenético que tanto está haciendo falta a los guionistas de Hollywood: “Chávez es un dictador”, dicen, pese a que es uno de los presidentes que más veces fue ratificado por la ciudadanía de su país mediante el voto. “En la isla Margarita (Venezuela) hay campos de entrenamiento de Hezbollah y Al Qaeda”, señalan asesores de la CIA, y todo indica que pretenden que alguien les crea. Por ahora, de los miles de turistas que concurren a las playas de esa paradisíaca ínsula, ninguno reportó la presencia de personas con turbantes y Kalashnicov entre los bañistas. Los chalecos con explosivos, que se sepa, no están entre “la onda del verano” en la isla con nombre de flor, tampoco.
Pero la historia de los servicios secretos de los Estados Unidos es la Historia Universal de la Mentira, como lo demuestra, por sólo tomar un ejemplo reciente, el libro de Tim Weiner Legajo de cenizas: Historia de la CIA. En 728 páginas, el autor, periodista del New York Times y capitalista convencido sin relación alguna con Simón Bolívar despliega, con documentos desclasificados de la propia agencia, el más amplio repertorio de mentiras imaginable. Y nada de mentiras “piadosas”. Cada embuste costó golpes de Estado, bombardeos, desapariciones, masacres, genocidios en distintos puntos del planeta, entre ellos Latinoamérica.
La verdadera película se trata del petróleo. Y no es casual que el gran escenario conflictivo para el imperio sea Medio Oriente. El eje del mal, está claro, se traza por donde hay yacimientos de petróleo y otros recursos naturales escasos. Lo que está detrás de tanta fantasía son cifras, duras, contundentes: Estados Unidos es el principal consumidor de petróleo del planeta. Consume el 22,5 por ciento del total mundial. Más que Europa, que consume el 17,9 por ciento; y más que China, cuyo consumo alcanza el 10 por ciento, según datos del Statistical Review of World Energy, British Petroleum, 2009, citados en el número de enero de 2010 de Le Monde Diplomatique. Pero el problema del imperio es que, ante semejante consumo, es muy poco lo que produce, y por eso su ejército anda por el mundo arrasando países, matando a mansalva población civil, destruyendo culturas milenarias, al mejor estilo de la bestia rubia de Nietzsche en busca de su espacio vital. Porque la brecha entre el 22,5 por ciento que consume Estados Unidos y el exiguo 2,4 por ciento de las reservas mundiales que posee es gigante y se agranda cada vez más, por lo que se ve obligado a importar el 66 por ciento del crudo que consume.
Al no poder crear petróleo de la nada, el imperio crea demonios. Y el demonio Chávez es malo, malo, malo. Según el último informe de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep) las reservas de Venezuela alcanzan 172.323 millones de barriles, casi siete veces más que las de México y Brasil juntas. Hacia fines de 2008, Venezuela se ubicó segunda como potencia mundial petrolera, sólo superada por Arabia Saudita. Y a medida que estas cifras van dibujando un preocupante panorama mundial energético, a Chávez le crecen cuernos, cola, escamas y tridentes. Los yacimientos de Canadá y México, que proveen el 32 por ciento de las importaciones totales de petróleo de los Estados Unidos, están en declinación. Por este motivo, los ojos del imperio, sus bases, sus misiles, apuntan cada vez más a Venezuela.
En este escenario, las bases estadounidenses desplegadas alrededor de Venezuela pasan a tener un papel preponderante. La crisis que estalló en 2008 por la autorización del gobierno de Colombia para que el ejército de los Estados Unidos opere en siete bases de su territorio es apenas un ejemplo de lo que se viene.
Hay que recordar que el fallido golpe de Estado a Chávez en abril de 2002 partió de la base estadounidense de Manta, en Ecuador. Desde esa misma base, las fuerzas armada colombianas ingresaron a territorio ecuatoriano en marzo de 2008 para masacrar a integrantes de las FARC. Como respuesta, el gobierno de Rafael Correa decidió días después, en 2008, no renovar el acuerdo para que permanezca esa instalación militar de los Estados Unidos en su territorio. Y finalmente en noviembre de 2009 Correa, otro Mefistófeles regional para el imperio, les dijo “Go home” y la base dejó de operar. La escalada también incluyó el envío a la región de la IV Flota de la Marina estadounidense, que no actuaba por estos pagos desde 1948 y que volvió a operar en julio de 2008 como represalia imperial a la decisión soberana de Ecuador.
En 2005, el Pentágono renovó con los Países Bajos un contrato para ampliar el uso de bases en los enclaves coloniales holandeses en la región, más precisamente en las islas de Aruba y Curazao, ubicadas muy cerca de Venezuela, una zona cada vez más visitada por barcos de guerra de la Marina del país gobernado por un premio Nobel de la Paz, afroestadounidense y progresista. Desde Curazao partieron las dos aeronaves de combate F-16 que invadieron el espacio aéreo venezolano el 8 de enero de 2010. "Es una amenaza contra Venezuela. Son aviones de guerra utilizados para la guerra imperial. No son como ellos dicen, aviones especializados en el combate contra el tráfico de drogas. Nosotros somos serios y estamos señalando una de las amenazas contra Venezuela”, señaló Chávez tras la amenaza, que bien puede leerse en el contexto del surgimiento, en la región, de gobiernos no títeres de Washington, como son los casos de Bolivia, Ecuador y Venezuela.
Mientras buena parte de la prensa nacional e internacional al servicio de los intereses económicos más concentrados contribuye a estigmatizar estos proyectos políticos progresistas con la complicidad de los empresarios locales y la habitual claque de los sectores medios, acaso se pueda pensar que dentro de algunos años, cuando la CIA desclasifique documentos pertenecientes a estos años, se pueda engrosar la Historia Universal de la Mentira, e incluso agregarle algunas paginillas al libro de Weiner sobre las falsedades de la agencia. Hasta entonces, Chávez Cuco.