En el imperio del consumo y los violentos contrastes sociales, con 37 millones de pobres y 42 millones de personas sin cobertura médica, la crisis económica afecta cada vez más a la clase media. Los locales de “Todo por un dólar” crecen como hongos en Estados Unidos, y la mercancía más buscada es la comida. Son el último recurso antes del hambre. En cambio, aquí en la Argentina, donde esos negocios están en extinción, ciertos sectores medios disfrutan cada vez más de la comida gourmet. Allá no tienen a Martín Redrado.
La diferencia con los negocios para los más pudientes es notable. En los locales de descuentos, denominados “Dollar Stores” (“Tiendas de un dólar”), el fetichismo de la mercancía funciona, pero en forma atenuada. No hay lujo, aunque los locales siguen siendo atractivos. Pero gobierna la mezcla y los productos, variopintos, carecen de glamour. No es que todo cuente un dólar, los precios varían. Esa cifra funciona como un símbolo. Cada vez más, quienes concurren allí en busca de baratijas lo hacen por necesidad, y en realidad compran comida, sin importarles la calidad, ni las nuevas ondas y modas de la alimentación macrobiótica o la “slow food” (“comida lenta” un movimiento alternativo a las “fast food” o comida rápida). Es que la búsqueda de la vida sana pasa, para muchos, por lo más básico: comer.
“Las tiendas de un dólar han proliferado como algas en la pileta de la estanflación (recesión más inflación). La cadena de locales Family Dollar, que tiene 50 años de antigüedad tenía 500 locales en 1982. En 2004 ya tenía 5 mil locales en todo Estados Unidos”, señala Habiba Alcindor en la nota publicada en el sitio AlterNet.
De hecho, los locales de descuento constituyen el sector que más ha crecido en la golpeada economía de EE. UU. Actualmente, hay 20 mil negocios de ese tipo en aquel país y sus ventas no paran de crecer, contrariamente a lo que sucede en otros sectores de la economía. Pero el dato con que más insisten quienes analizan este fenómeno es el perfil de los clientes y los productos que adquieren. Cada vez más, se realizan compras por desesperación, como último recurso antes del hambre. No siempre los precios, y especialmente los de la comida, son más bajos que en otros lugares, pero ese tipo de tiendas, psicológicamente, según analiza Alcindor, resultan más acogedoras, más amables para la gente de menores recursos. Es que en el reino del fetichismo de la mercancía, en ese país donde todo el mundo dice “aquí podés hacer lo que quieras mientras tengas dinero”, no tener dinero lo convierte a uno en un paria temeroso.
Y la sola presencia de los magníficos locales comerciales, los templos mayores del consumo, amedrentan y expulsan a quienes andan cortos de fondos. “Los locales de descuento permiten comprar barato y por unidad, no por bultos, como en los supermercados. Los clientes no tienen que esperar las ofertas que ofrecen ocasionalmente las grandes cadenas, ni tienen que ir a las afueras de la ciudad, donde están los grandes supermercados”, agrega Alcindor al tiempo que hace referencia a que existe todo un universo paralelo de “oscuras marcas” creadas especialmente para ese tipo de negocios.
“Los consumidores que se ven obligados a comprar comida barata y resignar las marcas premium, a menudo comen algo que tiene el mismo nombre que el producto caro. Pero sólo eso”, se señala en la nota. Los ingredientes no son los mismos. Los nutrientes tampoco. Es comida de segunda y en muchos casos, según denuncian asociaciones de consumidores, son alimentos adulterados.
La mayoría de los productos proviene de China, pero también los hay de los rincones más remotos del planeta. “Muchos de los alimentos y bebidas que se ofrecen en estos locales de descuento proceden de países con pocas regulaciones. Las galletitas de manteca estilo Royal Danish Dansk cuestan 1,29 dólar, están elaboradas en Indonesia y las distribuye una firma de Melville, Nueva York. Los anillos de miel Mill House son producidos en Argentina y distribuidos en puntos de venta en Puerto Rico, Libia y Senegal. Pepinillos en Turquía se comercializan bajo el nombre italiano Forelli y son distribuidos por Allied International Corporation, con sede en Virginia”, señala la nota.
Mientras los asesores de financias aconsejan a sus clientes invertir en ese floreciente sector de la economía, cada vez más estadounidenses se conforman con esta nueva forma, degradada, del fetichismo de la mercancía. Marcas de segunda, nutrientes de segunda, comida adulterada, para ciudadanos de segunda. La crisis, como la pobreza, es siempre un negocio floreciente para unos pocos. Por ejemplo, para aquellos que jamás pisarán esos zafios locales. Invertirán en ellos, eso sí, pero a la hora de comprar, nada mejor que la Quinta Avenida.