El ojo no mira al magma, te mira a vos.
El ojo no mira al magma, te mira a vos.

Un estado de control inquietante se cierne por estos días sobre gran parte de la sociedad británica. La obsesión por los peligros que comporta la delincuencia común y el terrorismo islámico se extiende como un manto de paranoia que tiñe de sospecha a toda la comunidad. La persecución policial lisa y llana de los fotógrafos en los lugares públicos, sean estos amateurs o profesionales, y la presencia masiva de cámaras de seguridad en todos los rincones del país generan una situación malsana que aunque parece no preocupar al ciudadano promedio puede llegar a ser una pesadilla muda y latente para los espíritus libres.

Un país admirable por sus músicas y letras, por la excelencia educativa, su real multiculturalidad, el dinamismo de su economía y la defensa histórica de su libertad como nación parece estar perdiendo una batalla contra sí mismo. El Reino Unido construye una extraña cárcel en las entrañas de su propia sociedad.

De todos los síntomas visibles de esta situación acaso el más significativo es sin dudas la presencia de millones de cámaras de vigilancia plantadas en cuanto muro, pared, cuarto, edificio o comercio se erige en el Reino. Aparatos estos que registran los desplazamientos de otros tantos millones de ciudadanos y amenazan desde su maquinal silencio a los derechos civiles en este país, por usar una expresión sajona.

Para precisar la dimensión de fenómeno sólo basta saber que hay dispersas en el territorio del Reino Unido 4,2 millones de cámaras, o sea una cámara cada 14 habitantes, el mayor índice en el mundo. Se estima que una persona que realice desplazamientos normales por una ciudad inglesa puede ser filmada a lo largo de un día unas 300 veces.

La cantidad de cámaras, comúnmente mentadas por sus siglas CCTV (Closed-circuit television) se ha triplicado en la última década dando cuenta de la deriva que tiene este fenómeno. Uno va al cine, a la carnicería, a la canchita a jugar un picado, a la iglesia, a la mezquita, al museo, al puticlub, al Ejército de Salvación, a comprar una bacinilla o a la tienda a por un kilo de ravioles y allí seguro habrá al menos una o dos cámaras vigilándonos.

En el condado de Northamptonshire, en el centro del país, ya vienen usando hace tiempo las “Talking CCTV” cámaras a las que se les han acoplado unos parlantes desde los cuales las autoridades reprenden a sus ciudadanos díscolos sobre sus faltas en la vía pública. Faltas relacionas con el alcohol o la higiene pública son punidas con una advertencia oral emitida por un agente o una grabación desde una central distante. El efecto sonoro remite a las mas oscuras páginas del autoritarismo. Uno de estos agentes-locutores de la represión enferma se encargó el año pasado de interrumpir a una pareja en plena faena sexual. No sabemos cuánto tiempo tardó el agente castrador, una vez detectada la pareja pecadora, en lanzar su admonición.

De la investigación que el programa periodístico Newsnight de la BBC realizó en 100 diferentes municipios del territorio británico se desprenden algunos datos sorprendentes. En el municipio de Wandsworth, en los suburbios de Londres, por ejemplo, hay instaladas 1.113 cámaras, una cifra superior a las que se pueden contar en las ciudades de Dublin, Boston y Johannesburgo todas ellas juntas. En las lejanas Islas Shetland, que tienen una población algo menor que Capitán Bermúdez, hay más cámaras de seguridad que las que tiene el departamento de policía de la ciudad de San Francisco en Estados Unidos. Las ovejas por allí son unos bichos de cuidado.

A diez años del uso intensivo de las cámaras, no existen estadísticas fiables que prueben su eficacia en la prevención y elucidación de crímenes. El Ministerio del Interior británico las ha prometido pero no aparecieron todavía. Ya sea por su mal emplazamiento o por su ilegalidad, la mayoría de las tomas de estas cámaras no pueden ser utilizadas como evidencia contra delincuentes en procesos judiciales. Las tasas de elucidación de crímenes, que ronda el 20 por ciento a nivel nacional, son similares entre las zonas con alta presencia de cámaras y las que cuentan apenas con los artilugios. Ese porcentaje del 20 por ciento, evidencia un 80 por ciento de crímenes sin resolución. Una cifra más bien alta en un país tan vigilado.

En declaraciones recientes publicadas por el periódico británico Telegraph el Inspector Principal Mike Neville de Scotland Yard, la policía metropolitana de Londres, aseguró que tan solo 1 crimen se resuelve en esa ciudad por cada mil cámaras. En el mes de agosto de 2009, solamente 8, de entre 269 sospechosos de robos, fueron detenidos gracias a la labor de estos aparatos.

Lo que muchos británicos comienzan a preguntarse, más preocupados por su bolsillo de contribuyentes que por sus derechos ciudadanos, cómo es posible que el gobierno haya gastado en los últimos años la cifra de 500 millones de libras para remozar el sistema de vigilancia y que esto no haya hecho descender los niveles de delincuencia. El negocio que gira alrededor de la seguridad en el Reino Unido tiene dimensiones colosales.

La mayoría de los detractores de esta vigilancia tecnológica argumentan que el único efecto que logran las cámaras es desplazar el crimen hacia zonas no vigiladas, si es que estas existen todavía. También expresan que una mejora en el alumbrado público y una mayor presencia policial en las calles serían más eficientes que el sistema público de fisgoneo. Sus defensores hablan de una prevención real del delito a través de su afecto disuasorio. A falta de cifras que lo demuestren, la real utilidad de estas cámaras es dudosa en los espacios urbanos. Por el contrario, su efectividad en autopistas y carreteras sería mayor que en centros poblados.

Y como las cámaras no son suficientes para ejercer el control total sobre la población, la policía británica está planificando la utilización de naves no tripuladas para vigilar desde las alturas a conductores antisociales, actividades de protesta y hurtos rurales”. Estos aparatos, según reveló en primicia el periódico The Guardian, son similares a las que se utilizan en la invasión de Afganistán y comenzarían a sobrevolar el territorio británico antes de los Juegos Olímpicos de 2012.

Sin abandonar el ámbito de las imágenes, una verdadera caza de brujas contra los fotógrafos por parte de la policía se extiende por todas las ciudades inglesas bajo la excusa de cumplir con la difusa sección 44 de la ley antiterrorista promulgada en el año 2000. Los fotógrafos son detenidos, cacheados, humillados y hostigados por la policía y guardias de seguridad en todo el país. Es una situación grave y muy significativa de la enajenación de las fuerzas del orden. En el mes de febrero, se realizó en la Plaza Trafalgar de Londres una tímida protesta con ecos mundiales que nucleó a algunos fotógrafos que bajo el lema “Somos fotógrafos no terroristas” denunciaron la persecución de la que son objeto.

Según parece, el Estado al mismo tiempo que multiplica su voracidad de imágenes persiguiendo el retrato de una nación sospechosa, hostiga a los fotógrafos creadores de imágenes "libres” que escapan a su control. La Monarquía liberal, pretende a una suerte de monopolio en el control de las imágenes de su propia sociedad. Además de una deriva autoritaria, se trata de un caso extraño de psicopatología estatal.

Otro capítulo de este embrollo de la ultravigilancia son los raides nocturnos de los helicópteros policiales. Estos aparatos, de color amarillo y negro, suelen realizan incursiones nocturnas en busca de cultivos de cannabis a los que detectan con cámaras sensibles al calor. La mayoría de estos cultivos ilegales de la aromática hierba se hacen de forma artificial en sótanos de casas particulares utilizando lámparas de gran potencia, el calor que estas lámparas desprenden es lo que persiguen los uniformados volantes. El ruido que provocan estas naves despierta y sobresalta a miles y miles de personas que descansan tranquilamente en sus domicilios. Cuando llega el aparato y se posa sobre las casas a una altitud de 300 metros se puede ver como las ventanas del barrio comienzan a iluminarse lentamente. Luego de arruinarles el sueño a los vecinos el helicóptero se marcha rumbo a otros barrios y sigue sembrando la angustia y la sospecha.

La situación, que parece emerger de un célebre reggae de los años 80 compuesto por el jamaicano John Holt que se titula precisamente Police in helicopter, es lamentablemente algo más que una ácida composición musical. En este tema emblemático Holt denuncia la persecución que recibían los cultivadores de cannabis en la isla caribeña y cuyo emblema eran precisamente los helicópteros. Jamaica de los 80 o Liverpool de los 2010, los métodos no cambian.

El estado de vigilancia lejos está, justo es decirlo, de generar sobresalto popular, se trata de un estado de cosas, de hechos reales que forman parte de una estrategia y que se proyectan sobre la estructura psicológica de una sociedad. Los periódicos y especialistas debaten civilizadamente sobre el tema mientras que las empresas que fabrican y comercializan estás cámaras alcanzan una rentabilidad récord.

Frente a toda esta locura oficial acaso lo mejor sea no caer en la paranoia que proponen los paranoicos. Los chicos se siguen desmadrando como antaño y no se amedrentan por cuatro cámaras milicas que cuelgan en la esquina del barrio, los británicos siguen vistiendo como se les da la gana y haciendo ejercicio de una libertad inusual en otros países, raros peinados no faltan. Las bandas de rock, que ustedes ya saben jamás harán revolución alguna, no paran de nacer y tocar en los suburbios populares de Manchester, Sheffield o Newcastle, buena salud.

Muy ligada a esta situación, la rebeldía en forma de grafiti está lejos de extinguirse. No es casualidad que Banksy, el grafitero más famoso y misterioso del mundo, sea inglés. A más cámaras más pibes pintando paredes, más jóvenes haciéndoles "fuck you” a los vigilantes artefactos, más personas bebiendo y haciendo el amor como Dios manda. Los ladrones y malandras en general siguen con su viejo oficio y de tanto en tanto las brisas heladas siguen transportando ese aroma único que sólo la hierba de la risa puede tener, por mal que le pesen a los dementes ojos del Big Brother.

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