Con manos temblorosas, Karima extrae un sobre mugroso, escondido debajo de una estera. De allí saca una píldora de opio. Luego de aplastarla, la coloca dentro de un cigarrillo y fuma. La mujer habita una mísera choza de adobe donde atruena la gritería que producen sus seis hijos, varios de ellos adictos. “Cuando fumo no experimento la infelicidad y me calmo. Si no hago esto, me vuelvo loca”, señala la mujer. Y afuera, en las calles de Afganistán bajo vigilancia imperial, sobran los motivos para enloquecer. Las tropas estadounidenses realizan cacerías nocturnas de ciudadanos. Cada vez son más los secuestrados, los desaparecidos, los que aparecen asesinados con las manos esposadas. La droga es el paraíso artificial en el que se refugian cada vez más tanto los afganos como sus invasores. El infierno es real.
El soldado afgano entra en combate sonriendo. Está visiblemente relajado. Ingresa a la línea de fuego como quien accede a su propia casa. Una bala rebota en su arma y no lo hiere por milímetros. El soldado se mata de risa, re-fumado.
Según el informe de la TV pública de Canadá, la Canadian Broadcasting Corporation (www.radiocable.com), cada vez más soldados fuman para sentirse relajados y soportar lo insoportable. Lo mismo sucede con los policías de Afganistán. Según un informe de la BBC, el 60 por ciento de la fuerza usaría estimulantes, según estimaciones del Foreing Office que reproduce información obtenida por las fuerzas de ocupación sobre el terreno, en la zona de Helmand. “La policía esta mal pagada, hace un trabajo de alto riego y ha sido mal entrenada. Hay altos niveles de corrupción en la policía, así como uso de drogas”, señalaron oficialmente los invasores británicos, que al igual que los estadounidenses, se horrorizan de lo que ellos mismos contribuyeron a producir, como la vieja historia de Frankenstein. Y no sólo los uniformados recurren a los paraísos artificiales para soportar el infierno. Los civiles, que son los que se llevan la peor parte como víctimas de la barbarie imperialista, también se refugian en el opio.
Karima describe su aterradora realidad cotidiana en la nota publicada en el sitio e-Ariana (www.e-ariana.com) titulada “Drug addiction, and misery, increase in Afganistán” (“La adicción a las drogas y la miseria crecen en Afganistán”) y firmada por Soraya Sarhaddi Nelson. La mujer está lejos de ser una excepción, su vida es otro síntoma de la devastación de Afganistán. Los hijos más pequeños de Karima ya sufren los efectos de haber sido sometidos al opio y la heroína desde el momento del nacimiento, y no van a la escuela, se señala en la nota.
La mayor de la prole es Fahima, que tiene 12 años, pero el tamaño de su cuerpo corresponde a una chica de 6. Las marcas de la desnutrición resultan evidentes. “Mi mamá me reta si no salgo a conseguirle opio o hachis, así puede ser feliz. Si no usa eso, se pone furiosa y nos golpea a todos”, contó Fahima, que también consume.
Los motivos para sufrir la realidad afgana son muchos: amenazas permanentes de los invasores, ejecuciones indiscriminadas, torturas y desapariciones de civiles, además del hambre, la desocupación y el trabajo esclavo de niños, que ya son estructurales y que se profundizaron con la invasión a partir de 2001.
El informe firmado por Anand Gopal reproducido en TomDipatch.com y Rebelión da cuenta de los secuestros, las torturas, las desapariciones de ciudadanos afganos “sospechosos”. La nota describe las cacerías nocturnas y abunda sobre los horrores de las nueve cárceles que se ubican en distintas bases estadounidenses dentro del territorio afgano. En realidad, más que cárceles, son precarios centros de detención y tortura, apenas unas divisiones con enchapados, mezcladas con alambres de púa, flotando en el limbo de la más impune ilegalidad. Y esto no es una herencia de Bush a Obama, premio Nobel de la Paz: las “cárceles negras” de Afganistán, al igual que los bombardeos de aviones no tripulados, al igual que la cacería humana que cada noche soportan los afganos, son responsabilidad directa de Barack Obama.
“En algún momento de los últimos años, los aldeanos pastunes de la escarpada zona central de Afganistán empezaron a perder la fe en el proyecto de EEUU. Y muchos de ellos pueden señalar el momento preciso de esa transformación, que normalmente se produjo a altas horas de la noche, cuando la mayor parte del país se encontraba dormido. En el hermético proceso de detenciones implementado por EEUU, habitualmente se arresta a los sospechosos en la oscuridad, enviándoles después a una de las áreas de detención establecidas en las bases militares, a menudo por la más ligera sospecha y sin conocimiento de sus familias”, señala el informe de Gopal.
“Este proceso ha conseguido crear incluso más miedo y odio en Afganistán que los ataques aéreos de la coalición. Los asaltos y detenciones nocturnos, poco conocidos fuera de esas aldeas pastunes, han ido poniendo poco a poco a los afganos contra las mismas fuerzas que saludaron como liberadoras hace tan sólo unos años”, sigue diciendo la nota en la que se describen horrores que son conocidos en la Argentina y en todos aquellos rincones del mundo que han tenido que padecer el autoritarismo, la represión y el salvajismo de los intereses económicos más concentrados que no trepidan en masacrar para perpetuarse. Las mismas sombras en la noche, la misma irrupción en domicilios particulares ante el estupor de las familias. Y los mismos resultados: personas desaparecidas, cadáveres que aparecen en lugares descampados, tortura sistemática, acusaciones absurdas, sospechas generalizadas, el miedo como forma de dominar un pueblo invadido que, sin embargo, está lejos de darse por vencido.
Desde la invasión, y más allá de las excusas esgrimidas por el imperio y sus aliados, aumentaron la inseguridad, el miedo, y los abusos. Y también el cultivo de opio, que creció en forma exponencial durante la última década, según datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc, por su sigla en inglés). De acuerdo al último informe de la Unodc (Septiembre de 2009) entre 2001 y 2002 el aumento del cultivo fue espectacular: de 8 mil hectáreas subió a 74 mil. En 2003 siguió en aumento y llegó a 80 mil. En 2004 se produjo otro incremento espectacular y se alcanzaron las 131 mil hectáreas cultivadas. En 2005 bajó un poco, llegando a 104 mil, pero en 2006 se registró otro repunte significativo y se llegó a las 165 mil hectáreas. El récord se alcanzó en 2007, con 193 mil hectáreas cultivadas. En 2008 bajó apenas, 157 hectáreas, y los registros de 2009 dan cuenta de una baja del 22 por ciento: 123 mil hectáreas. Afganistán es el principal productor de la amapola adormidera, de la que se extrae el opio y la heroína, y se calcula que un 75 por ciento del opio mundial proviene de allí. Uno de los objetivos declarados de los invasores es terminar con esta situación, pero los números indican que poco y nada lograron. Y si tenemos en cuenta el fracaso del Plan Colombia llevado adelante por los Estados Unidos para la erradicación de los cultivos de coca, todo indica que las tropas estadounidenses no son las más eficientes a la hora de “luchar como el narcotráfico” como suelen llamar eufemísticamente a sus invasiones. Y acaso pueda pensarse que, además, la presunta “lucha contra la droga” no es más que una mascarada, una tapadera de los verdaderos fines de los invasores. Con sólo repasar la historia de los Estados Unidos se comprobará que sus ataques, agresiones, invasiones y bombardeos estuvieron muchas veces, demasiadas veces, precedidos por mentiras, excusas, autoatentados y fabricación de fantasmas a medida.
Entre los motivos esgrimidos por los invasores para la gran ofensiva que comenzó el 12 de febrero en el sur de Afganistán figura el opio. Miles de soldados de las fuerzas afganas y estadounidenses lanzaron el ataque contra uno de los últimos bastiones talibán. El avance alrededor de Marjah, una de las principales zonas productoras de opio de la provincia de Helmand, es la primera fase de una operación “para restablecer el control del gobierno afgano en la región”, informaron oficialmente. Según las fuerzas invasoras, la operación “Mushtarak” (“Juntos”) es la más importante contra las fuerzas talibán desde que el presidente Barack Obama anunció una nueva estrategia de las tropas yanquis en Afganistán, y una de las ofensivas importantes desde el principio de la invasión que comenzó en 2001.
Infierno, orco, averno, hades, báratro. En un mundo donde desde el comienzo de los tiempos son abundantes las imágenes y los relatos que dan cuenta de esa región particular, de ese más allá gobernado por el castigo, el espanto y el dolor, Afganistán sigue sumido en un horror que resulta difícil de nombrar sin cometer algún grado de banalización. El cuento del infierno ha servido muchas veces en la historia para contribuir a perpetuar, a través del miedo paralizante, el statu quo, el infierno real, el que no es cuento. El dolor y la justa ira del pueblo afgano denuncian y ponen en jaque esa vieja engañifa de las religiones. El verdadero averno está en cada casa, en cada choza que se desploma bajo el fuego imperial. Allí está el infierno.