Marzo de 2003: Militantes pro palestinos queman una bandera estadounidense en honor a una ciudadana estadounidense. Rachel Corrie, de 23 años, murió el 16 de marzo de 2003 durante una protesta contra la demolición de casas palestinas por parte de las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF) en Gaza. La joven se paró frente a una excavadora militar israelí e intentó detenerla, pero la máquina la aplastó. Hoy su nombre se perpetúa en el barco irlandés que intentó llevar ayuda humanitaria a Gaza pero fue detenido por las IDF, las mismas fuerzas que este 31 de mayo perpetraron otra matanza.

“He estado en Palestina durante dos semanas y una hora, y tengo muy pocas palabras para describir lo que veo. Es muy difícil para mí pensar en lo que está pasando aquí cuando me siento a escribir. No sé si muchos de los niños de aquí han vivido alguna vez sin estar rodeados de agujeros de proyectiles de tanques en sus paredes, y sin un ejército de ocupación como parte de la topografía constante. Creo, aunque no estoy del todo segura, que incluso el más pequeño de estos niños puede comprender que la vida no es así en todas partes. Un tanque israelí mató a tiros a un chico de ocho años de edad. Ahora, muchos otros chicos me murmuran su nombre, o señalan los carteles con su imagen en las paredes”, contó Rachel vía mail pocos días antes de su muerte.

La joven cuenta que no le resultaron suficientes todas las informaciones previas, las lecturas, las conferencias, los documentales, para prepararla para aquello que tendría que ver allí en la franja de Gaza: atropellos de todo tipo y una situación humanitaria que apenas podía describir: “No se puede imaginar esto, a menos que uno lo vea”, escribió la joven miembro del Movimiento Internacional de Solidaridad (ISM) que perdió la vida bajo la prepotencia criminal de una excavadora bulldozer Caterpillar D9 de las IDF que operaba en la ciudad de Rafah, desde donde la joven escribió sus últimos mensajes a su familia.

El asesinato de Rachel, lejos de ser un hecho aislado, se suma a las atrocidades cometidas por las IDF, una historia sangrienta y repetida que por estos días tuvo su más reciente capítulo con la muerte de por los menos 9 militantes pacifistas en el buque turco Mavi Marmara. El crimen de la ciudadana estadounidense no fue debidamente investigado; un hecho coherente con la actual reticencia del Estado de Israel para investigar la matanza del 31 de mayo. Todo indicaría, a priori, que se busca un mismo resultado que con el crimen de Rachel: la impunidad.

Por aquellos días de 2003, el ejército israelí demolió más de tres mil hogares palestinos en los territorios ocupados, y además arrasó extensas áreas de tierra agrícola, propiedades públicas y privadas e infraestructura de acueductos y electricidad en zonas urbanas y rurales. Hoy, la mira, literalmente, está puesta en el mar, desde donde cientos de ciudadanos de todo el mundo (incluso estadounidenses e israelíes) están intentando llevar ayuda humanitaria para aliviar la situación de la población de Gaza, que padece el bloqueo desde hace tres años.

Este lunes llegaron al aeropuerto de Dublín los cinco activistas del buque que lleva el nombre de la joven asesinada en 2003: Rachel Corrie. Los militantes fueron deportados desde Israel tras el abordaje por parte de comandos israelíes en aguas internacionales. Los cinco fueron recibidos entre aplausos y vítores en el aeropuerto de Dublín por familiares y simpatizantes, según informó la prensa local. Ondearon banderas palestinas, se escucharon gritos de "Boicot a Israel" y se recordó el nombre de la estadounidense, perpetuado en el barco irlandés que fue capturado en alta mar al mejor estilo pirata.

Días antes de su muerte, Rachel tenía pesadillas recurrentes: “Sueño con tanques y excavadoras”, escribió a Craig y Cindy, sus padres. “Me siento relativamente segura y pienso que el mayor riesgo es ser arrestada”, escribió la joven estudiante. Se equivocaba. O tal vez intentaba no preocupar a su familia.

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