Plaza del Milenio, en el centro de Leeds, al norte de Inglaterra. Una pantalla gigante frente al Ha Ha Café concitó la atención de cientos de personas, algunas sentadas frente a las mesas del bar, muchas más sobre el embaldosado, por toda la plaza. Holandeses color naranja, como locos, se tomaron todo y terminaron enfiestados. Unos pocos brasileños se volvieron invisibles apenas terminó el encuentro. Los ingleses veletearon.
Frente al Museo de la Ciudad de Leeds, en medio de una mezcla de estilos arquitectónicos que hablan del pasado industrial y el presente financiero de este lugar, se despliega la enorme Plaza del Milenio, el principal centro de reunión de los ciudadanos de Leeds desde la Edad Media. Bajo el tibio sol del verano, con unos 25 grados de temperatura que los lugareños consideran una bendición después del riguroso invierno, una mezcla de etnias, culturas y nacionalidades reunidas en un mismo sitio, para ver el partido Holanda-Brasil.
Una bella brasileña solitaria quedó como petrificada en uno de los bancos de la plaza. Los ingleses, ya eliminada su selección, confundidos todavía por el shock de la derrota, alentaban ora a Holanda, ora a Brasil, como quien no encuentra un lugar en el mundo después de un fracaso.
Una vez finalizado el partido, los de Holanda siguieron la fiesta en el Sport Cafe, un enorme bar con varios pisos y desniveles dedicado a los deportes, adornado con camisetas de fútbol y rugby, fotos de boxeadores, y hasta un auto de fórmula uno pendiendo del techo entre decenas de pantallas de TV. Los muchachos naranjines siguieron bebiendo allí. Los ingleses los felicitaban efusivamente, y de paso intentaron matar con pintas de cerveza esa inextinguible sed que siempre los abruma. Un par de muchachos con la verde amarela seguían atentamente el partido que tenía lugar en Wimbledon entre Murray y Nadal.