Citizens of hope & glory, sin laburo.
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William Beveridge fue economista y dirigente político. Amigo de Keynes, se especializó en precios y empleo. Se considera que su reporte de 1942 sobre seguridad social en Inglaterra fue el puntapié inicial del denominado Estado de Bienestar, que se impuso aquí tras la Segunda Guerra para luego ser esmerilado por las sucesivas embestidas conservadoras. Las políticas de ajuste que por estos días pesan sobre los ingleses casi tanto como la eliminación del mundial, esputan la memoria de Willy.

“Ein Gespenst geht um in Europa – das Gespenst des Kommunismus”. La frase de Marx al comienzo del Manifiesto (“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del Comunismo”) causó pavor en el continente.

Durante la Guerra Fría, las potencias capitalistas se devanaron los sesos para evitar que los trabajadores fueran seducidos por el socialismo. Con ese objetivo, los partidos burgueses parieron sus golems, y soltaron por cada rincón de este continente los fetiches necesarios para evitar el enrojecimiento de la sociedad y el triunfo definitivo del espectro. Así idearon una suerte de antídoto, que como todo buen antídoto debía tener, en dosis mínimas, algo del veneno que pretendía neutralizar, y mucho de gestualidad vacía y retórica culposa.

El Estado de Bienestar, la Socialdemocracia y “el capitalismo de rostro humano” se cuentan entre los integrantes de esa mojiganga que, entre lo real y lo ficticio, entre las verdaderas políticas sociales y los maquillajes, marcaron el período de posguerra en Europa, poniendo en el tapete el papel del estado en la regulación de la economía.

El denominado “Welfare State”, invento inglés en el que Beveridge tuvo mucho que ver, es hoy atacado y pisoteado en su propia tierra natal. Cada medida de ajuste, cada suba de impuestos y recorte de subsidios es un escupitajo sobre la tumba de Beveridge.

En verdad, son apenas los últimos y débiles vestigios del viejo Estado de Bienestar lo que hoy es destruido, cual peste o triste rémora del pasado, en beneficio de las más alevosas especulaciones del capitalismo financiero, que es el gran vencedor del capitalismo industrial. Y en la propia patria de la Revolución Industrial.

Como anticipó en el siglo XIX el mismo autor que agitó el Gespenst des Kommunismus, los gobernantes están actuando hoy, cada vez más abiertamente, como los gerentes de negocios de los grandes bancos y compañías financieras, en detrimento de los trabajadores, desocupados y jubilados. Menos subsidios, despidos más baratos, menos apoyo del estado. En resumen, exactamente lo contrario de lo que indicaba el “Reporte Beveridge” en 1942 con sus políticas de promoción del empleo y el seguro social.

Beveridge dispuso las bases de un sistema de seguridad social y de salud, con la mira puesta en el pleno empleo. Para Beveridge, una sociedad con pleno empleo no debía tener más que un 3 por ciento de desocupados. Pero sus anhelos quedaron muy lejos de la realidad actual del capitalismo financiero globalizado: con los planes de ajuste anunciados por el gobierno de David Cameron se crearán medio millón de desempleados, que se sumarán a los actuales dos millones y medio. Hacia fines de este año, las personas sin trabajo sumarían más de tres millones en Inglaterra.

Los diarios ingleses lucen por estos días atiborrados de palabras con filo: hacha, cortes y recortes. La Audiencia Nacional informó que se malgastaron decenas de millones de libras en programas de viviendas estatales tercerizados a empresas privadas. Y ni siquiera las cárceles quedan al margen del hacha neoliberal: el secretario de Justicia, Kenneth Clarke, señaló que hay en Inglaterra una cantidad "sorprendente" de presos, y propuso acortar penas y encarcelar menos gente, produciendo una ola de críticas y pedidos de renuncia. Mantener un preso cuesta 38 mil libras por año, aseguró Clarke, más que mandar un niño a estudiar a Eton, la institución educativa más cara de este país.

El nuevo gobierno británico anunció además una reforma del “deficitario sistema de bienestar social”, para incentivar a los desocupados a buscar trabajo y reducir “el extendido abuso del seguro de desempleo”.

Beveridge pensaba que el estado debía asegurar al trabajador un mínimo estándar de vida y no permitir que, bajo ningún concepto, cayera por debajo de esa línea. Para convencer a los más conservadores, el economista sostenía que, a la larga, el sistema de seguridad social iba a redundar en beneficios de los empresarios, aumentando la productividad de los trabajadores y transfiriendo al estado algunas cargas, con los cual los productos británicos resultarían más competitivos. Según Beveridge, el estado debía encargarse de proteger a los ciudadanos “desde la cuna a la tumba”.

Hoy Beveridge yace olvidado en una solitaria tumba de Thockrington, Northumbria.

(Fuentes: Archivos on line BBC News/ Socialist Health Association)
 

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