El joven pensó que la manera adecuada de leer el material de la Real Fuerza Aérea era sentado y aislado, en una suerte de trono. Pero no en el Palacio de Buckingham, sino en un retrete de la estación de trenes. El lugar no es ajeno a esos menesteres. En los baños públicos se exhibe un afiche del Ejército invitando a los jóvenes a ir donde Mambrú, por un sueldo de 17 mil libras anuales (unos 100 mil pesos). La lejana guerra en Afganistán está muy cerca, presente en la vida cotidiana.

El joven medita si vale la pena ir hasta la lejana provincia de Helmand, en Afganistán, a agarrarse a tiros por cuestiones que acaso apenas comprenda. Mientras hojea el lujoso y bien diagramado material gráfico de la Royal Air Force, en medio del trajín de los orinales, el cartel muestra una escena de guerra y dice "Es bueno estar allí afuera entre compañeros. Especialmente entre héroes. Más de 17 mil libras al año. Llama al 08456008080. Oficina de Empleos de la Región Noreste. Ejército. Sé el mejor". La remuneración mínima ofrecida representa un sueldo básico en Inglaterra, una cifra apenas suficiente para una familia. La estética del anuncio se parece bastante a la de un video juego. Y efectivamente, colocadas junto a una publicidad de un juego de guerra, como sucede por ejemplo en el baño del pub Carpe Diem, las imágenes de ambos afiches se confunden, se mezclan y resignifican.

A pocas cuadras de la estación de trenes y el pub de tan sugerente nombre, en la Oficina de Reclutamiento del Ejército, un oficial de imponente estatura, luciendo uniforme de camuflaje, asesora, con gesto adusto pero invitante, a un joven pálido y canijo que responde con miradas de asombro mientras hojea un librillo sin el amparo del retrete.

Mientras los jovencitos basculan entre la amargura heroica de la guerra o aquella más acariciante del lúpulo, los muertos regresan y la presencia de los ausentes muta en monumentos, homenajes, hagiografías y palabras de encomio. Todos los días, sin excepción, aparecen en los medios las historias de vida de los jóvenes muertos en la lejana Afganistán. E incluso la de algunos todavía vivos, que explican la importancia de la tarea que desarrollan allí y cómo la gente del lugar “los quiere y valora”.

“La gente nos trata bien, especialmente los niños. Todos confían en nosotros y están contentos de que estemos allí”, señaló al diario Evening Post el soldado Ben Brummit, de 22 años, que trabaja construyendo puentes en Helmand. El joven forma parte del escuadrón de apoyo de la Legión 21 de Ingenieros y el tono Heidi-naif de sus declaraciones es usual en este tipo de notas.

Desde 2001, 329 soldados británicos murieron en Afganistán: 282 en acciones militares y 39 a causa de enfermedades. En cualquier calle de Inglaterra se puede presenciar por estos días la danza macabra entre los viejos espectros de las dos guerras mundiales y los de la actual, que regresan a la patria dentro de bolsas de un macabro color negro. Los viejos héroes de aquellos conflictos pasados cobijan a los muertos más nuevos: "Dieron su vida para que nosotros podamos vivir en paz", dice la tarjetita que siempre va adosada a una corona, o bien a un pequeño crucifijo que parece hecho con palitos de helado.

Mientras los jovencitos meditan, en plazas, pubs o retretes, si se alistan o no en el Ejército para ser "los mejores" y ganarse unas libras, los diarios anuncian que el videogame de Helmand duraría hasta 2014, fecha elegida para la retirada de las tropas. Y los palitos de helados siguen cruzándose, día a día.
 

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