En noviembre de 2008 El Eslabón publicaba la siguiente entrevista con la jueza Laura Inés Cosidoy, quien por esos días accedió a responder algunas preguntas con relación a por qué se excusó de participar en el juicio oral denominado Guerrieri-Amelong, que finalmente concluyó con una sentencia ejemplar que condenó a cárcel perpetua y común a los primeros cinco represores de la ciudad que fueron llevados al banquillo de los acusados.

Entrevista con Laura Inés Cosidoy

La doctora Laura Inés Cosidoy es una mujer de perfil alto, fuerte personalidad y estilo frontal, que supo llegar a las primeras planas de los matutinos locales por sus altisonantes declaraciones sobre el combate al narcotráfico. En marzo de 2005, dos ex detenidas políticas ya habían cuestionado públicamente, en el diario Rosario 12, el desempeño de Cosidoy durante la dictadura, cuando fue defensora oficial de ambas. A eso se suma una información publicada en el número anterior de el eslabón: el dato era que el represor Eduardo “Tucu” Costanzo había dicho ante numerosos testigos que lo unía una amistad con la doctora Cosidoy. Esos elementos hicieron pensar a organismos de derechos humanos y sobrevivientes de la dictadura que la excusación de Cosidoy podría ser una maniobra dilatoria del inicio del juicio. La inquietud movió a este cronista a perseguir una nota con la jueza.

 
PRIMER CONTACTO

Atiende el teléfono una mujer de voz áspera, con ese ronquido inconfundible de los fumadores compulsivos, adictos al tabaco. “¿Doctora Cosidoy?”, pegunto. “Sí”, responde. Le digo que “quiero hacerle una entrevista sobre algunas cuestiones ligadas a las causas del terrorismo de Estado en nuestra ciudad”. Y ella me consulta: “¿Qué concretamente?”. Entonces le contesto que “son varias cuestiones, fundamentalmente por qué se niega con tanta persistencia a integrar el tribunal oral que juzgue a los represores de la Quinta de Funes. También, si tiene –como él aseguró– una amistad con el represor Eduardo Costanzo”. La jueza dice: “No me parece algo para hablar por teléfono”. “Estoy de acuerdo”, reconozco y combinamos una cita para unos días más adelante en los Tribunales de calle Oroño.

 
EN EL PALACETE DE LA JUSTICIA

Tres de la tarde en los Tribunales de bulevar Oroño. Nunca pensé que ingresaría con mi auto por el portón enrejado al que hace unos diez años estuve subido para arrojarle huevos al represor Costanzo. Estaciono y los prefectos me conducen al despacho de la doctora Cosidoy, en el primer piso de esa mansión de techos altísimos y cuadros enormes de prohombres de familias de la aristocracia rosarina.

La jueza me recibe en su escritorio, que está minado de figurillas de cristal, parsecs, madera y otros materiales artesanales, lo que me permite hacer un comentario baladí como para romper el aire solemne, tenso, instalado en el ambiente y que acompañará toda la charla –de unos 40 minutos– que por momentos será rígida, fuerte, pero que con el tiempo se irá relajando. Que tendrá tramos de discusión lisa y abierta, pero que culminará con el ofrecimiento de información valiosa aportada por la jueza, que servirá para el trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo y no será publicada en esta nota.

 
“Básicamente quiero saber de su propia fuente”, digo y pregunto: 

—¿Cuáles son los argumentos con los que se niega a integrar el tribunal oral que juzgue a los represores de la Quinta de Funes? ¿Por qué esa persistencia que termina dilatando el inicio de los juicios?

—Ojo que no es únicamente eso lo que frena el inicio de los juicios, porque todavía se está peleando por la designación de personal. Y cuando se terminó con lo del personal hay que ver dónde se lo metemos porque no tenemos lugar. La Cámara Federal puso un montón de trabas para la construcción acá atrás. No hay lugar todavía para que la gente trabaje, no hay elementos, no hay muebles. Aparentemente desde afuera es “no se termina de conformar el tribunal”, pero hay otras cuestiones. En qué lugar se van a realizar las audiencias. No es fácil, es fácil decir y por qué no se hacen. Y además hubo un montón de presentaciones de las defensas, diez mil planteos que dilatan la cosa. Es imposible materialmente.

—Sin desconocer estas cuestiones que señala, varios querellantes ven que esto de que no se resuelva su excusación, genera una dilación en el inicio de la causa…

—Si no me aceptan la recusación y la Corte responde mañana, si no me aceptan la excusación, la gente que está diciendo “esto no empieza, esto no empieza”, me va a recusar.

—¿Cuáles son los argumentos por los que se excusa?

—Te lo voy a hacer muy claro. Vos sos una persona a la que yo defendí una equis cantidad de años, en esos años te vi una vez por mes, donde me contaste que te torturaron, las cosas por las que has pasado, el miedo que sentiste; y de repente en una causa, esas personas a las que yo tenía como el torturador, como el que provocó un aborto sin anestesia, el que golpeó… De repente te ponen nombre y apellido a esas personas y lugares físicos determinados… De verdad, desde el fondo de mi alma no se hasta qué punto me pueden exigir que yo sea objetiva en esa cuestión… Y vos que me contaste ese tipo de cosas en privado, convencido de que había un secreto profesional, un día te recibo como jueza, te leo tus derechos, te leo “promete decir verdad de lo que sepa y se le pregunte”, y vos sabés que yo estoy preguntando cosas que yo sé porque vos me contaste.

—En ese sentido, lo que señalaban varios querellantes… (me interrumpe)
—Yo te pido un favor, vos estás hablando conmigo, sabés quién soy, dónde estoy, cómo me llamo…

—Es que hay quienes han hecho públicas sus opiniones, o los que me han dejado a mi hacerlas públicas que los puedo nombrar, pero sucede que algunas personas por diversas razones, a veces miedo, no se animan… (me interrumpe otra vez)

—Bueno, yo te pido que me preguntes cosas que te han dicho personas concretas y que me puedas nombrar, porque sino no es pareja la cuestión.

—Claro, pero usted sabe que el periodismo tiene el derecho de reservar algunas fuentes de acuerdo a… (nuevamente me corta)

—Bueno, entonces yo tengo el derecho de no contestar. Si vos me decís algunos querellantes, algunas personas, no te voy a contestar.

—Por supuesto, ese es un derecho que usted tiene y yo respeto.
—Si vos me decís, fulano de tal opina tal cosa, qué dice usted sobre eso, yo te contesto lo que vos quieras.

—Entonces le pregunto, en base a lo que yo leí del expediente de la causa que se eleva y en la que usted se excusa, es decir la denominada Quinta de Funes, causa en la que las víctimas estuvieron detenidas desaparecidas todo el tiempo, por lo que no pudieron ser defendidas por usted. ¿Cómo hace valer los argumentos que me explicó recién, cuando usted no tuvo esos casos?

—Yo en mi escrito lo explico claramente, no hay causa que sí o causas que no, yo necesito estar inhibida en todo. Suponte que en esta causa fueron detenidos sin procesar, pero hablan de un lugar que mis defendidos me dijeron estar. Estamos hablando de un área.

—Usted decía que en el caso de que la terminan confirmando para que integre el tribunal oral, habrá quienes la recusen ¿Se refiere a querellantes o imputados?

—Creo que sobre todo los defensores de los imputados…
—¿Por qué?
—Vos no viste mi escrito, pero yo te dejo en claro qué es lo que yo digo para separarme de la causa. ¿A vos no te cierra?

—Cuando busqué cuales podían ser los argumentos suyos para apartarse, pensé en lo que han dicho algunos ex detenidos que no consideraron correcto su desempeño cuando fue su defensora oficial.

—¿De quienes hablás?

—Le nombro dos que hicieron públicas sus afirmaciones: Marta Bertolino y Liliana Gómez. Incluso tengo acá un recorte del diario Rosario 12 del 27 de marzo de 2005, que marqué y le puedo leer por si no tuvo oportunidad de hacerlo.

—Si lo leí, y pueden cuestionar lo que quieran. Yo tuve cientos de defendidos. En ese momento no había defensores particulares. Lo mataron al doctor (Rodríguez) Araya, yo creo que en esta zona, como defensor particular me he cruzado con el doctor Ricardo Molina, y con algunos abogados que eran padres de algunos procesados. A los demás los defendí a todos yo, y escuché dos opiniones en contra. Por lo que yo sé, incluso por declaraciones de testigos al Juicio a las Juntas, como por ejemplo Arce, a raíz de sus dichos, que no sé por qué llegó a hablar de mí en la audiencia, fue uno de los elementos que se tuvo en cuenta para que me confirmen en el cargo en el año 85. Alfonsín había asumido en el 83, y hasta el 85 no sabía qué iba a pasar conmigo, porque habían hecho renunciar a magistrados y funcionarios judiciales (que venían de la dictadura). Pero el gobierno de Alfonsín me confirmó en el cargo. Creo que los análisis que se hicieron en ese momento fueron profundos, sobre todo para dejar a alguien en el cargo. Esas que vos mencionás son opiniones de dos personas que respeto, que pueden haberse sentido mal representadas, pero que de todas maneras están los expedientes de esas personas para que sean evaluados.

—En algunas de sus declaraciones dicen que les “consta sus niveles de colaboración y coincidencia, de sus empatías con el poder militar”. Yo quisiera escuchar que responde a eso.

—No creo que tenga que contestarle a esas personas en concreto. Si en algún momento hubo algún tipo de empatía como manifiestan, siempre fue utilizado en favor de las personas que yo defendía.

—¿Usted utilizó como parte de su estrategia de defensa algún contacto que pudo tener?

—No, no. Pero si algún contacto tuve, y buen contacto pude haber tenido, siempre lo utilicé en favor de mis defendidos. Ejemplo, Bielsa.

(Han sido públicas las declaraciones del ex canciller y ex candidato a gobernador de Santa Fe, Rafael Bielsa, de agradecimiento al desempeño de la doctora Cosidoy en su defensa durante la dictadura).

 
—¿Y me puede dar un ejemplo de contacto, o qué tipo de contactos pudo haber tenido, quién o quiénes, un nombre?

—Te lo hago muy claro. Si yo tengo una entrada permitida. Si yo tengo un contacto al que yo le pueda decir “yo digo esto”, y alguien me escucha, y eso hace que Bielsa pueda salvar su vida como dijo él. No te hablo de una persona determinada, de las personas que podrían haber tenido injerencia en todo este tema del que estamos hablando.

—Estamos hablando de una persona con poder de decisión.
—Obviamente.
—¿Me puede precisar con un ejemplo concreto con quien ha tenido contacto?

—Con muchas personas que tenían poder de decisión. Cuando me hice cargo de la defensoría hacía nueve meses que estaba vacante; nadie de los procesados había podido ver sus expedientes, ni de qué los acusaban; los jueces de ese momento querían que yo hiciera resúmenes, y yo decidí presentarme ante mis defendidos por algo concreto como un expediente. Entonces conseguí que el comando del Segundo Cuerpo de Ejército, me dieran custodia para que los jueces que no me los dejaban sacar por la inseguridad de los expedientes y demás; con esa custodia no me pudieron decir nada, y la primera vez que vi a todos mis defendidos, viajé en un auto de la Policía que no cabían más de dos personas por lo lleno de expedientes. Y a mis defendidos les mostré sus expedientes. Ese es un ejemplo de lo que pude conseguir a través del respeto y la consideración que me gané en ese medio.

—A lo mejor usted no me está entendiendo por qué me hace ruido esto de sus contactos… (interrumpe)

—No, mirá, yo creo que si sé por qué me preguntás esto, y tiene que ver con un run-run que se ha hecho de mala fe, pero lo podés borrar de tu cabeza, porque no es así.

—No, tiene que ver con algo que yo le adelanté cuando hablamos por teléfono, sobre unas declaraciones que hiciera el represor Eduardo Costanzo, que había asegurado tener una amistad con usted.

—No tuve, ni tengo una amistad con Costanzo y en todo caso le tendrás que preguntar a él, por qué lo dijo.

—Costanzo también dijo en esa oportunidad que había mantenido con usted una conversación telefónica por unas cuestiones ligadas a la situación de prisión domiciliaria en la que él se encuentra.

—Yo no sé por qué fue, pero era algo como inminente. Y sí llamó una mañana a mi casa por teléfono, y me preguntó y le dije que no tenía la menor idea y que además yo no intervenía en el tribunal.

—Cuando hablamos por teléfono y yo le mencioné lo de Costanzo, usted me reconoció que lo conocía de antes. Yo que me quedé con esto de los contactos, quería saber en qué circunstancias o de dónde lo conoce.

—No me acuerdo en qué circunstancia. De todas maneras, Costanzo no era una persona con poder de decisión en el tema que estamos hablando. Justamente, en este momento tienen cara, nombre y apellido las personas que integraban los grupos (de tarea), para mí eran grupos. A vos te parece que en esa época yo pude haber sabido quienes estaban en los grupos.

—Sería lógico que los detenidos que usted defendía le hayan nombrado a sus secuestradores.

—No, no. Con nombre… salvo casos muy especiales, que me lo han contado bajo secreto profesional, que no lo voy a repetir… y que realmente podían hacer cosas cotidianas o muy terribles. Pero excepcionales son casos así. Pero lo que yo te iba a decir, que contrasta con esto, con lo que vos pensás y con lo que dice en ese diario, si vos tenés algún contacto de gente que sepa de esa época, en esos grupos de los que vos hablás, con Lo Fiego y demás… yo fui y sigo siendo para ellos “la terro”. Esa gente no veía bien la forma en que yo defendía a mis defendidos, mi contacto permanente con las familias de mis defendidos, y así me gané el mote de “la terro”. Por lo cual creería, además de lo que dicen mis escritos, que ellos me recusarían.

—Respecto de los contactos que usted pudo utilizar… (interrumpe y me corrige)
—Yo no usaría el término utilizar, más bien diría que los aproveché en favor de mis defendidos.

—La pregunta es: ¿alguno de esos contactos hoy por hoy ha sido investigado, procesado o imputado, como por ejemplo Guerrieri, quien pone nombre a la causa de la que estamos hablando?

—No ninguno, no conocía a Guerrieri, ni a Pagano ni a ninguno•

 

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