Este miércoles 20 de diciembre se realizó en Plaza San Martín, un festival bajo la consigna “Cuando el Fuego Crezca quiero estar allí”. La frase, que sirvió para convocar a juventudes políticas que recordaron a los caídos de diciembre de 2001, disparó varios recuerdos y algunos olvidos.
“Me pregunto si mi raza como ese fuego agoniza, o si está ardiendo la brasa y hay que soplar la ceniza” Arturo Jauretche
Habrá sido por el año ’97 o ’98, la verdad no recuerdo con precisión. Con Edu, Carucha, Kurt, Matías, Flor, Ingrid, Loli, Nora, Riga, Marina, y tantos otros compañeros, solíamos ir al CEC, al Anfiteatro, o algún otro antro, a ver si podíamos colar a los recitales de Divididos, Las Pelotas, La Besuit, o el que viniera. No teníamos un mango y estábamos acostumbrados a no quedarnos con las ganas de nada.
En esos lugares nos encontrábamos con mucha gente que participaba de los escraches, de la facultad, más amigos que íbamos sumando en los diferentes caminos que andábamos por esos años, como los pibes del barrio Ludueña que conocimos gracias a Pocho: el Malevo, Varón, Moncho o Lucas. Con alguno de ellos viajamos varias veces a ver a los Redondos.
No recuerdo un momento exacto, pero llegó un tiempo, en que junto con la malaria que se profundizaba, cada vez éramos más los que quedábamos afuera de los recitales, que los que tenían entrada. Me viene a la memoria uno de Divididos en el CEC, en el que por primera vez había un vallado rodeando el galpón, y luego un pasillo hecho con maderas que conducía al ingreso. Los pibes nos sentábamos alrededor de ese perímetro, y cada tanto alguno se mandaba, saltaba el vallado y corría para ver si llegaba a meterse en el pasillo antes que lo atrape la cana, o la prefectura.
Me acuerdo dos quilombos muy grandes. Uno en un recital creo que de Los Piojos en el CEC, que terminó con tiros, corridas y dos cumpas detenidos.
El Zeta se había empezado a putear con un chabón de la seguridad del recital. Había mucha gente afuera, la calentura fue en aumento, comenzaron los forcejeos, volaron un par de piedras, aparecieron los prefectos a los tiros, y salimos todos cagando por esa calle de adoquines.
Adelante mío corrían Carucha y más allá Matías. A la altura del destacamento de prefectura un par de prefectos lo atraparon a Mati, y Carucha, que venía con el envión de la corrida se les tiró encima para “rescatarlo”, pero también lo agarraron. Yo seguí a los pedos, y a la altura del Barrilito, que había un teléfono público, llamé a Alicia, la vieja del Edu, creo que era diputada nacional en ese momento. A los veinte minutos teníamos a una delegación de organismos de derechos humanos en la puerta de Prefectura.
El otro bardo grande fue más acá, cerca del 2000, en el Club Sportivo América, donde tocaba la Bersuit. La bronca en la pendejada estaba a flor de piel. En esos lugares se mezclaban hijos de clase media, de laburantes y de los barrios más hechos mierda de la ciudad. También nos encontrábamos con gente de agrupaciones universitarias, como Cumpa, Venceremos o el Pampillón, con quienes participábamos en las marchas federales, de la resistencia, en las movilizaciones multisectroriales de los 24 de marzo, o contra las políticas neoliberales que convocaban juntos la CTA y el MTA entre ortos.
La banda del pelado Cordera era casi la cortina musical del estallido que se avecinaba. De hecho, El Estallido, junto con Señor Cobranza, eran las marchas de la bronca de las fiestas en casas de estudiantes, peñas universitarias, e incluso de lugares para ir a bailar como el sótano del Berlín.
Del Sportivo América también nos sacaron a los tiros. Encima nosotros estábamos con algunos pendejos de la Cuarta, que se habían enganchado con la Bersuit, de tanto escucharla en el local que teníamos a la vuelta de La Rigoberta.
Como en un flash, los veo a Carucha o Eduardo tratando de meter cantitos contra los represores, Menem o De la Rúa, en los tumultos de wachos que se armaban afuera de esos recitales. “Dejan sueltos genocidas, como Patti o Pinochet, y los pibes van en cana, por ver a Patricio Rey”, logró instalar el Edu una vez en un bondi repleto de ricoteros, cuando fuimos al último recital de los Redondos en cancha de River.
De golpe me viene una imagen de Crónica TV, donde un flaco con la remera de Patricio Rey, le hace un mano a mano a un Robocop, de esos que reprimieron en Plaza de Mayo, no recuerdo que noche, si el 19 o 20 de diciembre.
Debe haber sido el 20, porque del Monumento a la Bandera, algunos nos fuimos a la casa de Pecos, que cumplía años. Era todo tan vertiginoso, las sensaciones encontradas, sentíamos que estábamos viviendo algo los más parecido a una revolución, que nos podía tocar en nuestras vidas. Al mismo tiempo nos atravesaba el dolor por los casi cuarenta muertos, los heridos, los detenidos.
Más difícil era tragarse lo que había pasado con Pocho el día anterior. Los hijos de puta lo fusilaron en la escuela de Las Flores. La noticia me la dio la Flor, cuando estábamos en la escuela de Policía, para reclamar la libertad de los chicos de La Rigoberta, a quienes habían detenido con todos los instrumentos de la murga que se estaba formando en el barrio. Habían salido a manifestarse sobre calle Necochea.
“Cuando el fuego crezca quiero estar allí”, fue el título de la actividad organizada este miércoles 20, en la Plaza San Martín, por un amplio abanico de organizaciones juveniles, como la JP Evita, Agrupación Envar El Kadri, Movimiento Martín Fierro, Federación Juvenil Comunista, FUP Económicas, Corriente Peronista, JP Descamisados, Alternativa Popular, Peronismo Militante y El Movimiento.
Se juntaron para “recordar a los caídos” de la masacre de De la Rúa, Reutemann y compañía, y para defender la idea que desde aquel estallido, “en el país comenzó una nueva etapa de cambios”, en sintonía con los procesos nacionales y populares que se viene desarrollando en países de la región como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Uruguay, y Brasil.
Ahí, en el medio de la plaza, nos encontramos como siempre con Carucha y Eduardo –cada uno con sus hijos–. En el escenario, Pancho, otro compañero que tocó con su banda Siam, contó una historia y peló una bandera pintada por Carucha el 19 de diciembre de 2001 para llevar a la calle: “Patria si, colonia no”, decía.
Después Carucha me preguntó: “¿No te acordás que esa frase del Indio, «Cuando el fuego crezca quiero estar allí», la pintamos en una pared del CEC, con aerosol, hace como doce o trece años?”. Le dije que sí, pero la verdad es que no me acuerdo bien, aunque siempre me gustó esa frase, que me hace pensar en que con toda la mierda que tuvo la década del noventa, hubo una gimnasia que hay que valorar, en la que Las Viejas y los viejos hicieron de puente con las luchas anteriores, trabajadores ocupados y desocupados resistieron, y los pibes, que eran menos que ahora, metieron su quilombo.
“La ciudad de los pibes sin calma”, tituló el diario La Capital un día de aquella infausta década, en una doble página, a todo color, ilustrada con una foto de Kurt con una bengala roja en la mano, en medio de un pogo de jóvenes entreverados en el humo espeso, frente a la cárcel de mujeres, al cierre de un escrache a los genocidas de las dictadura.