Los vínculos entre la policía rosarina y las denominadas barras bravas del futbol local se encuentran con sólo escarbar un poco. La secuencia de imágenes que se muestra en esta nota está subida al perfil de Facebook cuyo nombre, Panadero Traidor, remite a la interna que se oculta detrás de las tribunas rojinegras.
En la saga, la cámara de algún fotógrafo avezado permite identificar sin dudas a los protagonistas de la escena: el jefe de la policía de Rosario, Néstor Arizmendi; el subcomisario Fernando Ochoa y uno de los líderes del paravalanchas de la popular de Newell’s, Diego Panadero Ochoa.
Para los autores del perfil de Facebook, el encuentro se trató de una “traición” del Panadero, referente de una de las facciones de la barra leprosa. Pero la publicación de las fotos es sólo un reflejo virtual de la especie de guerra que se viene librando desde hace tiempo –recrudecida desde la muerte de Norberto Pimpi Camino– en las tribunas del Coloso Marcelo Bielsa y en buena parte de la zona sur de la ciudad, en la que presuntamente se disputa el control de la popular rojinegra y el territorio donde se emplazan los “comercios” vinculados con la venta de drogas y otros negocios ilegales.
La publicación on line de las imágenes, que desde otra mirada puede interpretarse que perjudican tanto al Panadero como a los oficiales de policía, además permite especular con que la interna de la policía quizás también esté presente en el pulso –o en el bolsillo– del que disparó la cámara.
La serie de fotos, fechadas en agosto de 2011, no muestran más que una aparente afable charla entre uno de los líderes de la barra rojinegra y dos altos oficiales de la policía rosarina: uno, Ochoa, subcomisario de la seccional quinta; el otro, nada menos que el actual jefe de la Unidad Regional Rosario, Néstor Arismendi, sobre quien apenas asumió se conoció que tenía una denuncia anónima por enriquecimiento ilícito en la ex Asuntos Internos.
Pero las imágenes también muestran la cercanía existente entre policías y barras. Es notable además que no se trata de un encuentro casual en el marco del tumulto de ingreso de los hinchas, sino más bien la reunión de dos jefes.
Mal menor
Vale aclarar que el Panadero Ochoa aparece para muchos hinchas y socios consultados por Redacción Rosario como un “mal menor” de la popular, puesto que las otras facciones que se estarían disputando el paravalanchas rojinegro “son los peces gordos”. Nada une –hasta donde se conoce de la investigación– al Panadero con los asesinos de los tres chicos de Villa Moreno. Al contrario, es sabido que el Hijo del Quemado -sí vinculado por las investigaciones al triple crimen- fue uno de los que atacó a Ochoa el recordado día en que el Panadero fue desairado, desnudado y robado en su propia tribuna.
Una de las voces que dialogó con Redacción Rosario para esta nota incluso afirmó que “el Panadero no se mete en las asambleas, no representa jugadores y no atemoriza a otros hinchas en el estadio si alguien putea, como pasaba con (el ex presidente de Newell’s, Eduardo) López y el Pimpi”, aunque tampoco pone “las manos en el fuego por él”.
Tognolli también tiene sus antencedentes
Por otra parte, y tras numerosas consultas –a personas que por el comprensible miedo que genera la denuncia de la complicidad entre barras y policías pidieron estricta reserva de su nombre–, Redacción Rosario pudo confirmar la información que ratifican ex directores técnicos de las inferiores, socios e hinchas de Newell’s Old Boys: que el actual jefe de la Policía de Santa Fe, Hugo Tognolli, mantenía una aceitada relación con el ya legendario –y fallecido– barrabrava Norberto Pimpi Camino, quien realizaba las veces de representante futbolístico del hijo del oficial de la santafesina que militaba en las inferiores leprosas.
El 3 de enero, con menos información que veinte días después, desde las páginas del periódico El Eslabón señalábamos las dificultades que parece ofrecer para la investigación de la masacre de Villa Moreno el hecho de que los encargados de la fuerza, Tognolli y Arismendi, estén sospechados entre otras cuestiones de relaciones con los barras.
La credibilidad de los jefes policiales
La complicidad por parte de un uniformado que protegió al principal sospechosos de la masacre de zona sur ‒que si bien fue apartado de la fuerza, da cuenta de los vínculos de ese tipo de bandas con la comisaría decimoquinta‒, más la escasa autoridad moral que revisten los máximos responsables policiales de esclarecer el crimen, tienden un manto de dudas acerca de las reales posibilidades de que se juzgue a los todos los involucrados en el fusilamiento por la espalda de los militantes sociales Jeremías Trasante, Claudio Suárez y Adrián Leonel Rodríguez ocurrido la madrugada del 1° de enero en Villa Moreno.
El oficial Marín, quien según la versión del jefe de la Unidad Regional II de Policía, Néstor Arizmendi, le habría ocultado la presencia de Maxi Rodríguez –el Hijo del Quemado– en el Heca, fue separado de la fuerza. Pero la fábula de la institución policial buena, con alguna manzana podrida que puede ser tentada con 10 mil pesos por un “mafioso” en problemas, puede ser creíble para alguna gente alejada de la periferia de las grandes urbes, pero no para los que habitan los barrios más castigados de las grandes ciudades. Ni para este escriba, claro.
Caber recordar que según el avance de la reconstrucción de los hechos, más los registros en videos del Heca que obran en la Justicia, se consolidó la hipótesis que plantea que Maxi Rodríguez ingresó baleado al Heca, y que luego su padre, el Quemado –otro reconocido barra de Ñuls–, en venganza de ese episodio, habría salido junto al menos otras dos personas a buscar a los agresores de su hijo, y en el camino se habría topado con las víctimas que nada tenían que ver con el atentado al lujoso BMW en el que viajaba Maxi.
Cuesta creer que un simple oficial resuelva sin la autorización de sus jefes una maniobra como la del policía de la guardia del Heca. Uno que es mal pensado tiende a suponer que se trata de una red de vínculos existentes en esos territorios, donde bandas y uniformados conviven, y en el que en las más de las veces ‒tal cual lo reconocen el resto de los actores de esos escenarios, como vecinos, agrupaciones sociales de base, etc‒, policía y organizaciones delictivas “son socios”. Cuando no co-administra el mundo de los negocios ilegales, de mínima la comisaría le cobra a la contraparte un canon para tener una quiniela clandestina, un prostíbulo, el desarmadero de autos, el kiosquito de merca, o una zona libre para ejercer lisa y llanamente el choreo, por citar algunos casos.
La información de que fue Marín el responsable de encubrir al instigador de la masacre ¿de dónde salió? La brindó el jefe Arizmendi. Cuesta creer a Arizmendi que la cosa fue un arreglo entre Marín y Rodríguez, o en todo caso que ese presunto arreglo no tuviera la venia de al menos su jefe inmediato.
Del domingo 1° de enero que fue el asesinato, al lunes en que se conoció que los jóvenes eran tres militantes, y que la cosa no iba a poder ser dormida bajo el rótulo de “ajustes de cuentas”, como suele suceder con otros casos, apareció esta versión ‒la del policía encubridor‒ ofrecida por Arizmendi; la que hasta el jefe superior, Hugo Tognolli, salió a legitimar en los medios. Entregar un peón, para salvar una pieza importante, podría ser la jugada leída en clave ajedrecística. Operación de prensa policial, en clave periodística.
Cuesta también creer a Tognolli, quien antes de su actual cargo pasó nada menos que por la dependencia de la ex Drogas Peligrosas, y que cuenta entre sus pergaminos el haber entregado a su hijo, que atajaba en las inferiores de Newell’s, a la representación futbolística del Pimpi.
Una anécdota que recorre como un mito el universo leproso dice que el pibe era malo, pero como era el hijo del comisario y lo representaba el Pimipi, jugaba igual, incluso después de haberse comido ocho goles en un partido de la reserva rojinegra contra los pibes de Estudiantes.
¿Qué autoridad puede tener Tognolli para investigar una masacre en la que están sospechados integrantes de la barra de Ñuls, si antes cuando fue responsable máximo de Drogas Peligrosas tuvo una relación comercial e irregular ‒puesto que Pimpi no figuraba formalmente como representante‒, con el entonces reconocido líder de la popular leprosa, sospechado de haber sido uno de los capos del comercio de estupefacientes en la zona sur?