El artista plástico rosarino, Dante Taparelli, mentor de la feria que todos los domiengos convoca a los habitantes y visitantes de nuestra ciudad a hacer un recorrido por la propia festejó la primer década de esta iniciativa que califica como un tobogán de la memoria.
A la hora de explicar los orígenes del mercado que ya se ha convertido en parte del paisaje de Pichincha, Taparelli prefirió sacudirse el rótulo de “visionario”. En comuniciación con el programa Poné la Pava de FM Libre (93.1), admitió que simplemente se había dado cuenta “de dónde venía la crisis terrible de ese momento”, haciendo referencia a los episodios de 2001.
“Lo que aprendimos con mi generación a sangre y fuego, fue el tema de la memoria. Yo soy de la época donde una heladera se contruía, vos te morías pero la heladera seguía adando; lo mismo que el auto. Hoy un auto a los tres años ya es viejo, entonces vas dejando de lado las cosas que verdaderamente valen. Objetos que tienen uso y que sirven y los vas dejando de lado, hasta dejar de lado a los abuelos y a los chicos”, se explayó.
“En ese momento había pasado una cosa así –relató Taparelli-, gran parte de la sociedad estaba sin horizonte. Y es mirando televisión donde veo a un familia que la habían desalojado de la casa y tenia unos muebles bárbaros. ¡Y no tenían casa! Yo digo. ¿por qué no vender esos muebles?”. A partir de ese hecho, el reconocido artista plástico rosarino le propone al entonces secretario de Cultura de la Municipalidad, Marcelo Romeu, renovar el barrio de Pichincha e instalar el hoy ya traidiconal paseo “Mercado Retro: un paseo por la memoria”.
“Mirando lo que era Pichincha en ese momento, donde el único edificio que estaba mas o menos restaurado era el de la secretaría de Cultura, dijimos: «Bueno, vamos a ver qué podemos hacer por acá». Y entonces, con ese entusiasmo desprolijo que tengo yo, hicimos una gacetilla de prensa un día viernes como para tantear, y el lunes ya teníamos 70 personas haciendo cola”, recordó.
En efecto, la propuesta obtuvo una amplia y entusiasta acogida por parte de los rosarinos que desde hace diez años se encuentran los fines de semana para vender o comprar “piezas de memoria”. Sin darse cuenta, muchos encontraron una nueva profesion y engrandecieron la ciudad al transformar un barrio devaluado por la muerte del ferrocarril.
“Lo que nosotros creíamos que eran ruinas, eran piezas desarmadas de nuestras vidas. Cuando eramos chicos y nos regalaban un camión les sacabamos las ruedas, porque inmediatamente el camión nos quedaba chico, ya era viejo: siempre buscábamos hacer algo más. Con esos pedazos nosotros invitamos a reconstruir”, explicó Taparelli.
“Fue realmente emocionante que la gente se diera cuena que podia encontrar un nueva profesión ayudando a la cudad, y haciendo sin darse cuenta que un barrio que se habia transformado en un barrio peligrosisimo, dejara de serlo” aseveró a a vez que celebró la saludable costumbre del mercado, lugar de encuentro y democracia: “la gente se cruzaba, mientras compraba un pan fresco hablaban de sus intereses, de sus cosas y nosotros lo resucitamos de aguna manera. Los domingos en Pichincha son dia festivos: el mate calentito, una cerveza compartida, eso es en El Roperito y para mi ese encuentro es absolutamenete reparador y no me pasa a mi solo, le pasa a un montón de gente de esta ciudad”.
Finalmente, respecto de la revolución informática que admite en los tiempos que corren transportar bibliotecas enteras en pequeños dispositivos, Taparelli no mira con buenos ojos que “todo el conocimiento del mundo sea virtual”. “Me resulta sospechoso, se te corta la luz y perdiste todo. A lo mejor soy tremendista”, disparó.
Y concluyó: “A mi se me ilumina el alma por algo que alguien descartó. Las cosas siempre tienen destino: las cosas no son de quien las tiene, sino de quien las quiere. Entusiasma ver que la memoria o los objetos con memoria también tienen valor en esta sociedad”.
