las flores 475
(Foto: Manuel Costa)

Toda presencia foránea en el barrio despierta curiosidad. Así el móvil de el eslabón que ostenta un cartel de prensa en el parabrisas, así la furgoneta adelante, abarrotada de gendarmes, que le abre el paso y con un ademán la invita a pasar.

Esa no es la idea. La humilde Express al servicio del semanario no quiere ni sobrepasar la imponente furgoneta verde oliva y mucho menos alejarse de ella. Varias vueltas a solas por la zona fueron necesarias para encontrarla y ahora es como que se respira más lento, y prefiere mantenerse pegadita detrás, como un chinchorro.

La inquietud proviene de las recomendaciones de vecinos cercanos al barrio. En tres ocasiones pregunté por dónde era recomendable ingresar a Las Flores y las tres respuestas fueron precedidas por un alarmante: “¿Solo?”, o cerradas con un más preocupante: “Hay que ser guapo para entrar”, o un más definitivo: “No te lo recomiendo”.

Los vecinos nos miran pasar, en especial a los gendarmes, y eso que ya van varias vueltas. Pasa la mini caravana y es como si fuera un cortejo fúnebre. Quienes caminan, se detienen, los que hurgan inclinados en un cúmulo de basura se yerguen y observan, los que toman mate a la sombra interrumpen la rueda y la charla, miran pasar a los gendarmes apretados en la gran furgoneta.

La foto que vine a buscar es de efectivos de a pie, con los borcegos en el barro y un fondo de casitas torcidas. Pregunté a los gendarmes cuántos móviles había en la zona y cuántos recorrían el barrio a pie. “No puedo darle esa información”, me dice el robusto conductor de una de las patrullas.

Me acerco entonces a una vecina y le pregunto qué opina de la presencia de la fuerza: «No sé», me dice con recelo, «¿Y cuando se vayan, qué?», cuestiona por último. Eso, cuando se vayan qué, y de hecho ya están bastante lejos. La furgoneta se ve chiquita en la penumbra del final de la calle. Me siento desguarnecido.

Es un sentimiento contradictorio para quien por historia familiar aprendió más a temer que a sentir alivio por la presencia militar. Contradictorio o no, ni iba a correr atrás de la furgoneta como un cachorro olvidado, ni me daba el temple para quedarme solo mucho tiempo más.

A fin de cuentas ya no hacía falta, la que buscaba resultó una toma imposible. Encerrados en el móvil, los gendarmes se pierden al final de la calle, sin rastro, diría que sin noción siquiera del olor de Las Flores.

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