crucificadito

No hay nada más viejo que el diario de hoy, pensó el tipo. Pero una cosa es atrasar 24 o 48 horas, y otra dos mil años. Pero después averiguó, y eran más, muchos más. Se sintió mal. Vio cosas. Y el resto no fue silencio, como dice Hamlet. Fue gritería. Y sobrevino el brote.

Como cada mañana fue al bar, pidió un café con leche con dos medialunas saladas y comenzó a hojear los diarios. La imagen lo perturbó al principio, pero después se aferró al escepticismo. “Una opereta, un montaje para alentar el odio y la violencia”, pensó. Por un rato halló paz.

No le duró mucho. Leyó otros diarios, llamó a dos amigos. Lo confirmó.

Le vino a la cabeza el recuerdo, nítido, de su última consulta con el médico: 25 miligramos de pregabalina, 0,50 de clonazepán, a la mañana y antes de dormir. Con los medios, cuidado, le había dicho el médico. Diarios, un poco, algunos. Televisión, documentales. “¿TN?”, le preguntó, provocativo. “Mirá, mejor volvé a las drogas duras. Volvé tranquilo, eh”, fue la irónica respuesta del profesional. “Y si querés leer comentarios de los lectores de los diarios digitales, bueno, dale, en unos meses te tenemos por acá, internadito”, agregó, canchero, el doctor.

Con ese recuerdo todavía en mente dejó los diarios y se lanzó a navegar por Internet, aferrado, con manos temblorosas, a su dispositivo.

Así dio con algunos datos sueltos, inconexos, sobre esa práctica de tortura y ejecución lenta, cruel, que parece que se inventó en Asiria, imperio que nació unos 1.800 años antes de Cristo, y que fue muy utilizada por los persas del Imperio Aqueménida seis siglos antes de Cristo. La crucifixión competía en crueldad con otra práctica antigua: el empalamiento. Un lector de un medio local, uno de los tantos que festejó el hecho, escribió “Le faltó el palo en el culo”. Apologista de la tortura, con total impunidad, una suerte de Vlad Tepes del Pago de los Arroyos.

Se sintió mal. “Veo gente muerta”, dijo.

“Me tuve que bancar un linchamiento y ahora esto”, dijo, en voz alta. Gracias a los celulares y otros adminículos, ya no se considera loco al que habla solo. Utilizó esa ventaja: “Me banqué a Lynch, no, Valeria no, no tiene nada que ver. El origen de la palabra viene del apellido Lynch, pero no se sabe bien si fue por un irlandés que en 1493 colgó a su propio hijo que cometió un delito, o si fue por un tal John Lynch, de Virginia, Estados Unidos, que hizo liquidar a unos cuantos en 1780”, agregó, en voz cada vez más alta. Nadie le hizo caso.

“Un pibe muerto a patadas mientras yacía indefenso en el piso. ¿Escucharon hablar de la danza de las botas de los neonazis? Sí, es otro ritual con historia, no sé si viene de los asirios o de dónde, pero lo usan los nazis. Los tipos se ponen botas con punta de acero. Cuando derriban a una víctima, siempre muchos contra uno indefenso, claro, lo patean entre todos, hasta matarlo. Eso pasó acá”, dijo, en voz alta. El dueño del bar, que lo conocía, lo miró con preocupación.

“Y ahora esto. ¿Qué sucede? Son policías torturadores, soldados romanos, persas, asirios. ¿Un ejército invasor en nuestros pagos? No robarás, escribieron. ¿Con faltas de ortografía, o le pusieron acento en la a, en la segunda, o en la primera? ¿No robáras, eh, no robáras, asesinos de mierda?”, gritó, y entonces los mozos, el encargado y el dueño del bar se pusieron tensos. Un señor se cambió de mesa.

“Una muerte cruel, lenta. Pero propia de esta etapa del capitalismo. Hicieron de un ser humano un paquete, lo embalaron, como una mercancía. Hicieron un packaging para entregárselo, envuelto para regalo, a los asesinos sedientos de sangre que escriben comentarios en los sitios digitales. Para esos, un regalito para esos que comparten con los policías torturadores no sólo la ortografía, para esos hijos de puta. Con esas cintas no solo envolvieron un cuerpo. Hicieron un puente, tendieron un puente histórico, unieron el inicio de nuestra civilización Occidental, que nació con una crucifixión, sí, lo unieron con nuestros días. O no ven acaso cómo mucha gente lleva ese elemento de martirio y ejecución colgado del cuello. Está por todas partes, en las calles, las rutas, las paredes de los hospitales y los tribunales, y el que cree en otra cosa, se jode, se jode”, gritó, con su pie derecho apoyado sobre la silla, como para tomar impulso.

“Abrázame, madre del dolor”, dijo, cuando ya tenía frente a sí a una agente de la Guardia Urbana.

En posición de firme. Con sus dos pies bien plantados sobre la silla, continuó con la canción: “Nunca estuve tan lejos de mi cuerpo, abrázame, de la vida yo ya estoy repuesto”, entonó, desencajado y triste, ignorando lo que decían los agentes, el dueño del bar, el encargado y un mozo amigo con el que siempre conversaba.

“Nunca estuve tan solo”, le dijo, de golpe al mozo, mirándolo directo a los ojos, mientras le señalaba la foto del crucificado.

“Y en esta quietud, que ronda a mi muerte, siento presagios de lo que vendrá”, continuó, cuando ya se lo llevaban. “Siento presagios de lo que vendrá”. Y esa fue su declaración ante policías y médicos forenses. Solo eso. Esa frase sola, repetida una y otra vez. No lograron sacarle ni una sola palabra aparte de esa frase: “Siento presagios de lo que vendrá”.

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Un comentario

  1. Luz

    26/05/2014 en 21:15

    Excelente!
    Escalofriante, terrible el abismo de esta realidad insana que toma al ser humano como su enemigo. Me aterran estas acciones, me aterra el ser humano que puede hacer las peores cosas en nombre de una pseudo moralina psicópata y sádica…. Me aterra como avanza el retroceso de la humanidad en estas situaciones. Creo que podemos salvarnos, lo creo y estoy segura que así será… Pero está en nosotros, en cada uno de nosotros y en lo colectivo, diciendo basta a la barbarie y a la insanía, ya la violencia fomentada desde los medios y desde el medio pelo

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