Hermes Binner y la mano invisible

Así como alguna vez Adam Smith fue progresista, puede decirse que Hermes Binner también lo fue. Se lo puede recordar, años atrás, postulando ideas reformistas, renovadoras e innovadoras con cierto anclaje en lo social que incluso llegó a implementar cuando le tocó hacer política desde la gestión; un lugar sin duda muy distinto al de levantar o no la mano para decir –o no– qué le parece bien o mal.

La historia también está hecha de decisiones personales que tienen que ver con el camino que se va caminando. Y así como tampoco lo es para los boxeadores, no es lo mismo para un político vivir como campeón que como retador. En ese dilema muchos analistas sitúan el giro hacia la derecha que los partidos socialdemócratas dieron en los últimos años en los que les tocó gobernar –Francia, España, Santa Fe– bajo el dominio del canon neoliberal que en los 90 se aplicó desde el PJ y en lo que va de este siglo se impulsó desde las multinacionales.

Ese giro todavía permitía ciertas discusiones hasta que días atrás Binner decidió –tal vez unilateralmente– poner fin a la polémica y dijo creer en la mano invisible del mercado. Y listo: así terminó de acomodar al socialismo santafesino a la derecha de las preferencias del electorado. No viene al caso si se trató de un sincericidio señil onda “un tipo inteligente es comunista a los 20 y neoliberal a los 60” o si fue parte de una estrategia electoral para pelearle la Casa Gris a Del Sel.

Como sea, es tan difícil de entender que Binner crea en la mano invisible del mercado como que lo haya dicho para quedar bien con algún esponsor. Ojo, aunque sea socialista y se autodefina progresista y de centroizquierda, él tiene derecho a creer en lo que le plazca, pero… resulta que estamos en el año 2014 D. C. ¿De qué mano invisible estamos hablando en el siglo 21, don Hermes?

Vieja

En el eslabón de la semana pasada se planteaba desde estos lugares comunes cómo pensar la vejez en este mundo del reciclaje y lo descartable. Y cómo las tensiones sociales y culturales de cada momento y lugar asignan valores a distintas cosas en función del paso del tiempo. Viejo puede ser un auto de 15 años o de 3, una computadora de 15 meses de uso, una heladera de tres décadas y una persona de 45 años o de 80. Una vieja canción puede ser genial o estar pasada de moda. ¿Quién lo determina? ¿Se puede determinar aquello que tiene que ver con la subjetividad?

(Con lo que pueda tener esta idea de subjetivo) también se proponía pensar a las ideas en función de la vejez y concluir que una idea es vieja cuando no resulta aplicable en la coyuntura en la que se formula, más allá de la valoración que pueda hacerse al respecto. Es probable que la idea de la mano invisible del mercado haya sido hasta un avance, tal como la democracia representativa, en un contexto medieval que asignaba a los gobernantes la peculiaridad de haber sido elegidos ni más ni menos que por un tal Dios.

Claro, si otra entidad también invisible como el tal Dios decidía quién debía ocupar un trono por qué no reemplazarlo por un mercado capaz de formular otra lógica redistributiva. Es probable que en ese contexto incluso haya sido una gran idea la de sustituir, al menos en determinados tópicos como el de los negocios, a Dios por el mercado.

Sin embargo, varios siglos después y cuando casi todos saben que los reyes magos son los padres, ¿da para seguir creyendo en esa mano?

Nosotros y ellos

En una película por la tele Brad Pitt se clava heroicamente un antídoto para no zafar de un hato de zombis que invade el edificio donde él está junto a un puñado de sobrevivientes a una pandemia que nadie sabe cómo comenzó.

Parece que hay un virus dando vuelta y todo vuelve a dirimirse como al principio: una guerra entre… nosotros y ellos. Curiosamente, las víctimas de la pandemia no son los infectados sino los ciudadanos que aún no se enfermaron. Y que para sobrevivir –el valor “vida” ante todo– deben luchar contra los… otros. En este caso, el antídoto de Brad da resultado y los otros/zombies no pueden percibirlo como un jugoso bistec, lo cual le permite atravesar esa alienada horda de hambrientos antropófagos como si no existiera y poder volver a salvo al barrio soleado, privado y custodiado donde la humanidad comenzará de nuevo.

A través de metáforas como esta que hacen furor en las taquillas, Hollywood expresa su preocupación por el destino del mundo: hay que reventar a los otros, los excluidos, los caníbales, antes de que nos morfen. Ojo: corrección política ante todo. Entre “nosotros” no sólo está Brad Pitt sino también tenemos latinos, hebreos, negros y musulmanes, mientras que entre “ellos” no faltan abogados, médicos y figuras de la tevé. Queda claro, de esta manera, que el problema no son los pobres ni los inmigrantes sino cualquiera de nosotros que puede infectarse por una cuestión de ¿azar?, ¿supervivencia del más apto? ¿Dios? ¿La mano invisible del mercado?

Lo concreto, en el mundo real del siglo 21, es que la fase terminal del capitalismo ya está afectando a rubios ricos y de buen pasar como los millones de europeos que desde hace ya un par de años largos están probando las recetas exterminadoras de quienes pretenden dominar el mundo a través de ONG como el FMI, las Naciones Unidas y demás sellos y siglas que abogan por un mundo regulado por nuestro amigo invisible y su mano mágica.

Amigo mingo

Cabe preguntarse entonces, en este contexto un tanto confuso en el que hasta el Mingo Cavallo se atrevió a reaparecer sin imaginar que alguien querría convertirlo en un hombre-omelette, en qué mano invisible del mercado estará creyendo Binner. ¿En la misma que el que inventa pruebas para hacer negocios invadiendo en nombre de la paz y la libertad un país rico en petróleo? ¿En la mano que deja a millones en la calle para rescatar a los bancos de sus propios autorrobos?

¿En la mano invisible que extrae plusvalía del trabajo infantil para devolver migajas a través de fundaciones a las que les interesa el país? ¿O en la que devasta los recursos naturales del planeta para ganar más guita y después financia campañas de concientización ideológica?

¿Cree en la mano invisible que dibujo el éxito en sus encuestas? O tal vez crea en la que llena una ciudad de edificios vacíos que no sirven más que para proteger (¿de los zombies?, ¿del futuro?, ¿de la inflación?) unos cuantos patrimonios mientras miles de familias no tienen dónde vivir. ¿Será la misma mano que está cambiando “viejas” nociones de gestión pública por “nuevas” ideas de gerenciamiento?

En fin, quién sabe si es cuestión de ideas o creencias. Pero mientras los alfiles de los buitres mediáticos intentan reciclar las ideas de Adam Smith y el nuevo modelo de títere +A pide “perderle el miedo a la palabra orden”, cabe preguntarse si no es un tanto anacrónico que los centros culturales de Rosario deban discutir su pertinencia y funcionamiento con un secretario municipal de “control y convivencia”.

O tal vez no todos comprendan de la misma manera este 2014 y crean –o piensen– que no hay lugar para todos y hace falta una mano invisible que ponga orden.

 

Nota publicada en la edición 157 del periódico el eslabón

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