Qué difícil es poder cristalizar, en nuestro apasionado fútbol argentino, lo que acabo de titular.
Muchos se preguntarán hacia dónde enfocaré esta vez.
Me atrevo a escribir este texto porque concurro asiduamente a ver fútbol, y como diría mi abuelo: «Escucho siempre la misma cantinela». Casualidad o no, parecería que la mira está siempre apuntando celosamente a aquellos futbolistas veteranos y no así al resto.
Que “futbolísticamente están acabados”, exclaman algunos cuando a este jugador le toca lidiar con un mal día o con un mal partido, como si a los “más jóvenes” nunca les ocurriese. Que “ya están grandes y volvieron para robar”. Esta también es una frase frecuente que, con una gran soltura, muchos manifiestan refiriéndose a tipos que tienen mil batallas en sus espaldas y que regresan sólo con una consigna: la de dar una mano. “No se puede mover, ¿para qué lo trajeron?, son tan responsables los dirigentes y el manager como el propio futbolista”. Resulta que cuando este mismo jugador ofrece una buena performance, el mismo individuo en cuestión de minutos, admite un: «Y… tiene jerarquía».
Jugar bien o mal es parte del juego y eso es lo que debería aprender el espectador. No existe quien siempre juegue bien, como tampoco existe aquel equipo que siempre gane.
Alguna vez han admitido haber jugado mal, tanto el incomparable Lío como el inmaculado Diego. Ahora bien; si estos dos gigantes pudieron tener un mal partido, nadie debería estar exento.
Ocupar un lugar en un equipo de primera división, lucir una cinta de capitán y ser emblema de una institución no es tarea fácil.
Nadie salta a jugar en Primera porque sí, y aún más, nadie se sostiene en el tiempo si no está ofreciendo algo útil. Para jugar en Primera se necesita inexorablemente de una excelente conducta sostenida, una disciplina intachable y un cuidado extremo.
El jugador necesita conservar el espíritu amateur, que lo impulse a desafiarse todos los fines de semana, como lo hacía 20 años atrás en divisiones inferiores.
Necesita tener una personalidad que le impida titubear a la hora de exponer su nombre y tu prestigio.
Necesita conservar las ganas intactas de querer aprender a diario.
Necesita jugar pensando siempre que el partido siguiente lo vas a hacer aún mejor.
Necesita convicción, determinación y deseo de darlo todo en cada pelota y en cada partido.
Necesita demostrar a los de afuera que está vigente, que juega con el corazón y que de vez en cuando se toma licencias para darle paso al disfrute.
Necesita olvidarse del entorno y pensar en jugar como cuando era chico, de los contrario la prensa, la presión, y la necesidad de triunfo, sumado al miedo escénico, jamás le permitirán ver el lado bueno de la historia.
Necesita demostrar que tiene amor por la profesión.
Necesita sentir cuando pierde, que muere por un instante.
Necesita jugar por amor al club, al escudo, a la camiseta, por el sentido de pertenencia.
Necesita fuerzas para luchar a diario.
Necesita sostener el amor propio intacto.
Necesita fijar objetivos realizables a corto y a largo plazo.
Necesita soñar: si lo puede soñar, lo puede lograr.
Para el espectador que repudia a los futbolistas de mil batallas, quiero decirles que: “Viejo es el viento, y todavía sopla”. Y que a estos tipos no se los critica, no se los insulta y no se los abuchea… a estos tipos simplemente se los admira y se los respeta.