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“Se tendrá por ley fundamental y esencial que todos los habitantes nacidos en esta provincia han de saber leer y escribir”, decía Artigas en su proyecto de Constitución para la Banda Oriental, de 1813. Leonardo Rafael Rodríguez Maglio nos cuenta que en su libro La filosofía popular y regeneradora del magnánimo José Artigas, retoma, entre otros valores del charrúa, el impulso a la educación.

Desde la uruguaya Piriápolis, el licenciado en Filosofía dice que esa preocupación está presente “en los textos firmados por Artigas, en sus cartas y oficios. Allí se refiere al aspecto material de la fundación de las primeras escuelas públicas de la Patria, en Purificación y hasta en Misiones”.

“Solicito siquiera cuatro docenas de cartillas para ocurrir a la enseñanza de estos jóvenes y fundar una escuela de primeras letras en esta nueva población. También necesito algunas resmas de papel para escribir”, al Cabildo de Montevideo, Cuartel General, 10 de setiembre de 1815 (es el mismo día en que firmó y difundió su “Reglamento Provisorio para el Fomento de la Campaña…”), exigía Artigas, según documenta en su libro Rodríguez Maglio, graduado en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República, del Uruguay.

También nos remarca que el pedido llegaba el 2 de octubre de ese año: “Por el correo he recibido las cartillas y ellas serán aplicadas a la enseñanza de la juventud”.

Además Maglio resalta que la preocupación por la formación era compartida en otros frentes: “Remito a Ud. una docena de almanaques y cartillas para que Ud. los remita a los pueblos para la instrucción de juventud y amigos”, al Comandante Andrés Guacurarí, 22/2/1816.

“En cuanto a los docentes a utilizar y al contenido a enseñar (que no era sólo aprender a leer, escribir y contar, sino también aprender los valores fundamentales de la revolución”, dice Maglio, que en otro documento artiguista, explica: “Se remitirán los padres Otaizú y Lamas, me desprendo de ellos porque sean útiles a ese pueblo. Si el padre Lamas es útil para la Escuela Pública colóquesele y exhórtesele al Rvdo. Padre Guardián y a los demás sacerdotes de ese pueblo para que en los púlpitos y confesionarios convenzan la legitimidad de nuestra justa causa, animen a su adhesión y con su influjo penetren a los hombres del más alto entusiasmo por sostener la Libertad”. Al Cabildo de Montevideo, 12/11/1815.

Fervor revolucionario

Por su parte, Alberto Umpierrez, asesor de la Cancillería uruguaya, señala: “Es un tema poco tratado, muy interesante pero poco documentado, más allá que una mención aislada”.  Sobre las escuelas, marca que es difícil decir cuál sería su alcance, más allá de promover el fervor patriótico y revolucionario, que son objetivos específicos”.

Algo que siempre se menciona es su fe católica, a lo que Umpierrez señala: “En aquella época la mayoría de los ilustrados y escribientes eran sacerdotes o gente que había pasado por algún colegio o universidad religiosa, donde invariablemente aprendían algo de teología”.

“¿Quién no lo era en aquella época? A Mariano Moreno, Saavedra lo calificó de «impío», pero eso no significa ateo o agnóstico, ni siquiera es un pecado ser impío», remarca el investigador e historiado, también comisionado por el presidente José Mujica para difundir el artiguismo como eje articulador de nuestra integración binacional.

“Fue un antecedente en Uruguay y el creador del sistema de educación pública es José Pedro Varela, contemporáneo de Sarmiento, 1876-80”, aunque –aclara Umpierrez– “más afrancesado y menos pro yanqui que Sarmiento, quizá por eso no tiene ninguna frase que pueda equipararse a las sentencias de Sarmiento contra el gaucho y la barbarie americana”.

“Varela se dedicó específicamente al tema escolar, no tuvo actuación política ni mucho menos militar. Murió joven, de modo que no tuvo oportunidad de meter la pata o, eventualmente, mostrar la hilacha”. Al referirnos al impulso a la educación, de hombres como Belgrano y Artigas, resalta que “Belgrano era un auténtico ilustrado de su época, un intelectual de alto vuelo”.

Volviendo al tema de las escuelas de la Patria, sostiene Umpierrez: “Artigas plantea explícitamente que hay dos ejes, uno es la instrucción académica y otro diferenciado es la formación patriótica y revolucionaria. La educación por sí sola es liberadora, de la ignorancia, sí, pero también hay ilustrados vendepatrias en esa época, y eran los enemigos de Artigas”.

“Es es un tema que está para discutir, porque en buena medida es parte de los debates del Congreso de Colonia del Sacramento: La Historia y su enseñanza en clave regional. Uruguay abrió la puerta al debate y se presentaron varias ponencias que tocan aspectos metodológicos”, resalta.

También admite que “va a ser un diálogo muy difícil, porque en Argentina hay diversos niveles de formación docente (universitaria y terciaria), y también hay una vinculación más directa de los gobiernos provinciales en la educación, cosa que en Uruguay es más difícil porque todo el sistema educativo es autónomo”.

Y aclara: “Todo el sistema educativo, desde la enseñanza inicial y primaria, es autónomo. Tienen más incidencia los sindicatos docentes que el gobierno y cómo se coordinan políticas y contenidos. Porque cada nivel tiene un Consejo Directivo y hay un Consejo Directivo Central de toda la Administración Nacional de Educación. Pero todo sistema humano es permeable a los temas que se debaten en la sociedad, por más autónomo que sea, no es impermeable, y la prueba está en el Congreso de Colonia”.

Más allá de las aulas

Por su parte, el profesor Víctor Quiroga, también uruguayo, remarca que “la Escuela de la Patria no fue una expresión educativa, ni un sistema, ni un método por cuanto no se basó –al proponerla y practicarla– en las contadas experiencias, en ideas pedagógicas, en proposiciones más o menos científicas”. Advierte que “considerando su espíritu, abarcándola en el conjunto del programa artiguista, observándola a la luz de documentos anteriores y posteriores al año 1815, y de acontecimientos acaecidos, la Escuela de la Patria adquiere una significación más amplia, más profundo, en virtud de la transformación que supuso del orden educativo”.

En una nota publicada en la revista del Instituto de Durazno, Quiroga indica que es doloroso para su país “el trunco episodio” y “tener que dolernos de que el advenimiento de los portugueses liquidara las esperanzas de difusión progresiva y constante de los ideales artiguistas por medio de los diferentes órganos que el héroe propuso y procuró poner en juego”. También explica que “tras la emancipación del yugo brasileño, no se demostró interés mayor, por parte de quienes tenían la responsabilidad de conjugar la vida nacional en los términos de realizaciones y cultura que intentó Artigas”.

También sostiene que la idea artiguista buscaba difundir conceptos amplios y profundos, como los de nacionalidad, federalismo, república, por medio de la escuela y la instrucción cívica. Además, recuerda que el prócer envió a los padres Lamas y Ortazú para “cumplir funciones distintas: la de instrucción primaria en la escuela el primero, y la de excitar el entusiasmo patrio, haciendo resaltar las ventajas del sistema político planteado por el Protector de los Pueblo libres”.

En ese contexto, resalta que “el espíritu de la Revolución Artiguista, en términos de educación, el caso particular de la Provincia Oriental, la Escuela de la Patria y Artigas no se presenta precisamente como estricta cuestión escolar, de educación infantil, sino – más ampliamente – como problema de educación nacional, de educación popular”.

Explica que la revolución, más que en las batallas, debía “imponer a los hombres los contenidos políticos y sociales del movimiento triunfante. Artigas, comprendiendo tal necesidad, procuró el establecimiento de otros órganos que los elementales de instrucción primaria. En la Banda Oriental era preciso divulgar, enseñar los nuevos ideales, que si bien no eran propiedad de la sociedad porque no existían en ella desde tiempos pasados, en cambio estaban latentes en forma inestructurada. Era preciso darles forma e imponerlos a la sociedad semi-analfabeta”.  Así pensó en la prensa, las bibliotecas públicas, los púlpitos de los templos.

Y Quiroga resalta que “los hombres tienen los pensamientos de sus grupos, de sus pueblos, y éstos son los que imponen sus voluntades. Los pensamientos e ideales comunes hacen el ambiente y, en todo caso, la psicología de cada jefe es la de quienes le siguen, la de aquellos por quienes se mueve, y por los que se conmueve”.

Refutando las teorías del ultra héroe y prócer solitario que conduce a su pueblo como un Dios, explica que “los pensamientos y sentimientos de la revolución no eran patrimonio exclusivo de los prohombres de mayo, ni de los caudillos que dirigían las masas; Artigas y los orientales sentían de la misma manera la revolución. Por tanto, su programa era el programa de los orientales. El que lo hubieran ungido su conductor no significa condición servil: fue el Jefe de la Banda Oriental porque estando identificado con el espíritu de ésta y de sus hombres, éstos le creyeron el más capaz. Así también, porque el programa artiguista era el programa de Córdoba, Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, Misiones, éstos se acogen a la sombra protectora del Patriarca y se le designa Protector de los Pueblos Libres”.

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