Postular la existencia de una Teología del Terror en modo alguno significa soslayar o aún minimizar las operaciones que el capitalismo neoliberal pone en juego en plena superficie del campo de batalla y con monstruoso realismo. Las políticas que desde los nuevos polos de poder -los conglomerados armamentistas asociados con medios de comunicación masiva, el entramado industrial-militar estadounidense, las corporaciones financieras más concentradas- se imponen o intentan imponer a los gobiernos de todo el mundo, son tan desembozadas como desesperadas.

La crisis de superproducción y el agotamiento de las burbujas financieras ofrecen como resultado el fin de un relato que permitía la recreación del “sueño-modelo” casi al infinito, pero mientras tanto se planifican escenarios donde se pueda canalizar el excedente de ferretería de última generación que debe ladrar fuego hasta fundir sus cañones y que sea necesario reemplazarlos por otros.

Los estados imperiales, apelando a un argumento para nada desdeñable, son los que más se resisten a dar el paso que exigen las más poderosas corporaciones, que postulan lisa y llanamente la derogación del Estado de derecho.

En las regiones más influyentes, por no decir en la mayor porción del planeta, la ley, el orden, y la seguridad, aún deben ser garantizados por el Estado-nación, con preferencia si éstos responden a un ordenamiento republicano- neoliberal, aunque el guión, la línea narrativa, y el hilo conductor de la Teología del Terror sigan siendo elaborados por la “materia gris” de esos conglomerados, a los que la “democracia” ya no les alcanza.

En ese sentido, el rol de la Justicia como poder en el entramado de la Teología del Terror es central. Muy esquemáticamente, el Poder Judicial, en los sistemas que persisten en funcionar como Estado-nación, debe cumplir requisitos inquietantes:

-Sólo debe mantener cierta leve credibilidad para la administración formal de justicia. Nadie dejará de evadir o de cobrar una herencia, habrá muchos presos en las cárceles, la mayoría de ellos pobre, pero ni las muertes por atropellamiento vehicular quedarán a salvo de la maledicencia popular.

-Mediante aquel sutil dispositivo, el Poder Judicial queda desacreditado a la hora de investigar, perseguir, enjuiciar y condenar al Terrorismo o a la Inseguridad. “Eso lo hacemos nosotros”, murmuran los autores del relato.

-Los culpables no son condenados por juez alguno. De eso se encarga el propio Satán. Éste determina quiénes son los autores materiales, intelectuales, otorga las pruebas, desentraña cierta logística que permitió llevar a cabo el atentado. Y muestra las caras de los terroristas, el momento en que cometen sus crímenes, el lamento de los familiares de las víctimas. Que juzgue y condene el Estado, para salvar las apariencias. Que un tribunal arregle los detalles, pero si ello no fuera viable, los culpables ya salieron por TV.

Los servicios de inteligencia son parte de ese entramado de superficie. Los califica su proverbial paranoia, su esencial inclinación conspirativa, sus atávicos lazos con los poderes judiciales de cada comarca. De tal modo, las agencias estatales de inteligencia se constituyen en proveedores privilegiados de los tribunales donde se dirimen los grandes casos judiciales en los cuales se investigan hechos que de por sí disciplinan a la sociedad y la tornan permeable ante lo que resultan brutales decisiones de Estado, tales como invasiones, ataques preventivos, detenciones sin juicio, torturas, etc.

Los culpables los determina “la gente” a partir de lo que ésta puede deducir de lo que ve en la pantalla de un televisor, lee en los diarios, en su computadora o en su teléfono smart. ¿A quién le importa la verdad de los hechos? La Justicia no sirve más que para dar vueltas y confundir, sería el mensaje que se quiere dejar como dañino sedimento.

Killing an arab

A pesar de lo burdas que resultan las operaciones que a diario llevan adelante servicios de inteligencia, jueces, fiscales, asesores, gobernantes, medios de comunicación, etc, en nombre de la Teología del Terror, las grandes mayorías mantienen incólume su fe en las promesas de Seguridad y en las tácticas y estrategias que prometen abatir al Terrorismo.

Podría decirse que la Teología del Terror es la suma de todos los miedos y todos los clichés. Nadie encontrará ajenas a ella las estigmatizaciones que el medioevo talló en la piel del Islam para despertar primero el temor y luego desatar el odio que estimuló a los cruzados que marcharon a regar con sangre musulmana las tierras del Oriente medio.

No resulta extraño el clima antiárabe que dominó a la Francia de las libertades absolutas durante la guerra de liberación que el pueblo argelino decidió librar en la década de los ’60 del siglo XX. Un francoargelino, Albert Camus, escribió la novela El Extranjero, cuyo personaje central confiesa en juicio haber matado a un árabe “por el sol”, crimen que 20 años más tarde la banda de rock oscuro The Cure revivió en el tema Killing an arab, lo cual despertó muchas polémicas públicas pero fue coreada como primal grito de guerra en decenas de discotheques parisinas, londinenses y de todo Occidente. Las metras, los cañones, los Tomahawks siguen ladrando y ensordeciendo al ritmo de esa música ligera, aunque haya pasado de moda y ya pocos la tarareen.

Las expresiones xenófobas que proliferaron en la Alemania pos caída del Muro de Berlín contra los inmigrantes turcos, utilizados hasta la fecha como mano de obra de los empleos que los germanos “puros” rechazan, no pueden ni deben ser leídas por fuera del actual clima antiislámico. Y así, casi toda la Europa comunitaria prepara sus escudos y espadas para detener a un enemigo que acecha desde el Sahara, pasando por el Magreb, cruzando el Bósforo y en el corazón mismo del Oriente Medio.

Procesos y sentencias mediáticas

Desde las Torres Gemelas a Atocha, los procesos judiciales iniciados a causa de grandes atentados están absolutamente disociados de las sentencias de facto, que terminan siendo una caracterización mediática de los culpables a medida de quienes son los reales responsables o encubridores de esas horribles matanzas. La condena y/o ejecución, incluso, de los presuntos “terroristas”, provoca vértigo, genera temor, paraliza. Y eso es lo que se pretende. Ver sacar de un pozo mugriento a Muammar Kadaffy y acto seguido asistir a su ejecución por parte de una banda financiada por la Otán no deja tranquilo a nadie, eso está claro.

Pero las sentencias simbólicas y las concretas están a la orden del día y la desinformación enmascarada detrás del formato de información fidedigna cunde como relato oficial. Una muestra. En cierta oportunidad, el canciller israelí, Avigdor Lieberman, en las Naciones Unidas, le preguntó a su par argentino Héctor Timerman, en torno del ataque a la Amia: “¿Para qué quieren un juicio, si los diarios de todo el mundo ya publicaron que fue Irán?”. Y en la misma línea, el periodista Horacio Verbitsky, Página/12, continúa: “El año pasado, para desacreditar el Memorando de Entendimiento, el ex embajador de Israel en Buenos Aires, Itzhak Aviran, declaró que “la gran mayoría de los culpables ya está en el otro mundo, y eso lo hicimos nosotros”. (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-264196-2015-01-18.html) O, por ejemplo, la causa en la que se investiga la caída de las torres del World Trade Center, el 11S. Pocos conocen que el único condenado acaba de vincular a Arabia Saudita con esos atentados, un dato que no es novedoso pero que las grandes agencias o cadenas de noticias omiten mencionar.

Zacarias Moussaoui es un ciudadano saudí naturalizado francés y tiene 46 años. Lleva cumplidos los primeros ocho años de cárcel de una condena perpetua. La comisión que investigó los ataques del 11 de septiembre de 2001, a pedido del Congreso de Estados Unidos, llegó a una conclusión al menos curiosa: a pesar de que se comprobó que la mayoría de los autores materiales de los atentados eran ciudadanos de Arabia Saudita, para los investigadores ni el gobierno ni la Casa Real de esa monarquía petrolera tuvieron algo que ver en los hechos. Moussaoui sería una especie de lobo solitario, sin jefes ni pares.

En su edición del 19 de noviembre de 2014, hace apenas dos meses, el diario El Mundo de España, que no se caracteriza por tener una línea editorial antioccidental, publicó una noticia que no trascendió a nivel masivo. En sus titulares se destacaba esta línea: “Moussaoui contesta que tiene la verdad en la mano” sobre el 11S.

El piloto saudí, en síntesis, se despachó sin timidez. Desde la cárcel de máxima seguridad de Florence, Colorado, donde se encuentra alojado, Moussaoui afirmó que una pareja de príncipes de Arabia Saudita le pagó para diseñar los atentados, aunque se cuidó muy bien de identificarla.

La oferta se habría llevado a cabo –relata el diario español- “mientras se entrenaba en técnicas de pilotaje de aviones a fines de los años 1990 en la ciudad de Norman, Oklahoma. En esa ocasión, el prisionero asegura que recibió de manos de la pareja un fajo de billetes, cuya cantidad no ha precisado, pero le permitieron pagar los estudios de aviación”.

Por supuesto, el gobierno saudita niega de plano que miembros de su Casa Real hayan estado involucrados en los atentados del 11S. Pero en las cartas que el condenado envió a un juez de Nueva York poniendo de manifiesto sus denuncias, también se refiere a otros hechos de igual tenor y gravedad.

“Moussaoui revela que diplomáticos de Arabia Saudí acreditados en Estados Unidos también estuvieron involucrados en la planificación de sendos atentados contra el ex presidente Bill Clinton y su esposa la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton, durante una visita al Reino Unido. El ataque, incluso, involucraba la destrucción del avión presidencial, un Boeing 747 conocido como Air Force One”, se puede leer en El Mundo.
Las declaraciones fueron grabadas y son objeto de estudio en el Departamento de Justicia de los EEUU, según confirmó Jerry Goldman, abogado de Moussaoui.

Como bien recuerda el periódico español, “el caso de Moussaoui es, quizá y de ser cierta su versión de lo acaecido y la actitud del Gobierno de Estados Unidos, uno de los mayores fracasos de inteligencia de ése país. Moussaoui fue arrestado el 16 de agosto del 2001, o sea, escasas dos semanas antes de los atentados, cuando sobre él recayeron sospechas mientras recibía entrenamiento en pilotaje de aviones comerciales. En esos momentos, los investigadores no tenían claro cuál era su objetivo ni las alarmas se dispararon sobre la existencia de una conspiración. Fue apenas tras los atentados, que el FBI se percató de que pudiera existir una conexión con Moussaoui lo cual desencadenó una feroz investigación que llevó a su encausamiento y posterior condena a cadena perpetua”. http://www.elmundo.es/internacional/2014/11/19/546be00c22601d68698b458a.html. Entre ese proceso, que ahora incluso amenaza echar más luz sobre la oscuridad que reina sobre los autores reales del 11S, y la condena mediática, que primero involucró a Afganistán y luego a Irak y su aparente arsenal de armas de destrucción masiva nunca descubierto, hay un largo trecho. Lo único cierto es que ningún blanco saudita fue bombardeado ni Las Fuerzas del Bien invadieron Riad o sus alrededores. La Teología del Terror cunde, y la ferretería sigue ladrando, pero siempre lo suficientemente lejos de donde se cuecen las habas.
“Si te digo que es Irán, es Irán, ¿se entiende? ¿A quién le preocupa la causa?”.

Adelanto

Parte IV: Alguien vio lo que no debía durante el ataque a las Torres Gemelas. Los líderes religiosos pueden aportar mucho contra la Teología del Terror. Están en deuda.

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