Foto: Javier García Alfaro
Foto: Javier García Alfaro

Parte I

Su presencia devino pública cuando su hijo Jeremías, Jere, fue asesinado, junto a Claudio Suárez (Mono) y Adrián Rodríguez (Patón) en la madrugada del 1° de enero de 2012, la noche de Año Nuevo que la historia rosarina recordará como la Masacre de Villa Moreno y que dio inicio a un ciclo de movilizaciones políticas en torno a las relaciones entre narcotráfico, policía y la escalada de violencias letales en la ciudad.

Por ser el padre de una víctima y por poseer una intensa oratoria, la figura del Pastor Eduardo Trasante ha sido uno de los hitos del proceso que alcanzó en la condena a prisión de los acusados del asesinato de Jere, Mono y Patón un momento de justicia. Pero siempre hubo algo más: difícilmente en las crónicas de la ciudad (e incluso del país) se encuentre el nombre de otro pastor evangelista participando en un proceso de luchas y demandas políticas de la magnitud y características con la relevancia de Trasante. Ese rasgo no puede no suscitar una cantidad de preguntas que hacen a la religión, la política, la fe, sus modos, sus discursos y sus destinos en las sociedades actuales.

—¿Cómo llegó al evangelismo?
—Tengo 49 años y llegue al camino de la fe a través de mis padres. En ese tiempo era el único hijo, era chico: tendría cuatro o cinco años cuando ellos tuvieron un encuentro personal con Dios en medio de una crisis financiera muy grande, atravesando mucha miseria, con muchas necesidades. Fue mi padre quien tuvo un encuentro transformador en una iglesia evangélica. Dios abrió su corazón. Él era una persona muy violenta. Iracundo. Golpeador: cintazos, cadenazos; con lo que tenía a mano nos pegaba porque sencillamente era así. Se le salía la cadena y nos fajaba. A mi madre y a mí . A la crisis material que enfrentábamos se sumaban conflictos muy graves con mi madre. La violencia fue una de las comidas que afectivamente recibimos durante muchos años de parte de él.
La llegada de mi padre a Dios fue una decisión muy propia; algo, o todo, en él llegó a un límite y buscó auxilio. Encontrarse con Dios es una decisión muy personal porque Dios está en todas partes pero nadie encuentra algo que no busca. Mi padre buscó una salida y observé cosas que me han quedado marcadas, a pesar de mi corta edad y de mi gran falta de memoria. Cuando mi padre encontró a Dios, yo no entendía bien qué había pasado con él. Pero con el correr de los años, y ya con un pensamiento más crecido y conociendo principios espirituales y escriturales, me di cuenta que nadie cambia si no cambia su manera de pensar. Los cambios son de mentalidad y pensamiento. Lo que fue cambiando la manera de pensar de mi padre fue la decisión de desaprender lo aprendido en sus treinta y pico de años, en cuanto a su vida como hombre y macho de la casa, y aprender a vivir bajo los principios de Dios. Mi papá hizo unos cambios tan tremendos que lo llevaron a acercarse a Dios, a prepararse como ministro, a internarse con mi madre para estudiar juntos. Después de cinco años de estudio alcanzó el bachillerato de Teología.

—¿Todo eso en Rosario?
—Nosotros somos de Rosario pero los estudios los hicieron en Buenos Aires. A partir de las decisiones de llegar a la Iglesia, mi padre experimentó cambios en sus maneras de actuar, de pensar, de accionar, de reaccionar, de ver. Su mirada cambió muchísimo. Salimos de la villa donde vivíamos, un rancherío pobre y barato de Gaboto y Beruti, frente al frigorífico que aún está allí. Cuando se recibió de pastor, una organización nacional le dio una iglesia para que se hiciera cargo, así que nos mudamos a esa iglesia, con una casa pastoral muy linda. A partir de allí, empezamos a ver el respaldo de Dios y a prosperar. La Biblia dice: “Cuando el alma prospera, uno prospera en todas la cosas”. Según los dichos de las viejas, el alma son los espíritus de los muertos buscando reposo pero lo cierto es que el alma es una parte de nuestro ser, todos lo tenemos. Es la que abraza el raciocinio, los sentimientos, el carácter. Cuando uno crece y va abrazando la palabra de Dios, su sabiduría, lo que sucede es que el hombre se dignifica y potencializa extraordinariamente. Eso lo prepara para la vida, no sólo la Iglesia.

—¿Y usted?
—El hecho de que uno vaya a la iglesia, sea un asistente o un colaborador o el hijo del pastor no garantiza que uno sea un santo. Viví muchas cosas dentro de la Iglesia pero también viví otras fuera de la iglesia, que no eran lo que Dios quería. Dios me dio soga hasta que un día dijo basta. Su llamado fue muy fuerte. Me casé con la mujer que amé desde mi adolescencia, Alejandra. Nos conocimos en la iglesia. Para ese tiempo yo era profesor de música, así que me encargaba de la música de la iglesia. En medio de ese crecimiento, recibo el llamado al ministerio pastoral. Dios llama a mucha gente y luego está la respuesta que uno tenga, los caminos que escoja. Yo no quería ser pastor. Estaba contento con la música y mi novia, pero el llamado fue más fuerte. De esto hace 22 años. Allí empezamos a desarrollar una tarea de evangelización en distintos puntos de la ciudad, aunque casi siempre vivimos en la zona sur. La iglesia la teníamos en avenida Del Rosario y bulevar Oroño. Fue todo un desafío. Con Alejandra transitamos un matrimonio de 29 años, más dos de novios, en lo que creemos que fue un ministerio pastoral fructífero, que nos permitió abrir varias iglesias en Rosario, Córdoba, Buenos Aires, San Luis, Santiago del Estero, Islas Canarias. Sucede que, de pronto, con el correr de los años, cuando uno crece y madura, comienza a parir hijos espirituales que terminan siendo ministros, pastores, predicadores, misioneros. A través de nuestros hijos pudimos extendernos a otras partes del país y el exterior.
A este ministerio pastoral, se sumó hace veinte años una pasión que Dios puso en mi corazón por los privados de la libertad. Invitado por un colega fui a la cárcel de Coronda. Era nuestra primera vez, creo que los dos teníamos miedo, así que nos acompañamos. Cuando entré a la cárcel me agarró una angustia muy fuerte, que duró las tres horas que estuve adentro. No lloré a gritos ni con una profunda congoja, pero no paraba de lagrimear. No sabía qué me pasaba. Mi amigo me preguntaba si tenía miedo o quería irme y le decía que no tenía miedo, pero que algo me pasaba y no entendía qué. Recorrimos los pabellones y hablamos con los líderes para decirles que queríamos comenzar a verlos. Encontramos una aceptación amplísima de los cabecillas de cada pabellón. Cuando salimos y volvimos a Rosario, me amigo me dice: “No sé qué decirte. Ponéte a orar”. Cuando llegué a casa, mi mujer vio que no estaba bien. Me aparté para orar y le dije a Dios que me hablara, que me dijera por qué durante esas horas me había sentido mal; qué era lo que estaba pasando en mi corazón que mi mente no lograba captar. Dios me habló y me hizo entender que él estaba haciendo una suerte de traslación de su corazón para que ame a los que menos ama la sociedad. Yo le dije: “Señor, no entiendo ¿Quiénes son los que menos ama la sociedad?”. Dios me dice: “Los que violan, los que roban, los que matan, los que ultrajan, los que a causa de su mal accionar tienen muchas maldiciones sobre su lomo. Pongo mi corazón en tu corazón para que los ames, los veas, los ayudes a cambiar”.
Ahí comenzó una experiencia que fue creciendo, la de vivir un montón de cosas en los pabellones. Jamás tuve miedo de nada. Siempre fui respetado y siempre respeté al preso porque nunca fui por su causa, fui por ellos. Nunca pregunté por qué estaban en cana; si me enteraba era porque ellos me querían contar. Como cura evangélico tengo que escuchar y guardar el secreto y utilizar las herramientas que tengo para asistir y acompañar al privado de la libertad y a su familia. Hoy el 90 por ciento de las comisarías de Rosario son cristianas, los pabellones son evangélicos. Más allá de que albergan presos, hay un líder interino, que es un privado de la libertad, que es el que ha ido cambiando, tiene mejor conducta. Y hemos alcanzado a todas las cárceles de la provincia.

—¿Cuáles son sus intervenciones?
—Asistimos, visitamos. Tenemos un equipo de cuarenta varones que asisten, que tiene una pasión por los presos. Ayer estuve en el programa del cura Daniel Sinieris. Es muy loco porque es un programa católico pero él me invita para que ore y los bendiga y me llama “su amigo”. Ayer hablábamos sobre los presos y me preguntó si creía en que los presos podían cambiar. Yo le dije que sí, que cualquier persona puede cambiar. El tema es que el que reincide es el que escuchó el mismo concepto que los que salieron de todo eso pero no lo aplicó. No es fácil aplicar un concepto porque muchas veces no es sólo cambiar la manera de pensar sino parar la olla, pagar la boleta, o que tus hijos necesitan pañales. Uno puede tener necesidades materiales pero hay que mantenerse fiel. La Biblia dice “El que robaba no robe más, sino trabaje”. Y los presos me han dicho “yo busqué muchas veces trabajo y no conseguía”. Y yo les respondía “¿Conocías en ese momento esta palabra?”. “No”. “Bueno, cuando salgas le decís al Señor: Señor, tu palabra dice No robés más, sino trabaja. No robo, Señor, pero tampoco consigo laburo. Dame una salida”. El tema es aplicar lo que uno va adquiriendo como conocimiento a situaciones. En relación al aprender tengo un principio de sabiduría. Si me encierro en la Biblia me voy a convertir en un religioso y Dios no me llamó a ser un religioso. Es más, Jesús vino a partir la religión. Si quiero repetir su conducta, tengo que mantener sus principios. Uno puede escuchar a alguien, adquirir conocimientos, expresiones. Pero el que aprende no es el que sabe sino el que aplica lo que sabe. Ahí uno se da cuenta si realmente aprendió.

—¿La iglesia tiene alguna forma o estrategia para ayudar a la gente que sale?
—Buscamos contactarlos con comerciantes o empresarios pero son tantos los que salen que a veces no se puede. Así que se están llevando adelante proyectos como lavaderos de autos, fábricas de escobas, cepillos y secadores, talleres de costura. Hay otros que no saben hacer nada, así que se invierte algo y se compran máquinas para cortar yuyos. El tema es no caer en el robo, acompañarlos para salir de las adicciones. En los pabellones cristianos está totalmente prohibido fumar. Mientras están ahí se acostumbran. El problema es cuando salen. Ahí los acompañamos, los visitamos, los mensajeamos. Hay gente maravillosa que está en cana. El 60 por ciento de los que están presos es por delitos ligados a algún tema de adicciones. Por lo general, robos tontos, torpes y baratos. Pero no respeta niveles sociales. Hay gente con mucho dinero que en un momento de locura, mató a alguien, robó, violó. A muchos les ha costado un montón pero la experiencia traumática de la cárcel, para ellos y sus familias, los determina a cambiar. Nosotros tratamos de acompañarlos. Son trabajos que uno hace en el anonimato y creo que así se deben hacer.

—Le preguntaba porque me interesa cómo relaciona usted la palabra y los hechos.
—Entiendo. Creo que así debe funcionar el ejercicio del Evangelio: palabras y hechos. Así es, o así debe ser. La necesidad es mucha y muy grande. Faltan muchas herramientas, tal vez gubernamentales, para paliar tanta necesidad. Ese es uno de los temas que me lleva a orar. Creo que cada uno, en los ámbitos donde está, tiene que hacer su aporte.
Hace unos días me reuní con gente del Ministerio de Seguridad. Me transmitieron muchas cosas, muy fuertes e impactantes, que hablan de lo que ya no se puede tapar con ninguna mano y de una realidad que se está gestando en los penales. Querían que retomara personalmente mi presencia en la Alcaidía porque saben que hay personas que desde adentro están generando convulsiones. Así que la próxima semana retomaré. Todos estos años han hecho que los policías me conozcan y los presos también. Conocen mi corazón en cuanto al privado de la libertad. Yo doy mi vida por los presos. Ahora tengo también un compromiso con el gobierno, aunque no lo voy a hacer porque ellos me lo pidieron; creo que hay una necesidad de toda la provincia.

Parte II
La experiencia religiosa como experiencia política

—Sorprende cómo el evangelismo argentino incrementó su presencia en los últimos veinte o veinticino años.
—La Biblia dice que hay cosas espirituales que se entienden si se camina un camino espiritual. Si bien es personal, le voy a compartir algo porque no tengo nada que esconder, ni las virtudes ni los errores. Creo que todo pastor siempre tiene en su corazón el deseo de Dios, que es un mandamiento, de poder bendecir al Gobierno. La Biblia dice “orad por vuestros gobernantes”. Siempre lo hice y pedí a Dios poder llegar a ellos. Cuando llegué fue porque vinieron a mí, como cuando juntamos varias iglesias entre los contactos que tenemos para que viniera fulano a dejar un saludo antes de las elecciones. Aún así, siempre los recibimos. Cuando abrieron su carpeta jamás les pedimos nada. Aprendí cómo funcionan las cosas que necesito: si pido algo a un hombre me lo va a dar si Dios quiere. Mi listado esta ahí arriba. Me arrodillo y pido. Y Dios, si tiene que movilizar el corazón de alguien, lo hará.

—¿Y algo cambió en sus relaciones con los políticos cuando asesinaron a su hijo?
—Cuando matan a mi hijo Jeremías, el primer discurso del gobernador fue “eran soldaditos de un narco” y creo que la Intendente dijo “fue un ajuste entre barrabravas”. Los medios también dijeron eso. Cinco días después de sepultarlos, dijimos quiénes eran Jere, Mono y Patón, pero seguía sin haber llamados del gobierno. Luego, alguna gente del gobierno pidió perdón y dijo que eran militantes pero no nos daban entrevistas. Cuando vimos eso, recurrimos al gobierno nacional. Ellos dieron una respuesta por demás de favorable. Nos citó Garré, Ministra de Seguridad. Le expusimos la situación y nuestra soledad. El mismo día comenzó a haber respuestas de Garré. Veinticuatro horas después de eso, empezamos a tener llamados del gobierno provincial.
Con el correr del tiempo gané un espacio, no sé si en la cabeza y menos en el corazón pero sí en la agenda del gobierno porque nunca despotriqué, ni maldije, ni los insulté públicamente. No soy bullanguero, soy hombre de paz. Y fue lo que busqué: primero, por necesidad, porque la experiencia de perder un hijo es abrumadora, por más que uno tenga a Dios. Creo que esa fortaleza que Dios me dio para administrar esta experiencia fue la que me permitió ganar un testimonio en la cabeza de la gente del gobierno y en la ciudad.

—No sé qué habrá leído el gobierno de su testimonio pero ciertamente su pedido de justicia, no de venganza, impactó. Intuyo que mucha gente se debe acercar a usted buscando eso porque hoy el tema de la venganza en las relaciones interpersonales está muy presente. Muchas expresiones de violencia se derivan de la presencia significativa de la venganza y la imposibilidad de pensar otras formas de resolución de los conflictos. Usted, junto a otros, ante un conflicto, un dolor y una injusticia tan abrumadora, apostaron a una dignidad no vengativa. A propósito de esto, me llamó la atención que el día que comenzó el acampe por el juicio usted hablara un par de veces de venganza y citara al Eclesiastés. Quería preguntarle qué pensó en ese momento, por qué esa cita en una situación donde se estaba haciendo justicia.
—A los quince días que mataron a los chicos y que se decía que los comprometidos eran Sergio Rodríguez y su banda, hubo gente que durante dos días vino a mi casa, en camionetas. No sé de dónde salieron, eran unos monos grandotes, y me decían: “Pastor, lo que pasó nos duele mucho. Si usted sabe dónde está Rodríguez, le dejo ni número. Usted nomás mande un mensajito”. Una situación muy compleja. Dos días después de eso, alguien me tira un papel por debajo de la puerta que decía: “Pastor Trasante: el Quemado está en Santa Elena, Entre Ríos” y dejaba su número móvil. Dije “guau, ¿qué hago con esto?”. De hecho, llamé al Ministro de Seguridad y al Jefe de Policía.
La Biblia dice que no somos llamados a hacer justicia por mano propia. Dice “No os venguéis. Dad lugar a la justicia de Dios”. Dice que Dios es bueno pero también es fuego consumidor. O sea que la bondad de Dios puede trastornarse por el accionar del hombre. Aunque suene raro, la venganza está en el corazón de Dios. Dios, que puede perdonar a un asesino o un violador, ¿cómo puede vengarse? Es algo que está en sus designios.
No recuerdo lo que usted me dice de ese día pero creo que la venganza de Dios llega con la justicia de Dios. En esa marcha de las antorchas, cuando dimos inicio al acampe frente a Tribunales, hice un repaso del momento de la muerte de mi hijo. Al final, de pronto, siento que una mano me toca y me dice “Hablá sobre la fe”. Y pregunté “¿Cuántos de ustedes tienen fe en Dios?”. Algunos levantaron la mano. Entonces dije: Los que tengan fe en Dios levanten su mano derecha señalando Tribunales y declaremos una palabra profética. Fue algo así como “Será justicia, por Jere, Mono y Patón, en el nombre de Jesús. Amén”. Yo sé el sentido y el poder que tienen la fe y la declaración. Dieciséis días después se cumplió. Y mucha gente se acordó de ese momento.

—Sí, fue un momento intenso. De hecho, le quería preguntar algo al respecto. Personalmente, vengo de una militancia política de matriz liberal y de izquierda y con poca relación con las iglesias, salvo contactos cuando he militado en barrios. Esa noche, una de las cosas que me llamó la atención de su decisión, es que mucha de la gente que estaba ahí venía de experiencias políticas similares a la mía, donde la palabra de Dios no tiene centralidad. Quería preguntarle cómo se relaciona usted con esa realidad. De hecho, la presencia protagónica del Movimiento 26 de Junio lo puso en relaciones con una organización que no tiene el mismo vínculo con la religión. ¿Cómo ha trabajado esa relación?
—A ver. Dos o tres cosas en relación a esto. Jere, Mono y Patón respondían políticamente al Movimiento. Yo no. Es más, los últimos meses había renegado con mi hijo Jeremías porque había descuidado sus estudios. Tenía una pasión por la política, por ayudar, por estar. Jeremías se levantaba a las seis de la mañana para construir el local, para agarrar una pala y limpiar un terreno. Lo que yo no había logrado, en meses lo logró el 26 de Junio. En el Movimiento agarró pala, cargó bolsas de cemento en el lomo, subió ladrillos. Yo pasaba por calle Quintana, lo miraba y no lo podía creer. Además, yo no me relacionaba con los del Movimiento. Siempre fui bastante conservador en un montón de aspectos. Lo veía al Pitu Salinas: esa barba, esos pelos, todo así nomás. Ojotas, la misma remera por semanas. Yo decía: “No puede ser que mi hijo esté metido con estos vagos, estos crotos. Mil cosas decía”…
Cuando muere mi hijo, los primeros que estuvieron y siempre estuvieron fueron los del Movimiento. Siempre. Ni mis colegas, más allá de la gente de mi equipo ministerial. Nunca jamás nadie de ninguna agrupación religiosa estuvo con nosotros como estuvo la gente del 26 de Junio. Una de las cosas que me impactó fue cómo amaban a mi hijo. Verlos llorar por él. Nadie llora con congoja por quien no siente nada. Yo los vi llorar desesperadamente y me impactó muchísimo: la gente que juzgué y critiqué estaba, de pronto, al lado nuestro. Dando rienda suelta a unos sentimientos que yo desconocía. Eso me habló mucho de ellos y me llevó a permitir que el Movimiento 26 de Junio me acompañe en mi pedido de justicia.
Una semana después de la primer concentración ellos se reunieron. Fui y les pedí perdón por mi ignorancia, por juzgar lo que no conocía. Fueron como nuestra sombra: estuvieron en todas las cosas, en todos los aspectos. Un caminar de todos los días; todos los días alguien del 26 golpeaba la puerta de mi casa, preguntaba por mí, por mi esposa, por mis otros hijos. Una gente de calidad maravillosa.
¿Cómo logré comulgar con ellos? Aprendí que no voy a pedir a los políticos algo, por más que me prometan. Tengo principios bíblicos: si necesito algo se lo pido a Dios. Me saco el sombrero frente al 26 de Junio pero creo que fueron instrumentos de Dios para lograr lo que se logró. A la gente del 26 me la puso Dios en el camino. Y no me colgué de ellos para aprovechar la gentileza, la disposición y el esfuerzo que hicieron. Yo estoy colgado de Dios. Creo que ellos fueron un recurso humano impuesto por Dios para ayudarnos, para alentarnos, para abrir caminos y para hacer todo lo que hicieron. Sé que ninguno de los que sirven a los que sirven a Dios queda sin recompensa. Dios conoce con qué corazón lo ha hecho cada uno y todos ellos reciben su recompensa. No puedo pagarles lo que ellos han hecho a favor de los Trasante. Pero sí sé que Dios ya empezó a pagarles, que Dios es buen pagador, no es deudor de nadie. Dice la Biblia que todo lo que el hombre sembrare, también cosechará.
Me encontré, además, con unos intelectuales enormes. Con el Pitu por ahí nos piropeamos. Me dice: “Trasante, impresionante”. Le digo: “¿Mi discurso? El tuyo, Pitu, tu léxico. Tu amplio sentido de la verborragia. Ponéme en tus manos, orá por mí, pasáme un poco”. Cosas así han hecho que yo pueda hallar en el Movimiento respeto y consideración. Jamás me interpuse en nada que hayan decidido. Aporté alguna que otra idea pero lo que hice siempre fue orar para que Dios les dé sabiduría, capacidad, recursos, medios. Vi el respaldo de Dios en todo lo que llevaron a cabo. Más allá de que dijeron que si no fuera por nosotros, los familiares, no estarían, con los familiares de Mono y Patón reconocemos que sin ellos muchas cosas hubieran quedado en el anonimato. Sé que me han bancado mil cosas, como soy hombre de discurso cuando me dicen cinco minutos nunca respeto los tiempos. Jamás me dijeron nada. Siempre me respetaron, no sé si la persona de Eduardo, el papá de Jeremías, el ministro; creo que fue un combo. Eso fue lo que nos permitió compartir muchísimas cosas. Por eso creo que esa noche levantaron las manos.

Parte III
Lo religioso, lo personal, lo político

—En lo que usted dice, escucho los cambios que el Triple Crimen suscitó en su accionar como Pastor, incorporando una dimensión que quizá no estaba hasta entonces, la del espacio público y político. ¿Qué ha sucedido en la dirección inversa, la que va de esa experiencia a su ministerio evangélico? ¿Siente que, así como algo de lo religioso fue hacia la política, algo de la política fue hacia lo religioso?
—Hemos visto cambios estructurales. Los chicos del Movimiento han estado con nosotros en actividades y en los dos últimos aniversarios de la Iglesia. Otra de las cosas que observé fueron los cambios en el barrio. Nosotros hace seis años que vivimos allí. Como pastor había empezado a recorrer el barrio desde entonces y siempre había sido rechazado.

—¿Hay otras iglesias evangélicas en el barrio?
—No. Y de hecho, nosotros no tenemos una iglesia en el barrio. Sólo en mi casa se hacen reuniones, todos los miércoles.
Cuando mataron a los chicos observé que se rompió el corazón del barrio. Eran muy queridos, habían ayudado a un montón de pibes a salir. Fue notable el cambio. Esa es la lectura que hago no como vecino o papá sino como pastor. Gente que antes me daba vuelta la cara, empezó de pronto a saludarme. Mucha fue a verme. Cuando empezaron a escucharme me dieron un lugar para aconsejarlos con algo, para charlar y escuchar conflictos que estaban atravesando. En cuanto a esa suerte de vuelta desde la política, o desde la sociedad, hemos visto que en estos tres años pudimos llegar a más gente con un mensaje de fe y esperanza que tal vez en todos los años anteriores. Incluso a gente como el gobernador o la intendente. Todas las semanas me reúno con un diputado o un concejal. Ninguno quiere que lo cuente, o que los nombre. No me llaman por política, sino para contarme un problema. Cada dos meses me llaman de Gobernación. Yo no ando repartiendo tarjetas personales. A mí Dios no me ordenó proselitismo de mi ministerio o de mi persona. Yo tengo que dejar una semilla, una palabra, una bendición. Tampoco les digo que me tengan en cuenta.

—Pero lo cierto es que el Triple Crimen y las movilizaciones y acciones posteriores en torno a él, lo volvieron un hombre público. En ese sentido, ¿qué repercusiones han tenido las experiencias personales y políticas que atravesó a partir del asesinato de Jeremías?
—Me invitan a dar seminarios y conferencias. Desde la muerte de mis hijos y mi esposa [NdE: durante el año y medio siguiente al asesinato de Jeremías, fallecieron su esposa Alejandra, por una enfermedad, y su hijo Jairo, asesinado de un balazo una madrugada a la salida de un bar] me invitaron a dar seminarios sobre cómo enfrentar el dolor y atravesar procesos de duelo.
Mucha gente me pregunta por qué creo que me pasó todo esto. Le voy a contar una historia. Cuando muere mi esposa, vienen muchos pastores de las iglesias que tenemos en el país. El último que se fue, no sé si por santiagueño o por qué, fue el de Santiago del Estero. Se fue cuatro días después. Durmió conmigo en la cama que yo había compartido con mi esposa. Cuando se fue, me quedé solo por primera vez, me encontré con la realidad de la soledad. Entonces le pregunté a Dios: “¿Por qué las ausencias? ¿Por qué la muerte de mis afectos?” Y Dios me dijo algo que golpeó mi alma: “Estoy matando a Eduardo Trasante”. Yo le dije, en esta suerte de diálogo que tengo con él, como el que estamos teniendo ahora, “¿Cómo?” Y él me dijo: “Te estoy matando porque para ser yo en ti tienes que dejar de ser tú”. Hay cosas que puedo patalear y discutirle a Dios pero hay otras ante las que me rindo.
Cuando asesinan a mi hijo Jairo, al volver del cementerio, le pregunto a Dios: “¿Todavía estoy tan vivo que me seguís matando?”. Y Dios me responde: “Yo sigo haciendo mi obra. Ahora no lo entiendes pero tus ojos van a ver”. La Biblia enseña que nada es mío, todo es de él. Mi esposa es de él. Ella se fue porque lo pedía todas las noches. Jeremías era para ella su perlita. Creo que Dios fue sabio porque Alejandra no hubiera resistido la muerte de Jairo.
Voy atando esos cabos, veo la escena puertas adentro de los Trasante y veo también lo que pasa afuera. Me paran en la calle para hablarme de la fortaleza y el valor, para decirme que nunca nadie me escuchó insultar. Todos los días alguien me pregunta: “¿Usted es el pastor de los juicios?” o “¿Usted es el pastor de la televisión?”. Yo me río porque hasta hace un tiempo el pastor de la televisión para mí era el pastor Silvestri, del canal Luz. La otra vez, en un supermercado, se acercó un repartidor y me dijo: “¿Usted es el pastor? Qué huevos que tiene. Unos huevos gigantes”.
La gente me pregunta si me puede abrazar o tocar las manos, me pide que le pase un poco de mi energía, me pregunta cómo se hace para perdonar a un asesino si ni siquiera puede perdonar que su marido la haya dejado o que alguien lo haya estafado en un negocio, cómo se hace para orar por el gobierno. Eso, de a poco, me va sanando el corazón; me gratifica. Me felicitan. Me dicen “Usted es el pastor al que le mataron los chicos” pero, más allá de que el primer pantallazo sea señalarme como “el pastor al que le mataron los hijos”, lo que queda luego es un mensaje. El perdón, la paz. La Biblia dice que no hay nada que Dios mande que no podamos soportar. A veces parece que el dolor es extremo, pero si Dios lo permite es porque lo podemos bancar. Ahora mismo estoy acompañando a personas que han sido víctimas de la inseguridad. Y hay algunos que se han venido abajo, que no aguantaron. Yo les digo que si quieren mantenerse en pie tienen que buscar un líder espiritual.

—Y también estar rodeado de gente, ¿no?
—Sí, eso contribuye a que uno haga una suerte de descarga. De todas formas, yo trato de llorar mi lágrimas en la intimidad. La otra semana tenía una amargura muy grande, extrañaba tanto a mi compañera y a mis hijos. Así que salí a caminar, me senté en una estación de servicio a tomar un café, hasta que me tranquilicé un poco. Trato de estar ocupado para despejar la cabeza y salir del momento.

—Recién mencionó la necesidad de un líder espiritual en situaciones personales extremas. ¿En qué referentes religiosos se apoya Usted?
—Dios me llevó a vivir experiencias muy particulares. Para que Dios se manifieste o fluya a través de tu vida, uno tiene que dejar de ser uno para que él sea él. Esa fue una de las grandes batallas que Dios tuvo conmigo. Mi referente es muy grande y estoy aprendiendo mucho de él. Un revolucionario. Mi referente es Jesús. Él, en un momento muy particular, empezó a llegar al corazón de la gente, a romper los esquemas de la religión con un mensaje profundo y sencillo. La gente del vulgo le entendía y los letrados también. Es más, muchos letrados se sentían ofendidos por la sencillez con que transmitía mensajes tan profundos.
Yo amo la sabiduría. Mi padre me lo inculcó. Y mi abuela me decía: “usted estudie, lea, siéntese con los que más saben, escúchelos. Pero también escuche a los ignorantes porque va saber qué no hacer, cómo no tiene que comer ni comportarse”. Siempre hay algo que me enseña. Sé muchas cosas pero hay gente que sabe más que yo y quiero aprender. Me siento a escuchar. Como hombre de Dios no tengo que centrarme ni ahogarme en principios y pensamientos religiosos. Tengo que saber de todo lo que me cuentan. Y para ello, busco que Jesús sea mi mentor. No es fácil porque fue un revolucionario y yo no busco revolucionar nada. Creo que la revolución a la que Jesús llevó a la gente es una revolución del pensamiento. Ese es uno de los llamados que tengo.

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