mesa-testigo entera

Suena el teléfono en la oficina de producción y atiende el señor Abramovi, autor de esta columna. ―¿Quién? –pregunta parco y escueto.
Hola señor Abramovi –responde El Desubicado desde su celular.

―Sí, ¿qué querés zoquete?
―Eeeehhh… pero ¿por qué me trata así?
―Porque no te banco más me tenés los huevos rotos.
―Usted me discrimina porque voté a Del Sel, señor Abramovi –se ataja gangosamente El Desubicado.
―Ufa, no rompas más los quinotos con Delselfie, dejá de victimizarte, me tené podrido ya no me servís para nada y en cualquier momento te mando a la mierda y saco un spin off con Güis Kelly que va a ser mucho más divertido. Por lo menos va a hablar del faso.
―Haga lo que quiera señor Abramovi. A mí me da lo mismo lo que usted haga. Lo aprendí de usted. Yo lo llamaba porque quería preguntarle si puedo llevar a la oficina a una familia de mesas testigos del socialismo que alguien dejó junto a un contenedor de residuos domiciliarios para que las levante algún cartonero o alguna compactadora las deposite finalmente bajo tierra en algún lugar cercano a Dakar.
―Ajá. ¿Y vos serías el cartonero o la compactadora? Porque a mí me tenés los huevos triturados –proclama violento el autor de esta columna.
―El problema es que las mesas quieren ir juntas a donde sea, no se quieren separar –insiste El Desubicado.
―¿Pero cómo? Si son mesas testigos del socialismo lo más lógico es que se quieran separar, después de tanto tiempo ya no se deben querer ver más –chicanea Abramovi.
―Yo le quería obsequiar una de ellas al Bigote de Mauricio, que cumple años la semana que viene –sigue en la suya El Desubicado.
―Muy buen regalo una mesa testigo del socialismo para el Bigote de Mauricio –concede irónico el señor Abramovi.
―Pero ellas no quisieron ir. Son muy orgullosas. Como los radicales de antes…
―¿Y vos qué mierda sabés cómo eran los radicales de antes? –cuestiona el autor.
―No, sí, la verdad que no sé una goma de los radicales de antes. Pero bueno, yo lo llamaba para ver si sería posible que entraran en la oficina. Son cuatro mesas chicas, tipo pupitres, tal vez las podríamos usar como escritorio… –intenta El Desubicado.
―¿Y vos para qué mierda querés un escritorio?
―No sé, pero me da cosa dejar las mesitas acá junto a contenedor. ¿A usted le gustaría que lo tiraran a la basura?
―A veces me vendría bien, me parece…
―Pero estas mesas… –persiste El Desubicado.
Abramovi lo corta: –No.
―Pero señor Abramovi sea bueno… son las mesas testigo del socialismo…
―¿Y qué? –esquiva el autor perdiendo la paciencia.
―Pueden servir para la columna –sigue insistiendo El Desubicado –. Tienen cierta gracia…
―Bueno, te corto porque me estoy meando. Chau –interrumpe el diálogo Abramovi. Y corta la comunicación.
―Voy a tomar eso como un sí –replica El Desubicado.
El señor Abramovi resopla. Filoso fofó le pregunta: “Con quién estaba hablando, jefe?”.
―Con el pelotudo del Desubicado –responde el autor –. No sé qué mierda quería con unas mesas testigos del socialismo que encontró al lado de un contenedor de basura…
―¿Las quería traer? ¿Le pegó de ciruja? Jojojó, qué pelmazo… –interviene Güis Kelly.
―Seguro se encariñó el boludo. Lo deben haber salameado –conjetura Fofó.
―¿Salameado? –se mofa Abramovi.
―Jajaja… Le doraron la píldora decía mi abuela, jojojó –acota Güis Kelly.
―Sí, las quería traer… –ratifica burlón Abramovi.
―Buenísimo –se halaga Fofó –. Así podemos tener escritorios…
―¿Y vos para qué mierda querés un escritorio? –se indigna Abramovi.
―Pero ojo ojo guarda guarda que las mesas testigos del socialismo nunca fallaron en una elección –tercia Güis Kelly –. Sería bueno tenerlas acá este año electoral.
―Callaaaaaaate Güis Kelly… Si en las últimas Paso dieron ganador al socialismo –sentencia Abramovi con ínfulas descalificadoras.
―No se equivoque –lo frena Güis Kelly –. El socialismo se proclamó ganador, las mesas jamás dijeron eso.
―Claro, jefe. Jamás pifiaron las mesas –apoya Fofó.
―Ajá… –Abramovi se queda pensativo –. Ustedes dicen que con las mesas testigo del socialismo vamos a saber mejor que nadie quién habrá ganado las elecciones… ¿Por qué no me hacen reír un huevo? –intenta burlarse Abramovi, perdiendo nafta.
―Modestamente no es lo mío la modestia –retruca el doctor Güis Kelly buscando complicidad con Fofó –pero yo considero que sería buenísimo que El Desubicado trajera las mesas testigo del socialismo a la oficina.
―Además acá hay lugar, Abramovi. Si no tenemos ni un florero. Si no fuera porque Luis puso el tocadiscos y un colchón, en esta oficina entra una cancha de bádminton –refuerza Fofó.
―Dígale que las traiga, jefe –define Güis Kelly.
―Llámelo al celu y dígale –remata Fofó.
–Bueno, me hartaron, me hincharon las bolas –resopla el señor Abramovi mientras agarra el celular –. Siempre de una manera u otra ustedes se salen con la suya.
―Se supone que para eso nos escribe, jefe –se jacta Güis Kelly.
―No, boludo, no te equivoqués… –Abramovi le replica en tono vengativo mientras marca el número del Desubicado.
―Yo no puedo equivocarme jefe, soy escrito por usted –tira burlonamente el doctor.
―Hola… –Abramovi habla por teléfono. El Desubicado atiende. –Te voy a cagar a piñas –dice Abramovi a Güis Kelly.
―¿A mí por qué, jefe? –pregunta El Desubicado desde el otro lado de la comunicación.
―A vos no, pelotudo –aclara Abramovi –. A Güis Kelly.
―Pero ojo jefe la última vez que se cagaron a piñas con el doctor usted perdió, ¿no se acuerda?… –recuerda El Desubicado.
―La concha de tu madre –exclama el autor.
―¿Me lo dice a mí o a Güis Kelly, jefe?
―Eeeh… está bien… no, pará… –vacila Abramovi.
―Estoy llevando las mesas testigos del socialismo a la oficina, tal como quedamos –avisa El Desubicado al autor de esta columna.
―¿Cuándo quedamos en eso?
―Recién hace un rato cuando hablamos por teléfono –esgrime El Desubicado.
―¿Pero cómo?… yo nunca te dije que las trajeras.
―Pero yo le dije que yo las iba a llevar. Es más se lo dije antes de cortar. Es más creo que usted ya había cortado, tal vez por eso no me escuchó señor Abramovi. Pero yo se lo dije. Usted me escribe, ¿le parece que yo le llevaría las mesas testigos del socialismo a la oficina sin decirle nada antes? Mírese al espejo y dígame.
―Bueno está bien –se harta el señor Abramovi –. Traé esas mesas de mierda y no jodás más. Prefiero cagarme a piñas con Güis Kelly antes que escucharte a vos.
―Bueno, usted me escribe –se excusa taimado El Desubicado.
―¿Pero qué mierda pasa hoy con ustedes? Dale romper los huevos con que yo los escribo, ¿vos también Fofó?
―No sé qué pasa, maestro –responde Filoso –, usted nos escribe. Es más, estoy esperando que me escriba el capítulo en el que desarrollo el Miguel de dos cabezas como un ultrahípercandidato capaz de ganar aun cuando pierda.
Repentinamente el señor Abramovi se queda callado, pensativo. Como si le hubieran hecho acordar de algo.
―Es verdad –le dice a Fofó. Y sigue, amenazante: –Yo los escribo, pero ustedes me están haciendo renegar demás. Pero ya van a empezar a sufrir, van a ver. Sobre todo vos Güis Kelly…
―¿Se va a poner dark, jefe? –provoca Güis Kelly. El señor Abramovi, se le acerca y responde con una sonora cachetada en una de las mejillas del doctor, que se queja dolorido. El autor de esta columna lo ignora, prende la compu y se pone a escribir.
“Qué feo es el dolor de orto”, tipea en su estado del Feisbu. Podrían muchos likes sacarlo de perdedor…

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