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(Resúmen del capítulo anterior: El Fantasma del Pro vuelve a asustar a las gentes en los barrios y, de pronto, se hace humo y abandona Dakar ante el asombro de El Desubicado, quien regresa al consultorio de cotidianología protoparalelepípeda del doctor Luis Güis Kelly, a esta altura ya todo un amigo. El doctor Güis Kelly lo recibe haciendo girar sobre su dedo índice derecho la pelota que pateó Higuaín en la final de la copa América, a la cual pretende proponerle que se quede a vivir con él. El esférico, por su parte, acusa ciertos dolores y mareos producto del ajetreo al que se ha visto sometido desde que fuera impulsado allende la cordillera de Los Andes.

Hambriento, El Desubicado encuentra medio paquete de salchichas y medio paquete de Criollitas en la alacena del doctor, quien lo habilita a hacerse unos pseudopanchos previo chequeo de la fecha de vencimiento de los productos. El Desubicado se niega a revisar esa cuestión alegando que prefiere indigestarse antes que tener que tirar comida vencida teniendo en cuenta que tiene mucha hambre. Entonces Güis Kelly decide echarse una siestita en el sofá. Se acurruca junto a la pelota y comienza a roncar.)

De repente Filoso Fofó, payaso y analista político de este circo, se encuentra en una esquina semaforizada como si esperara para cruzar la calle. No sabe cuánto tiempo hace que está parado allí. Viste una suerte de camisón, como si acabara de escaparse de algún centro de salud, cosa que tal vez haya sucedido pero él ignora. Sabe que hace algunas horas –¿o tal vez ya unos días?– debería haber subido a un escenario para debutar como estandapero, pero algo pasó y ahora está como dormido en una esquina esperando quién sabe qué señal para cruzar la calle.

Hasta que se despierta. ¿Qué habrá pasado?, se pregunta. Es evidente –afirma– que no debuté como estandapero, ya que seguramente –razona– me acordaría de haberlo hecho. ¿Y qué hago con este camisón? Duda: ¿habré estado internado? ¿Y dónde? ¿Y quién me habrá llevado? ¿Y por qué estoy solo? Filoso Fofó piensa mientras enfila hacia el parque de motorhomes en el que vive.

Al pasar por un quiosquito se le ocurre poder comprarse un sangüichito. Se relame pero desiste al toque luego de intentar palparse los bolsillos en busca de dinero y advertir que ni siquiera lleva puestos calzoncillos. Uf, ¿tendré algún calzón lavado en la casilla?, se preocupa.

Filoso Fofó llega al parque de Motorhomes, pasa saludando como si no estuviera vestido con un camisón que permite que se le vea el culo. Tal vez sea mejor que él no lo sepa, ya que le habría dado cierta vergüenza haber caminado en culo desde quién sabe dónde habrá estado el dispensario del que quizás haya escapado. Llega al Motorhome e intenta abrir la puerta, pero está cerrada con un candado cuyas llaves, obviamente, no tiene encima. Por suerte a mano está la pinza de emergencias con la que puede cortar el candado. Ya está oscureciendo y deberá hacerlo pronto, ya que además la temperatura está bajando y se le está enfriando bastante el culo.

Logra entrar a la casilla y el ambiente no ha perdido su calidez. Sin embargo, logra notar vestigios de una angustia reciente que, otra vez sin embargo, ya no siente. Como si hubiera borrado un problema que ahora no recuerda haber tenido.

De pronto la desesperación lo invade: tengo hambre, se le activa un botoncito del cerebro. Uy, sólo queda un paquete de arroz bastante croto. Pero por suerte queda algo de aceite. Y también sal. Debería ir a hacer las compras. Uf, menos mal que quedan cuatro fósforos.

Fofó pone a hervir el arroz cuando el frío le ayuda a advertir que debería ponerse algo más abrigado que el camisón con el cual parece haber escapado de cierto manicomio o alguna institución por el estilo. A eso va, cuando suena el teléfono. “Hola”, atiende curioso.

–Qué tal, soy Mauricio, quiero hablar con Filoso Fofó, poeta y malabarista psicótico de este quincho.

–¿Cómo?

–¿Hablo con Fofó?

–Pseeee…

–Hola, soy Mauricio y quiero invitarte a que me votés para que cambiem…

–Pará, pelotudo… –interrumpe Fofó, medio ofendido –. No soy poeta, malabarista, psicótico ni estoy en ningún quincho…

–¿Estás seguro? –desafía Mauricio –. A mí me dieron la lista de ciudadanos a los que invitar a que nos acompañen en nuestra propuesta de cambio y esto no puede estar equivocado, son datos validados por la embajada, ¿me entendés?

–A ver… ¿y cómo dice que me llamo? –desafía Fofó.

–Te lo dije: Filoso Fofó, poeta malab… –Mauricio duda, se da cuenta de que se equivocó de renglón –ah no, perdón, payaso y analista deportivo de este círculo.

–¡¡¡Nooo!!!! ¡¡¡Tarado!!! Leé biennnn –se enoja Fofó. Y le dicta: –Payaso y analista político de este circo. A ver, repetí: Filoso Fofó.

–Filoso Fofó –acata Mauricio.

– Payaso y analista político de este circo –sigue dictando Fofó.

– Payaso y analista poético de este círquid…circuito ¿cómo? ¿me podés repetir la última partecita? –pide Mauricio.

–Payaso –vuelve a dictar Fofó.

–¿A quién le decís payaso? –se retoba Mauricio.

–Te estoy dictando, badulaque.

–Bueno, pero dictame con respeto y diálogo.

–Dale, imbécil, repetí: payaso.

–Payaso –afirma con seguridad Mauri.

–Y analista político…

–Y analista… ¿político? –balbucea ahora Mauri.

–Sí. De este circo.

–Sí, de este circo. Ahora te lo dije bien, ¿viste? –se jacta Mauricio.

–Sí, mirá –Fofó se pone serio –. Honestamente yo quería aprovechar la oportunidad para decirte que acabo de corroborar que sos un tarado, no sabés siquiera leer una guía de teléfonos, Mauricio.

–Ya quisiera verte a vos –se pone defensivo Mauri –con estas letritas chiquitas, están todos los renglones encimados. ¿Vos te creés que es fácil leer estas instrucciones? Hay que hacer guías de teléfonos más grandes, con tipografía más legible, porque cada uno de ustedes que están en las guías telefónicas merece tener más espacio en las mismas. ¿Hasta cuándo –Mauricio se va arengando –nos vamos a conformar con el tamaño que tenemos que padecer en las guías telefónicas? Todos encimados, uno arriba del otro. ¿Por qué tenemos que vivir así? El otro día me encontré con un tío en una guía telefónica, el tío Mauro, está muy cerca de mí, por supuesto, o sea, hay un par de Mauricios más debajo mío, creo que otro Mauro que es un primo y después viene mi tío. Mi tío me contaba que en su época las guías de teléfonos tenían más espacio, que ahora hay mucha gente en las guías y que eso genera mucha incomodidad y, por supuesto, también inseguridad. Porque uno ya no sabe a quién tiene arriba ni abajo. Y mirá si te matan –asevera convicente Mauricio.

Filoso Fofó sostiene azorado el teléfono sin poder creer lo que oye mientras suelta un sonoro pedo que da cuenta del vacío imperante en su estómago. No puede ser cierto lo que me está diciendo este idiota, murmura para adentro.

–¿Y, Filoso? ¿Qué me decís? –insiste amisto Mauricio –. ¿Nos acompañás a cambiar con tu voto?

Fofó duda: –Esteee… decime que no es cierto.

–¿Qué cosa? –pregunta Mauricio.

–Que sos tan tarado. Hablás como un tarado mental, decís taradeces, todo dictado, apenas sabés leer… ¿puede ser que seas tan tarado, Mauricio? –increpa Filoso.

–¿Y a vos qué te parece?

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