Foto: Manuel Costa.
Foto: Manuel Costa.

El habilidoso ex volante de Central, hoy devenido en técnico de inferiores, repasa su carrera que incluyó temporadas en el Ascenso, en Colombia, Venezuela y México, y que no llegó a ser lo que pintaba porque –admite– le costó “sostenerse”.

“Nací en zona sur, en barrio Tablada, y como había una canchita a media cuadra de mi casa me la pasaba jugando todo el día a la pelota”, suelta de entrada el Tom, que así es como se lo conoce en el ambiente futbolístico, y luego de señalar que empezó en el baby del club Grandoli y que tuvo un paso fugaz por Central Córdoba, rememora: “Cuando tenía 11 ó 12 años, el papá de un compañero me llevó a probarme a Central, en Fábrica de Armas. Al técnico le gustó y me fue a buscar a mi casa. Era Emilio Máspero, me invitó a participar del grupo y ahí nomás me ficharon. A Emilio lo tuve 3 ó 4 años más y es uno de los técnicos que más me marcó, sobre todo por cómo trataba al jugador”.

Gustavo, que llega a la entrevista con una bermuda y una gorrita con los colores y el escudo del club de Arroyito, y una chomba de la selección nacional, confiesa entre risas que de chico, cuando jugaba, iba tirando nombres de jugadores de la Primera y que ese, el de llegar a ser futbolista profesional, era su gran sueño. “Llegar es un proceso largo, y en ese proceso es cuando uno nota que va avanzando, que lo siguen y que por algo te miran tanto”, dice, y agrega: “Igual, cuando llegás perdés bastante de lo que traés del barrio, del potrero, porque empezás a jugar por plata, ya se lo pasa a tomar como un trabajo y existen mayores cuestiones tácticas y más responsabilidades”.

El que le ayudó a cumplir aquel sueño fue Edgardo Bauza. “El Patón me conocía de las inferiores, cuando yo estaba en la ciudad deportiva y él era el coordinador general”, afirma el talentoso ex mediocampista, y acota: “Cuando le dieron la posibilidad de dirigir al primer equipo yo ya veía cómo venía la mano y sabía que estando él iba a tener la posibilidad.

Debuté un viernes a la noche, con Colón, en un torneo oficial, pero antes ya había entrado en los torneos amistosos que se hacían en Córdoba. Jugaban el Rafa Maceratesi, Ezequiel González, y le ganamos a Newell’s. Fue el único clásico que ganó el Patón”.

El corazón en Arroyito

“Mi mejor momento fue con César Menotti, porque era titular o el primero en ingresar. Además me sentía rápido, ágil y muy bien físicamente”, dice el Tom, quien reivindica al Flaco como otro de los entrenadores que le dejaron “muchas enseñanzas en el fútbol”, y tras destacar que “ese equipo jugaba muy bien” y que en las primeras fechas “ganó, goleó y gustó”, recuerda emocionado el clásico de aquel Apertura 2002 en el que el Canaya cortó la racha adversa de 22 años sin poder ganarle a su eterno rival en el Parque Independencia, con un tanto suyo y otro de Luciano Figueroa. “Yo de pibe, antes de jugar en Central me juntaba con todos los atorrantes de Grandoli y viajaba a ver a Central a todos lados, así que imaginate lo que significó después jugar un clásico en Primera y hacer un gol. Me acuerdo que en la concentración se decía que el que tuviera la suerte de hacer un gol en ese partido si lo ganábamos iba a quedar en la historia, por el largo tiempo que hacía que no se lograba un triunfo en esa cancha. A mi me tocó empujarla, nada más, pero valió un gol y es el que más grité en mi vida”.

Pese a que rindió en varios de los encuentros que le tocó disputar con la camiseta del club de sus amores, la llegada de Miguel Russo a la conducción técnica del elenco mayor terminó significando su salida de la institución. “Nunca me pude sostener cuando me fui de Central, porque yo lo que quería era seguir –dice–. Después pasé a Argentinos, que dirigía el Tigre Gareca, en el Nacional B y ahí tan mal no me fue porque peleamos por el ascenso y perdimos la final contra Quilmes. De ahí me fui a Colombia, a Independiente Medellín, una ciudad hermosa. Arranqué bien y jugando, porque el DT que me llevó me quería, pero al poco tiempo me rompí la rodilla en un entrenamiento, y en el lapso que me operaron lo echan al técnico y el que llegó le dio la posibilidad a otros jugadores”.

En cuanto al momento en que debió dejar el barrio Lisandro de La Torre, el Tom asevera: “Yo no le guardo rencor a nadie –afirma– y si no me pude sostener fue por culpa mía. Porque estuve en Tigres y en el América de México y en diez equipos más, y siempre me costó. Fue difícil estar afuera. Cuando de Central me cedieron a préstamo a Argentinos Juniors estaba en mi mejor momento. Pero vino Russo, tuve una discusión y me tuve que ir. La fácil sería echarle la culpa a quien me sacó, pero lo cierto es que después fui a otros equipos y me costó mucho sostenerme. La verdad es que cuando jugaba en otros clubes, la cabeza la seguía teniendo en Central”.

Haciendo escuela

Cuando el Tom colgó los botines, su relación con la redonda no terminó. Su recorrido por el fútbol de Primera, por el exterior y por el ascenso, más el conocimiento que siempre aporta el potrero, lo cargaron de experiencia para que en la actualidad la pueda transmitir a las nuevas generaciones. La décima y pre décima de Rosario Central en la zona sur están bajo su conducción. Incluso, con ésta última división se consagró campeón invicto en el torneo Unificado de la Rosarina, aunque su conductor prefiere “no hacer hincapié en el resultado”, y argumenta su postura: “Los jugadores de inferiores, y te diría hasta la reserva, están en un proceso de aprendizaje y formación, porque por algo no juegan en Primera, ya que todavía le falta un proceso”.

De todas formas, el hábil ex jugador que lleva tatuado en la espalda el Gigante de Arroyito, reconoce que “cuesta mucho” imponer la independencia del resultado “porque cada vez se presiona más con ganar y no importan las formas”. Y asegura: “Yo prefiero perder pero que mi equipo intente jugar y que muestre cosas interesantes”.

Su nueva vocación se dio gracias a “un conocido que era técnico en Grifa y me invitó a dirigir”. Su experiencia arrancó hace poco menos de dos años, aunque tiene en claro que toda su trayectoria no lo avala para lograr buenos resultados. “No quiere decir que porque jugaste te la sabes todas. Uno tiene que estar permanentemente capacitándose, pero la ventaja para el que jugó es que sabe cómo llegarle al jugador porque estuvo en un vestuario, sabe conceptos de juego que no te lo da el curso de técnico”.

Ceballos, un viejo conocido

El árbitro que padeció Central en la final de la Copa Argentina ante Boca, también lo debió sufrir Gustavo Arriola cuando defendía los colores de Argentino de Rosario, en 2008. “Le ganábamos a Excursionistas 2 a 0 y estábamos peleando los dos arriba. Faltaban tres minutos y nos empataron empujados por Ceballos”, recuerda el ex volante sobre la actuación del juez que se convirtió en enemigo público del pueblo auriazul, y fustiga: “En la final en Córdoba fueron muy obvios. Muchas veces lo hacen más disimuladamente, cobrando todas las divididas en contra, cargándote de amonestaciones. Igual, con el recuerdo de aquel partido del Salaíto y Excursio, no entiendo cómo dirigiendo así pudo llegar a Primera”.

“Algo raro hubo”, insiste dolido en referencia al duelo decisivo, y argumenta: “Te podes equivocar pero no siempre para el mismo lado. Para mí cuando te quiere cagar un árbitro no hay forma de que puedas ganar”.

Por otra parte, quien se lleva todos los elogios del Tom es el actual entrenador auriazul, y así se suma a las numerosas voces de sus colegas sobre la destacada participación de Coudet al frente del primer equipo. “Lo mejor que puede hacer la Comisión Directiva es respaldar al Chacho”, considera el ex futbolista, y confiesa: “Muchos no le tenían confianza y a mí me sorprendió para bien, porque él le ha metido mucho laburo. Cambió de sistema varias veces y eso no es fácil, ahí se ve el laburo del tipo y el convencimiento que le transmite a los jugadores para ubicarlos en distintos esquemas. Y más allá de todo, siempre trata de que la pelota salga limpia para poder jugar, sin reventarla”.

Arriola, quien alcanzó a compartir entrenamientos con Coudet cuando ambos vestían los cortos, pero no jugar juntos, admite que “tiene pensado el año que viene ir a un entrenamiento para mirar cómo trabaja, para seguir aprendiendo”.

Soy mala fama

Las historias, anécdotas y rumores que rodearon la vida de Gustavo Arriola durante su período como profesional, lo instalaron en una posición nada cómoda para el ahora padre de familia y formador de pibes en las inferiores canayas. “A eso lo tengo claro, sé lo que hice bien y lo que hice mal”, aclara el entrevistado, y explica que “cuando sos jugador y se te apunta por algo, a esa fama no te la sacas más”.

En este aspecto, asegura que en el mundo que rodea al deporte más popular “hay muchos caretas y mucha hipocresía”, y revela: “Yo hice cosas malas que no debe hacer un jugador de Primera, pero sabés cuántos jugadores hicieron lo mismo y hoy tienen un nombre y juegan en Europa”.

“Yo vengo de un barrio bajo, tuve muchos amigos que los han matado por lo que se está viviendo con la droga”, y “cuando jugaba en Primera me seguía juntando con los mismos personajes o delincuentes que me juntaba cuando era chico”, ya que “eran amigos de la infancia, con la diferencia de que ellos tomaron un camino y yo otro, por eso digo que a mí la pelota me salvó la vida”.

Tampoco guarda agradecimientos para su compañera de vida, con quien está desde los 18 años: “Mi señora también me salvó, es de fierro. Pudo haberme echado y me bancó en todas”. Y agrega: “Cuando estás en Primera te llaman siempre y tenes diez mil amigos, pero cuando te aprieta el zapato son pocos los que están”.

De todas maneras, el ex jugador no esconde sus orígenes y concluye: “No oculto de dónde vengo y lo que era, pero ahora tengo mi familia, soy responsable y cumplo con mi trabajo”.

Central y Perón, un sólo corazón

El caminar el barrio y su experiencia con la pelota en un estadio lleno o en un potrero, despertaron en el Tom su espíritu militante, con el cual toma fuerzas para “ayudar a los chicos, porque la mayoría de los jugadores con talento –y ejemplifica con Agüero, Riquelme, Tévez, Maradona, entre otros– salen de la villa; y muchos se quedan en el camino porque nadie los ayuda”.

“Me interesa la militancia, aunque de política sé poco, pero siempre fui peronista, porque veía a mi papá que se le caían las lágrimas cada vez que le nombraban o veía algo de Perón y Evita, y a eso no me lo saca nadie”, recuerda Gustavo, y asegura: “Si yo pudiera hacer algo con todos esos chicos que quedan a mitad de camino, lo haría”.

Fuente: El Eslabón.

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