De calletano

Rosario, barrio Las Flores, 2 de diciembre de 2015. 11.30 horas. La puerta de nuestro destino está justo frente a la parada donde me acaba de dejar el 140, cruzando la calle. Un terreno amplio, con árboles que delatan décadas; debajo de ellos, mesas y sillas de cemento; al fondo, unas construcciones de paredes blancas y techos rojos conectadas por galerías. El viento casi nos empuja hacia adelante, su frescura se combina con el sol de un mediodía primaveral. Va a ser una tarde hermosa para estar en la presentación de De calletano. El grito estalla, la revista producida por los chicos y chicas del Taller de Periodismo Digital que se desarrolla en el Centro de Convivencia Barrial (CCB) de Las Flores.

Mientras veo llegar a otros invitados, recorro el lugar: distingo habitaciones, la cocina, una hermosa huerta y una extrañísima construcción cilíndrica. Es una torre circular, de unos seis metros de altura por dos metros y medio de diámetro, hecha de cemento y de troncos que parecen incrustados. En la cima tiene una baranda elaborada con ramas enlazadas. Por colores y formas semeja una obra modernista, a lo Gaudi. Un objeto extraño, onírico e hiperpresente a la vez.

Al rato me pongo a charlar con Mario, el coordinador del CCB. Elogio el sitio, le pido detalles: me cuenta que había estado a cargo de una familia de inmigrantes hacia los años sesenta, que fue un jardín de infantes o guardería obrera, que se sospechaba que podía haber sido un centro de detención en los setenta pero que nunca se encontró nada, que en 1997 se instaló el Programa Crecer de la Municipalidad. Y que ahora, luego de una extensa peregrinación de nomenclaturas, es un CCB.

–Che, ¿y qué es la torre que está junto a la huerta?, pregunto

–Eso era un molino. Tuvimos que sacar las aspas porque se habían caído.

Mientras lo escucho pienso cómo los relatos van dando espesor a las experiencias, en un proceso que hace que los “sitios” conviertan en “lugares”.

Las palabras y las cosas

Entre staff (Nacho, Diego, Tamara, Motomel, Gustavo, Brenda, Balbina, Rocío, Micaela,, Laura, Jésica, Isaías, Michael, Rocío, Violeta, Fabiana, Kevin, Daiana, Rubén, Hernan, Milagros, Débora), colaboradores y fotógrafos, la revista involucró a cincuenta personas. Del trabajo de ese grupo durante dos años salieron las entrevistas (al jugador Ángel Correa, a los músicos Chanchi, Lucho González y Aldana Moriconi, a las mujeres de la huerta del CCB Las Flores, a un grupo de chicos que se reúne en una esquina del barrio, al escritor/ex jugador Kurt Lutman, a Los escamas, un mítico equipo de fútbol de Las Flores, al conductor radial Marcelo Nocetti), las producciones fotográficas (la galería de miradas, los sténciles, la fotonovela), las ilustraciones y los dibujos (contra la violencia de género, contra el narcotráfico y sus cómplices, a favor del compañerismo) y los recuerdos y homenajes a Brenda “La Mica” y Luis Olivera, dos amigos del barrio asesinados.

Mientras avanzo en la lectura noto un detalle gráfico: la firma de los artículos se compone del nombre y un icono: el símbolo y la palabra paz, un corazón, estrellas y esferas, la boina del Che, la clave de sol, la palabra Rap, una carita feliz, una flor en una maceta, un puño sosteniendo el planeta. Tengo la impresión de haberlos visto en otro lugar; inmediatamente, mi memoria lo confirma: los vi hace minutos, stencileados en una pared del CCB. Comprendo que han viajado desde una tarde de sténciles hasta la revista, armando un ida y vuelta entre paredes y papeles. La idea me parece interesante: De calletano muestra su procedencia y su ambiente, se imbrica con el sitio y, como los relatos, lo convierte en un lugar. Y te dice, por lo bajo, que para entender hay que estar ahí. Te dice que “pibes” y “barrio” pueden significar muchas cosas.

La disputa del lenguaje

Los chicos y las chicas lo repitieron más de una vez en la presentación. De calletano intenta mostrar lo bueno, lo interesante, lo vital del barrio. Sin escaparle a los problemas y los peligros que lo definen (las violencias y las muertes, el narcotráfico territorializado), la revista quiere ponerle otras palabra, contarlo de un modo no policial. Porque ahí está uno de los meollos de la coyuntura: excediendo (y potenciando a) la institución y las prácticas policiales se ha diseminado un andamiaje lexical y simbólico que ha puesto a grandes sectores de la sociedad a hablar “la lengua policial”. Entonces, hablar otras lenguas no es un ornamento político sino una condición fundamental para la desarticulación de esa especie horrorosa de nuevo idioma. Pero una palabra propia no es importante sólo por eso sino, obviamente, por los efectos que tiene en las propias vidas que la inventan y la comparten. De allí que sea tan necesario pensar el trabajo y las intervenciones no en un sencillo “discurso contra discurso”, sino desde el delicado proceso de producción de múltiples hablas singulares. La fuerza está donde somos capaces, más que de transmitir, de propiciar que algo de la creación pueda emerger y echarse a andar.

Hablar y ser hablado

En los últimos años, los pibes y las pibas de los barrios periféricos han sido, quizá, los más adjetivados y los menos escuchados de todos. Programas de entretenimiento (noticieros u otros), prensa gráfica, académicos, partidos políticos, instituciones estatales, son algunos de los grandes amplificadores de discursos sobre los jóvenes. Las voces más fuertes buscan criminalizar sus existencias, estigmatizarlos; otras buscan defenderlos, protegerlos, empoderarlos. Éstas últimas, no pocas veces caen en idealizaciones, suponiendo morales y deberes, tareas sociales. Tan diferentes en los discursos y en las prácticas, esas posiciones corren el riesgo de compartir aquello que Foucault llamaba, provocativamente, “la indignidad de hablar por otros”. Y es justo ahí donde De calletano cae como una bomba. Porque, como los chicos y las chicas fueron contando a medida que avanzó la presentación, hasta el propio nombre de la revista apunta a ese problema: el juego (de palabras, justamente) entre la calle y el silencio y una explosión que es aparición de los callados, los acallados y los no escuchados. Pero, ¿acaso dicen lo que tenían desde antes para decir y no decían? No solamente. Escuchando a Fabiana, Micaela y Hernán, se podía entender que el proceso de producción de la revista, las conversaciones, los obstáculos, las decisiones fueron instancias de invención de una manera propia de hablar. Lo que llegó a nuestras manos es la cristalización de una historia mucho más compleja, interesante y de casi imposible aprehensión; una historia que indica que la revista importa por lo que expresa pero tanto más por haber constituido la ocasión de encuentros. Si ayer se presentó la revista-objeto es porque antes la experiencia-revista presentó a los pibes entre ellos y a sí mismos.

Contra la desigualdad, la diferencia

¿Cómo los presentó? Leyendo y escuchando noté que los realizadores de la revista no oponían un discurso a otro, “su” mirada colectiva a una mirada colectiva exterior. Más bien se diferenciaban. La propia presentación expuso esas diferencias en una infinidad de gestos que socavaban las miradas compactas: uno de los chicos hablaba un montón y se preocupaba por el poder de la palabra y los diferentes lenguajes que confluyen en la revista, dos chicas se fastidiaban por tener que hablar en público (aunque lo hicieron y quedó claro que la revista había cambiado un poco sus vidas), tres pibes no podían levantar la cabeza debido al peso de la timidez, otro necesitó pararse y salir para, recién después, poder decir algo (y lo que dijo fue potente: mirándonos a todos, preguntó ¿somos iguales o no somos iguales?). Apuesto a que hay ahí una clave: si una de las operaciones del racismo consiste en homologar y mostrar como identidad (“los pibes”) lo que es un conjunto de diferencias, entonces afirmar la individualidad, el valor de cada vida y las singularidades que la componen se convierte en un posicionamiento político decisivo. Visto así, encontrarse a hacer una revista es dotar a las experiencias de densidad, fuerza y ambivalencias. Es como pasar de ser sitio a ser lugar.

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