Macri

No se trata de pesimismo, ni de vaticinios catastróficos. Tampoco de hacer futurología, ni de infligir miedo en la sociedad como hicieron durante años los economistas del establishment y los CEO que hoy están en el poder. De la rápida y estruendosa batería de medidas tras el recambio presidencial se desgajan los principales objetivos trazados por el gobierno de Mauricio Macri: enfriar la economía, transferir ingresos a sectores concentrados y disciplinamiento sociolaboral. Las proyecciones para 2016 en base a las iniciativas aplicadas por el PRO y sus aliados más las que están en carpeta anticipan una contracción del producto bruto interno, con efectos recesivos sobre el nivel de actividad e impacto directo sobre los ingresos de los sectores populares.

La eliminación y rebaja de retenciones a las exportaciones del agro y la industria, el levantamiento de las barreras para importar, la desregulación a las tasas de interés que cobran los bancos, la inminente quita de subsidios a tarifas de luz, gas y agua; endeudamiento, desarme del esquema de control cambiario tras el fin del publicitado y mal llamado “cepo al dólar”; y una devaluación de más del 35 por ciento dieron un volantazo neoliberal en el andar de la economía doméstica. Sus resultados negativos ya se palpan, sobre todo en los bolsillos de asalariados, jubilados y beneficiarios de programas sociales a partir de la disparada de los precios de bienes de la canasta básica, con aumentos de hasta del 70 por ciento según consultoras que dirigen funcionarios de Macri.

En un contexto internacional y regional adverso, en 2015 la economía argentina creció poco más del 2 por ciento, según la estimación de la Cepal, que destacó la incidencia del sector público y las medidas fiscales para dinamizar la economía. Sin embargo, la actividad local se achicará en 2016 por el bombazo de la devaluación y el resto de las medidas del nuevo gobierno, que busca romper (vía decretos y balas de goma) con avances y conquistas de los últimos años, y no sólo en el plano económico.

La aceleración de la inflación erosiona el poder de compra de los salarios. El estudio del economista Miguel Bein midió una suba del 3 por ciento en el índice de precios al consumidor para noviembre y del 6 por ciento para diciembre, cuando el promedio mensual venía siendo de 1,5 por ciento. El interventor del Indec, Jorge Todesca, prefiere no mostrar los números de la inflación bajo un irrisorio argumento técnico.
La expectativa de devaluación rompió en noviembre la tendencia de desaceleración inflacionaria reconocida por el Indec y los privados, con efectos negativos en el consumo popular. Según la consultora CCR, la demanda de productos en hipermercados, supermercados, autoservicios y negocios tradicionales registró en noviembre una caída en volumen de 0,4 por ciento con relación a igual mes del año anterior, debido a la suba de precios y la incertidumbre electoral.

La eliminación de las retenciones al agro y la posterior devaluación favorecieron a los grandes productores agropecuarios y cerealeras, que especularon con la cosecha a la espera de acrecentar ganancias gracias a las medidas de Macri. La iniciativa PROcampo pegará en los precios del mercado interno en 2016. Por ahora, el pequeño productor la ve pasar porque no guardaba remanente de granos en silobolsas y encima tenía deudas en dólares por la compra de insumos. El 82 por ciento de la producción agropecuaria está concentrado en 7.500 grandes ruralistas. La reciprocidad de favores quedo de manifiesto en los últimos días cuando las empresas del sector agroexportador, que representan un tercio de las exportaciones argentinas, agrupadas en la Cámara de la Industria Aceitera y el Centro de Exportadores de Cereales, liquidaron más de 756 millones de dólares, casi 260 por ciento más que en igual período de 2014.

La inflación proyectada por distintas consultoras para 2016 ronda el 35 por ciento, mientras desde el gobierno ya deslizó un techo para las paritarias en el orden del 25 por ciento. Con las futuras negociaciones salariales en pos de ganarle la carrera a los precios y los reclamos actuales de los gremios por un adicional de fin de año que ayude a compensar los aumentos, se anticipa una atmósfera recargada de puja distributiva entre capital y trabajo. Para mantener a raya las demandas, desde sectores empresariales empezaron a amenazar con despidos y flexibilización laboral. Lo hizo la empresa Siderca del grupo Techint en la planta industrial de Zárate-Campana y lo hacen las grandes cerealeras del cordón industrial del Gran Rosario, pese a que en ambos casos fueron beneficiadas por la devaluación y la quita de retenciones.
Desde la Fundación Pueblos del Sur que dirige el economista rosarino Esteban Guida indicaron que en el escenario Macri presidente hay una orientación política y económica neoliberal pro-mercado. Y que las amenazas de ese escenario apuntan a la producción nacional y el empleo, la transferencia de ingresos, el endeudamiento externo, el disciplinamiento social, la primarización de la economía y la pérdida de autonomía.

Un estudio de la consultora Ecolatina, creada por el ex ministro de Economía Roberto Lavagna, señaló que la economía argentina “verificaría una leve contracción en 2016” por efecto de la devaluación del nuevo gobierno, que beneficia a algunos sectores y perjudica a otros. Ecolatina sostuvo que en el corto plazo un salto cambiario “tiene efectos recesivos sobre el nivel de actividad” pero “al interior de la misma no todos los sectores reaccionarán de igual manera y los plazos de recuperación tampoco serían los mismos”.

Hernán Letcher y Julia Strada, del Centro de Economía Política Argentina (Cepa), indicaron que la decisión de la devaluación acompañada de importantes medidas tiene como fin “ordenar” la relación capital-trabajo en valores más cercanos a 70/30 en la distribución del ingreso (70% para el capital, 30% para los trabajadores) y generar una masa de excedente que sea apropiada por el empresariado concentrado local y extranjero.

“El objetivo es la definición de un nuevo estadio de la distribución del ingreso, regresivo a partir de ahora, rompiendo con la tendencia de los últimos años. Ganan los exportadores (retenciones, devaluación), la oligarquía pampeana, el sector financiero (devaluación, fin del cepo, suba de tasas), tenedores de dólares, empresas energéticas (fin de los subsidios), productores concentrados (de alimentos, medicamentos e insumos difundidos, a partir de aumentos de precios desmedidos) y cadenas de supermercados con posición dominante”, señalaron los economistas del Cepa en un informe periodístico sobre el modelo M. Y completaron: “Pierden los asalariados a partir de una mesa tripartita con techo salarial, se avalan aumentos de precios desde el 23 de noviembre y se desprotege la industria nacional por el fin de controles comerciales”.

Si bien las medidas macrieconómicas encienden una señal de alerta en los estratos sociales más vulnerables, todavía no generan un daño mayor extendido. La clave radica en el crecimiento económico y apuntalamiento de la justicia social durante el período kirchnerista. Los avances fueron tan fuertes y expansivos que resulta imposible que se desmoronen de un día para otro. Salvando las distancias, las conquistas sociales durante la primera etapa del peronismo (1946-1955) perduraron en el tiempo pese a la feroz violencia política con las que se las combatió. Recién veinte años después, con la dictadura de 1976 y su plan económico, el desmantelamiento de los logros se hizo carne entre los trabajadores, situación adversa que terminó de madurar durante el menemismo.

Para legitimar el ajuste y el shock ortodoxo, el macrismo instaló la idea de la “pesada herencia” recibida. Entonces, vamos a una crisis verdadera partiendo de unas “crisis” de fantasía. Un reciente documento que publicó el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra), dependiente de la CTA que conduce Hugo Yasky y coordinado por el economista Eduardo Basualdo, destacó: “A partir del primer gobierno kirchnerista, en 2003, se inició una década de crecimiento que se constituyó en la expansión ininterrumpida más pronunciada de la historia argentina, en tanto el PBI aumentó a una tasa anual del 6,5 por ciento entre 2003-2013. Se constata que tanto la desocupación como la pobreza y la indigencia exhiben una notable disminución entre 2003 y 2007 que prosiguió entre 2008 y 2013 aunque a un ritmo menor. La mejoría se replicó en términos de los salarios y la participación de los asalariados en el ingreso. En el ciclo de los gobiernos kirchneristas se verifica, con sus diferencias, un continuo mejoramiento de los indicadores económicos que expresan las (actuales) condiciones de vida de los sectores populares”.

Esta trayectoria económica ya empezó a cambiar con Cambiemos, y los augurios para 2016 pintan mal.

Fuente: Eslabón

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