Cándida Frutos fue testigo y partícipe de momentos cruciales de la historia argentina. A sus 98 años, Canda llenó la ficha y se afilió al Partido Justicialista, porque quiere “que vuelva Cristina”.

—¿Por qué se afilió?
—Quiero votar. Quiero votar en las internas, porque tengo que votar a Cristina y quiero ayudar al partido. A mí me gustó todo lo que hizo Cristina y más que ayudó a los pobres, porque nosotros estábamos en muy mala situación.

A los 98 años, Cándida Frutos es contundente para justificar su decisión de afiliarse al Partido Justicialista; aunque las razones estallan en todos y en cada uno de los momentos de una biografía familiar de más de setenta años, sin fisuras, poniendo el cuerpo en los momentos cruciales de la historia política argentina: el 45, el 55, la Resistencia, la dictadura, los 90, diciembre de 2001, los gobiernos de Néstor y de Cristina.

Gozosa en los días felices, leal en las malas y con una gran percepción para saber dónde hay que estar y qué hay que hacer, no es de extrañar que también haya puesto la firma por estos días.

No es una recién llegada al peronismo sino que su afiliación surge como una necesidad. Cuando sus familiares revisaron si todos continuaban dentro del PJ –al que cada miembro se ha enrolado al cumplir 18 años–, repararon que alguien extrañamente había quedado afuera. “Falta la abuela”, dijeron.

Entonces, su nieta María De Luján Ibarra fue a la Departamental, retiró la ficha y la acercó hasta la casa de Cándida –o “Canda”– en barrio Ludueña.

Cándida es hija de Dionisio Frutos, un trabajador ferroviario cuya familia –esposa y seis hijos– lo acompañó en sus distintos destinos en la provincia. Ella nació en el pueblo de San Agustín, ahora célebre por los prófugos del “triple crimen” de General López. Vivió también en Mariano Saavedra, hasta que los Frutos decidieron radicarse en Rosario, cuando la segunda de sus hijas tenía dieciocho años. Al llegar, se anotó en un curso y se recibió de bordadora y de modista, lo que le permitiría criar a su hija Rita Calderón y, más cerca en el tiempo, acercar un plato a su familia, tras la crisis de 2001, cuando llevaba sus tejidos al club de trueque que funcionaba en la vecinal de su barrio y regresaba con algo de comida.

En la década del 40, Ludueña era un barrio de obreros ferroviario que abrazaron el peronismo. Y Dionisio no fue una excepción sino uno de los tantos que salieron a pedir la libertad de Perón, junto a sus hijos.

Ella evoca trenes repletos de trabajadores y se ve también en la calle, y ve a su hermano Manuel Dionisio, en el Cruce Alberdi reclamando por el líder sobre el trecho del tranvía.

Foto: Andrés Macera
Foto: Andrés Macera.

“Siempre fuimos peronistas”, dice. Hay que anotar las vivencias del 17 de octubre de 1945 como una de las razones de esa ficha firmada con un pulso aún seguro.

Canda habla del voto para la mujer, de su participación en la Rama Femenina de la seccional 14 –hoy número 12– junto a Manuela Rojo de Contento, y de la vez que siguió el tren en el que viajaba Perón. No alcanzó a llegar hasta Rosario Norte, donde la multitud quería abrazar al general; pero cuando la formación siguió a paso de hombre, ella extendió su brazo y le pudo tomar la mano. Consideremos, entonces, que afiliarse es también una cuestión de género, es una cuestión de piel.

Su única hija, Rita Calderón mantiene el hilo conductor de esta historia –que también podría incluir a un abuelo de Canda, dirigente político de San Agustín–, al recordar su infancia peronista: “En el 55, tenía 9 años, ya habían derrocado a Perón, y a mí me mandaban a buscar los ‘miguelitos’ que se hacían en los talleres del ferrocarril y llevárselos a los compañeros.”, relata la mujer; mientras Canda cuenta cómo salvó a un grupo de chicas y muchachos –entre ellos Norah Lagos– perseguidos por la Policía: “Los hice entrar a casa, puse la radio fuerte y les dije: ‘hagan que están bailando’”. Anotemos, entonces, se afilia, porque hubo una Resistencia y ella supo tender una mano al compañero en apuros.

Los recuerdos de Canda, de Rita y, luego de su nieta María De Luján –que tiene dos hermanos: Belén y Nahuel– invitan a preguntar si tienen fotos, carnés, recortes de diario. Pero dicen que no, que se “perdió todo”. Y ahí, la hija habla del comienzo de la última dictadura. Ella estaba de novia con Adelquis –también militante del peronismo– y trabajaba en la delegación Casilda del Pami. Todos los días tomaba el tren en Ludueña, pero en esa ocasión su jefe de personal le dijo a ella y a sus compañeras que no subieran. Permanecieron juntos por varias horas, hasta que decidieron marchar hacia el centro para ver qué sucedía. En tanto, Canda hizo un pozo en su jardín, enterró y, luego, prendió fuego a todo aquello que simbolizara el peronismo. Manuel Dionisio Frutos, su hermano, estuvo preso en Coronda. La familia la pasó muy mal; lo que no impidió que la abuela albergara a compañeros perseguidos en su casa. De ahí que el 24 de marzo de 1976, y los espantosos años que siguieron, son también una razón para que hoy se afilie.

La herencia de la abuela

María De Luján tiene treinta y cuatro años, es la segunda de tres hermanos, que son parte de una generación que padeció los 90 entre la infancia y la adolescencia. Problemas serios de salud obligaron a que Rita y Adelquis llevaran a Nahuel, el menor, a Cuba para realizarse un tratamiento médico. Era octubre de 1994, Adelquis trabajaba en una multinacional cerealera; el hombre participó de una celebración del cumpleaños del Che Guevara con amigos, el azar quiso que una foto del encuentro se publicara en el diario y la vieron sus empleadores. Tres días después, castigaron tamaña osadía con un telegrama de despido. La familia pasó a depender casi con exclusividad de la pensión de Canda.

“Somos pibes de los 90, posta”, dice Luján, quien por esos años militó en Hijos Rosario. El epílogo de esa década, la crisis de 2001, encontró a la familia en plena militancia. El 19 de diciembre de ese año, Canda, por un lado; Belén, con una amiga, por otro; también Luján y Rita, repartían una consulta popular de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Cerca del mediodía la madre se encontró con Pocho Lepratti y, pese al intento, no pudo lograr que éste fuera a su casa a charlar un rato. El militante debía buscar un medicamento y regresar al comedor, donde sería asesinado por policías. Luján recuerda que se enteró en la Facultad de Humanidades, que se subió a su bicicleta y regresó al barrio para dar la lamentable noticia a su familia, a la que la crisis castigaba duramente, al punto de que, en algunas ocasiones, la solidaridad de una encargada del comedor del padre Edgardo Montaldo posibilitaba que Rita llevara algo a la mesa. Entonces, pensemos: diciembre de 2001, sin miedo a la balas, en la calle, otra razón más para pedir la ficha y seguir “ayudando al partido”.

La llegada del kirchnerismo, según cuentan Luján, Rita y Canda, permitió a la familia ir recuperándose. Renació su militancia política –en los 90, participaron de la vecinal del barrio– y los techos que se estaban viniendo abajo se pudieron reparar. Defendieron y amaron con toda tenacidad al gobierno nacional; estuvieron junto a Cristina en el conflicto con la patronal rural por las retenciones y sufrieron el resultado adverso en el Congreso.

Días después, Canda pidió a Luján lápiz y papel, y algo de ayuda. Le iba a escribir a Cristina. “No aflojes, compañera”, le dijo poco tiempo más tarde, el correo acercó la respuesta de la presidenta. Han compartido en familia cada discurso de la presidenta.
Canda ha asistido a votar en todos los comicios –a excepción de la primera vuelta presidencial de 2015, porque tenía bronquitis– en la escuela Gobernador Crespo (Salta al 4800), donde la ven llegar y saben que le tienen que bajar la urna, para que pueda colocar su boleta. El 25 de mayo de 2015 su familia viajó a la celebración realizada en Buenos Aires y le trajo una remera con la imagen de Cristina que es de sus preferidas.
—¿La va a esperar?
—Tiene la obligación- dice Rita.
—Tiene la obligación moral- agrega Luján.
Cándida Frutos, 98 años, nuevamente afiliada al Partido Justicialista. Quiere “ayudar al partido”.

Peleas frente a la pantalla y recuentos de “me gusta”

“Contale lo del campo”, pide Luján, y será Rita quien hable por Cándida. Dirá que su madre se pone muy nerviosa y pelea con las imágenes de la pantalla; y que en ocasión del conflicto con la patronal rural tuvo un grave problema de salud del cual se repuso.

Y siguió, sigue, peleando frente al televisor. “No sabe los nombres de los periodistas de TN, pero les grita”, asegura María de Luján.

Y como si fuera poco, ha estado pendiente de las redes sociales. Meses atrás, su nieta subió una foto de Canda con un cartel en el que llamaba a votar por Scioli con la leyenda: “Yo tengo memoria”. La imagen fue compartida por muchos usuarios y alcanzó un número muy alto de “me gusta”, cercano a los 8 mil. Ella controlaba cuántos “me gusta” iba llevando. “¿Y?, ¿me siguen diciendo ‘me gusta’?”, preguntó.

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Fuente: El Eslabón.

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Un comentario

  1. adhemar principiano

    21/01/2016 en 1:11

    El peronismo es el sentimiento de ayer. El kichnerismo es el movimiento de hoy, para ser el movimiento POLITICO REVOLUCIONARIO DE AMERICA DEL FUTURO. sino estamos perdidos, El imperio avanza, hoy nos hacen desaparecer en minutos. Aun queda el atajo de la conciencia politica.

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