Así encontró Brarda el lugar donde funcionó centro clandestino de detención en el que estuvo cautivo. | Foto: Andrés Macera

Fernando Brarda era un joven empresario que “jamás se había metido en política” hasta que durante una jornada de agosto de 1976 fue secuestrado por una patota de la dictadura y llevado a un centro clandestino de detención, donde compartió cautiverio con un grupo de jóvenes hombres y mujeres militantes del Partido Revolucionario del Pueblo-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), algunos de ellos empleados de la fábrica de su familia. Tras haber sido sometido a diferentes tipos de tormentos, ser testigo del infierno vivido en lo que más tarde se supo fue la Quinta Operacional de Fisherton, y convertirse en un sobreviviente del terrorismo de Estado, el hombre se dedicó a dar testimonio de lo ocurrido en ese lugar –declaró en 1984 ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y luego varias veces más–. Una de sus principales preocupaciones fue ayudar a buscar a los niños de dos de las chicas embarazadas que estaban detenidas con él; la otra, dar con el sitio donde sufrió la peor pesadilla de su vida, que al fin pudo ubicar en 2003, en el marco de la reapertura de los juicios a los genocidas. Pero la pesadilla volvió trece años después, hace apenas unos días, cuando una persona le avisó lo que estaba ocurriendo: “Están demoliendo la Quinta de Fisherton”, fue la frase que le “partió la cabeza” y lo llevó a hacer su denuncia ante este medio.

Foto: Juane Basso.

—¿Cómo te enteraste de que estaban tirando abajo el Centro Clandestino de Detención donde estuviste detenido?
—Me enteré por Lea Medina (una familiar de desaparecidos), que pasó en colectivo por ahí y después me llamó y me dijo: «Fer, están tirando la casa abajo». De ahí, tardé cuatro o cinco días en ir. Me mató, me dejó hecho bolsa. No fueron capaces de avisarme (dice en relación al juzgado federal que lleva la causa). Aunque sea, hubiese sido importante que, si no se podía evitar legalmente esa obra, se realice con la presencia de un equipo de antropólogos, porque ha habido casos donde hubo demoliciones en las que aparecieron cosas entre las paredes o cuando levantaban los pisos. Podrían haber esperado que pase el juicio al menos.

—¿Qué hiciste cuando te enteraste?
—Ante la demolición me puse muy mal. Porque una cosa era llevar a los chicos (se refiere a los familiares de las víctimas desaparecidas), y decirle acá lo vi a tu papá vivo o a tu hermana viva, y ahora no poder mostrarle nada. O decirles, che, tiraron todo a la mierda.
Me puso muy triste, al punto que volví a tener pesadillas como no tenía desde aquella época. Desde que estuve en ese lugar en el ’76, hasta que se hizo el allanamiento en 2003, yo tuve pesadillas en las que me despertaba gritando que no me matarán. El día que se hizo el allanamiento y pude ver el lugar, no tuve más pesadillas, hasta hace tres días atrás.
Fue muy duro, porque fueron muchos años de búsqueda, solo, porque quedé solo, no había a quien yo le pudiera preguntar algo, o sea que tuve que encontrarlo prácticamente solo.

—¿Cómo identificaste el lugar?
—Tuvimos que hacer el allanamiento y el reconocimiento dos veces. La primera vez cuando me llevaron yo no me ubiqué, porque la casa estaba partida al medio, era una casa espejo. Me habían hecho entrar por un lugar en que no coincidía con mis recuerdos. Pero cuando yo le explico eso al juez Carlos Vera Barros, él me propuso hacer otro allanamiento y fuimos a la parte que estaba tapiada. En esa segunda oportunidad el juez hizo romper esa tapia y me hizo entrar, y ahí me encontré con el parquet rayado por la parrilla de la picana, la falta de la bañera que tenía cosas escritas. También vi las cuatro persianas, todo lo que me permitía reconocer el lugar y que coincidía perfectamente con el plano que yo había dibujado.
Sobre todo cuando vi el parquet rayado, pude reconocer el lugar e indicar, acá estuve yo, acá estuvieron las chicas embarazadas, chicas que los de la patota me hicieron ir a ver. Ellos me dijeron «vení que te quieren saludar» y me llevaron a la rastra a verlas, les pude tocar las panzas, una era la Mecha Barral y la otra María Laura González.

—A quienes vos ya conocías…
—Que yo conocía porque las dos habían trabajado en la fábrica mía, como a Ricardo Machado o a María Teresa Vidal, aunque en ese entonces ya no trabajaban más. Al que no conocía de los que estaban ahí era a Ricardo Klotzman. A él lo conocí ahí, que era el que me cantaba para que yo no llorara. Ellos parecía que estaban como preparados para afrontar ese momento, pero yo no, entonces Ricardo me cantaba, para darme ánimo. Ricardo me cantaba Caminante no hay camino, se hace camino al andar, y me decía a la noche, cuando escuchábamos venir a los autos: “Llegó la hora negra, aguantá eh”, ese era el momento en que llegaba la patota y nos pegaba a todos. Eran los que venían a calentar motores para salir a chupar gente.

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Fuente: El Eslabón

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4 Lectores

  1. […] Una pesadilla que vuelve […]

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  2. agustin

    16/02/2016 en 1:29

    lamento todo lo que has pasado amigo, como tambien que sigan haciendote revivir esa pesadillas, pero si soportaste todo eso, seguramente vas a salir de esta tambien, un gran abrazo y adarle para adelante, no te han vencido.NI OLVIDO NI PERDON..JUSTICIA

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  3. Ricardo González Pesoa

    16/02/2016 en 19:44

    Es terrible. Vergonzozo.

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  4. Ricardo González Pesoa

    16/02/2016 en 19:45

    Terrible. Vergonzozo.

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