El desmoronamiento del pozo de obra de Francia al 1100 sepultó a viviendas linderas y sólo por milagro sus habitantes salvaron su vidas. El suceso quedó como un efecto colateral de la fuerte tormenta del 19 de febrero. Pero uno de los afectados denunció irregularidades. Y contó que fue solo el colofón de algo que se veía venir.

Para Julio Payaro (33), contador, casado con Gabriela (33) y padre de un pibe de casi dos años “el momento de furia ya pasó”, pero no quiere dejar pasar las responsabilidades de lo sucedido. Y eso lo lleva a dar su versión sobre lo que pasó antes y durante el 19 de febrero a las 6.10, cuando un temporal castigaba la ciudad y cedieron las paredes del pozo de la obra en construcción de avenida Francia al 1100, cuyos responsables él identifica como Laureano Galassi y Gustavo Ventura. De milagro no hubo víctimas, ya que se derrumbó la vivienda que linda al sur del emprendimiento y casi la totalidad del pasillo de 30 metros, que limita al norte y que conecta con cuatro departamentos y una casa interna.

En el último de esos inmuebles, a los que no se puede acceder y que también han sufrido las consecuencias del desmoronamiento, vivía el matrimonio de Payaro, –junto a la madre y la tía de este–, quien desde hacía varios meses venía dando el alerta, al observar cómo se desarrollaban las excavaciones para levantar el edificio de doce pisos Nehuén –voz mapuche que significa “fuerte”– y su impacto: creciente inclinación del muro del pasillo y hundimiento del piso.
El hombre completa la información que han difundido los medios, en la que se omiten los reclamos que venía haciendo desde hacía varios meses y que considera han tendido a atribuir el derrumbe a cuestiones climáticas disimulando las actitudes negligentes de la constructora.

Yo te avisé

Según Payaro, la construcción del edificio había comenzado un año atrás, las tareas se llevaban a cabo de manera discontinua y, en principio, solo hubo algunos cuestionamientos de los vecinos por temas de relativa importancia. Pero todo cambió hace alrededor de cinco meses, cuando la empresa comenzó a cavar el pozo de cinco metros afectando a los vecinos. Estos plantearon las quejas a los responsables de la obra, pero no tuvieron respuesta, pese a que la situación se iba agravando.

En ese sentido, Julio recuerda que pasó fuera de casa la celebración de Año Nuevo y que al regresar pudo corroborar que el estado del pasillo había empeorado, por lo que entendió que ya no se debía esperar más y el 4 de enero decidió plantear el problema a la Guardia Urbana Municipal (GUM) de donde lo derivaron a la Dirección de Obras Particulares. Allí, dejó sentada una denuncia y se abrió un expediente, pero –destaca– nunca más se comunicaron con él. “Prácticamente, no nos dieron ni bola. Nos quedamos esperando que viniera un inspector”, dice.

Por esos días, pudo tomar fotos a través de un hueco, que permitió visualizar cómo se había realizado el pozo lo que, a su entender, es la causa del derrumbe y no las lluvias que se produjeron en los días previos. Incluso, al comentar el caso con un profesional de la construcción amigo este le advirtió “que el piso se iba a derrumbar, porque no había apuntalamiento”.

“Mi terror era que se cayera la pared arriba del nene”, confiesa y da una clara idea de cómo lo angustiaba el tema, al contar que por cuestiones laborales todos los días regresaba a su casa atravesando el parque Independencia y recordaba la tragedia de agosto de 2013, cuando se desprendió una cabina del juego “La vuelta al mundo” y perdieron la vida dos niñas y otras siete personas resultaron heridas. Entonces, pensaba que su responsabilidad era denunciar, porque las consecuencias podían ser graves. “Me hacía la cabeza con la cadena de responsabilidades. Hay un negligente, más otro, se le suma que no hay control. Después, cuando pasa la desgracia, echan a uno u a otro, pero ya es tarde”.

Julio aporta un dato que da cuenta de que cuando hubo respuestas estas fueron por demás de precarias. En ese sentido, indica que la constructora intentó un apuntalamiento del pasillo, que consistió en maderas apoyadas de un lado de la medianera y sujetas con alambre al caño del gas, del otro, lo que califica como “una irresponsabilidad”.

El derrumbe

Julio destaca que unos días antes del desmoronamiento el tapial del pasillo se inclinó más aún y su piso se rajó.

En breve iba a detonar la bomba de tiempo.

Fue a las 6.10 del viernes 19 de febrero. Él sintió la explosión y salió de su vivienda.

“Todo se había transformado en un pozo. Del pasillo solo quedaban tres o cuatro metros”, relata.

Como tantos otros vecinos, llamó al 911 y a Defensa Civil, que llegaron a la brevedad. Él no salía del asombro. Se seguían desmoronando las paredes del pozo y en un momento se percató de que algo ya no estaba en su lugar: “Cuando vi colchones, heladera y un ropero, me di cuenta de que la casa del vecino (lindante al sur con la obra) ya no estaba más”, explica y celebra que sus moradores estuvieran en una zona que no alcanzó a desmoronarse: “Por milagro, no murió nadie”.

Con su familia ya despierta, armaron un equipaje con los objetos de valor y lo indispensable para los días que vendrían, y asistidos por los rescatistas que habían llegado a la zona comenzaron a salir a la calle atravesando una terraza lindera.

Como era de prever, en lugar ya estaban los medios de comunicación.

Julio asegura que en ese momento no recibió ninguna comunicación oficial, a excepción de unas trabajadoras de la Secretaría de Promoción Social, que le consultaron si necesitaba algo, a lo que respondió que no, ya que consideró que su situación no era apremiante, si la comparaba con otros damnificados de esa jornada.

Horas más tarde, el escenario de la avenida Francia cambió: “Al mediodía, cuando se fueron los medios, fui a ver quién había quedado de la Municipalidad y ya no había nadie. Llegó un camión de la constructora con albañiles para tapiar y que no se viera. Trataron de ocultar todo”. Lo dicho lo llevará a pensar que, frente a ese tipo de problemas, otros son los pasos que se deben dar: “La única respuesta que encontré a todo esto es que el único miedo que tienen (los constructores, los funcionarios) es a algunos medios”.

No culpes a la lluvia

En una instancia de la que Julio no participó se acordó que la constructora se haría cargo de pagar a los cerca de veinte damnificados el alojamiento en cuartos de un hotel emplazado en San Juan entre Lavalle y Avellaneda, y que también correría con los gastos de las comidas en un bar próximo.

En esos dos espacios se desarrolla la cotidianeidad de Julio y su familia y de los otros damnificados. Añoran esas simples cosas como tomar mate en el patio viendo jugar a su hijo o disponer de una heladera para beber agua fresca.

Julio dice que la constructora se comprometió a terminar el pasillo en quince días, lo que les permitiría retornar a él y a los ocupantes de los otros cuatro departamentos; aunque después será necesaria la instalación de todos los servicios: agua, electricidad y gas natural.

La espera se debate entre las limitaciones que impone el alojamiento y la incertidumbre respecto de cuándo van a poder ocupar su casa plenamente. Cada tanto, también lo asaltan algunas especulaciones: “¿Qué hubiera pasado si el derrumbe se producía a otra hora y lo encontraba a mi hijo jugando en el pasillo?”.

Insiste en que nadie de Obras Particulares se ha puesto en contacto con él y que, en sus habituales recorridas por el lugar del desastre –debe ir todos los días a pasarle agua y alimento a su perro que ha quedado en la casa–, solo ha visto a un inspector municipal en el pozo. Y, precisamente, esa inacción, que atribuye a la burocratización, es lo que le molesta del Municipio, de cuya gestión no es un crítico acérrimo ni nada que se le parezca.

Con los diarios de varios días a mano, va repasando el modo en que se fue informando –se puede leer un título: “El temporal los dejó sin casa”– y cuestiona la versión desajustada a los hechos y algunas declaraciones desatinadas de funcionarios.

Es que, pese a no tener bronca, algo está claro: él se preocupó, interpeló a los responsables, denunció lo que ocurría en el Municipio y, sin embargo, sus temores se confirmaron y fue más grave aún de lo esperado.
Por eso, no le cierra la idea de que todo haya pasado por las condiciones climáticas y cree que “cuando no hay excusas, se le echa la culpa a la tormenta”. Insiste en que la furia ya pasó, pero no olvida y se pregunta: “¿Con qué cara van a seguir trabajando en la Municipalidad los funcionarios que recibieron la denuncia?”.

Fuente: El Eslabón

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Un comentario

  1. Maria Elena Lambertucci

    28/02/2016 en 16:10

    Opino que no hay control dela Municipalidad de Rosario en las obras de construcción aunque los vecinos realicen denuncias previniendo lo que se viene: el derrumbe.
    Un consejo a la familia Payaro sigan yendo a los medios para denunciar a los indiferentes hasta que le solucionen lo de la vivienda.

    Responder

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