Foto: Andrés Macera.
Foto: Andrés Macera.

Rosario es un Pueblo Fumigado, es el nombre de la asamblea que nuclea a distintas organizaciones medioambientales y sociales, punto de encuentro y debate frente al modelo sojero y extractivista. “También nos afecta a los rosarinos en forma directa y a través de los alimentos”, advierten.

Los rosarinos y rosarinas deberían plantarse, discutir, saber y ser parte. Eso, al menos, consideraron unas cuantas personas que decidieron reunirse en asamblea para dejar en claro que Rosario también es un pueblo fumigado. La ciudad más grande la región se sumó así a la red conformada por pueblos santafesinos y de otras provincias, los llamados Pueblos Fumigados. El objetivo principal es reunirse para discutir, informarse y aprender sobre la realidad de la ciudad y el campo, y sobre las alternativas ante la agricultura industrial, los agrotóxicos y el extractivismo en general.

Paola y Fernando son miembros de la asamblea Rosario es un Pueblo Fumigado. Los dos llegaron a las reuniones una vez que “les pasó”, como sucede en general: habían escuchado de fumigaciones y agrotóxicos con la sensación de que ocurre lejos. Hasta que les fumigaron prácticamente en la cara.

“Yo trabajaba en una escuela rural de Bajo Hondo. Una mañana, salimos al recreo y me encuentro con un tipo fumigando en el campo lindero. Ese día, además, había viento: nos llegaba todo el veneno”, recuerda Fernando. “Fue en el año 2008 o 2009. Así empecé a informarme. Yo sabía que estaba mal, pero no tenía idea qué eran esos venenos”.

La historia de Paola es similar. Ella es rosarina pero se mudó a Lucio V. López, a unos 40 kilómetros de Rosario. El día del click fue el día en que, en la casa de su amiga embarazada, vio cómo la estancia vecina fumigaba a pocos metros de ellas. Mientras compartían mates, también compartieron inquietudes: su amiga tenía miedo porque ya había perdido un embarazo. “Es mi obligación decir”, dice ahora Paola y sentencia: “Nuestra responsabilidad es sembrar conciencia, compartir lo que estamos aprendiendo: un conocimiento totalmente negado por el poder económico. Nuestra lucha es la de la salud y el bienestar contra el dinero de las multinacionales”.

La primera asamblea organizada bajo el nombre Rosario es un Pueblo Fumigado fue para participar de la Caravana por la Vida que se organizó entre pueblos de toda la región. Partió en noviembre de 2015 desde Rosario y llegó, por la ruta 34, hasta Ceres, siempre con la misma consigna: “Plantate por una vida sin venenos”. La idea de la actividad, explican Paola y Fernando, era visibilizar qué pasa en los pueblos, subrayar que el extractivismo, la soja y la agricultura extensiva trajeron los agrotóxicos y las fumigaciones, y con eso llegaron las enfermedades, el cáncer, los abortos espontáneos, las malformaciones.

“En todos lo pueblos está la misma inquietud y cuesta visibilizarla. El poder económico y publicitario es muy grande, y entonces se piensa que no hay otra forma de producir, que esto no hace mal. La asamblea de Rosario se crea para incluir a la ciudad en esta problemática, porque está la idea de que le pasa a los demás. Pero no. También nos fumigan a los rosarinos: en forma directa y a través de los alimentos”.

La batalla cultural

“Yo todavía me acuerdo del sabor del tomate. Si no hacemos algo, mis hijos no van a conocerlo”, dice Paola. La lucha contra los agrotóxicos se libra también en el campo cultural: para ganar hay que cambiar costumbres, formas de vida y de consumo. La asamblea rosarina de pueblos fumigados hace hincapié en eso desde la ciudad donde el cemento –la especulación inmobiliaria– y la soja le ganaron a los espacios verdes. “En Rosario se está perdiendo todo el cordón hortícola. Ya no hay quintas. Y la verdura que ahí se producía se consumía en la ciudad. Lo que comemos ahora viene cada vez de más lejos, y para traerlo en buen estado se necesita más veneno. Por eso, apuntamos al modelo de ciudad, de consumo y de alimentación. Apuntamos a la agroecología, a valorar las ferias y consumir desde la economía social”, explica la activista.

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