La escritora, periodista y crítica literaria Rosa Wernicke publicó Las colinas del hambre en 1943 y ese mismo año ganó el premio municipal Manuel Musto. En 2015 y con el apoyo del programa provincial Espacio Santafesino, la editorial rosarina Serapis reeditó la novela y la incluyó en la colección Campanas de palo (inspirada en los versos del Martín Fierro “que son campanas de palo / las razones de los pobres”) cuyos títulos tienen en común su adhesión a la “literatura comprometida”.
Hace más de 70 años, Wernicke decía que Rosario era una ciudad que, como la mujer del César, prefiere parecer antes que ser. Sin dudas, la necesaria recuperación de su obra catapulta desde el pasado una foto viva de presente. Ya que Las colinas del hambre, inscripta en la tradición de la novela realista latinoamericana, es una denuncia contra una ciudad pujante que se levanta encaramada y orgullosa hacia el progreso, dándole la espalda a la miseria, en este caso, al pobrerío asentado en el sórdido vaciadero municipal de barrio Mataderos, hoy conocido como Tablada. Situada en 1937, la novela transcurre en la villa miseria de Beruti y Ayolas.
La trama enlaza pacientemente y en breves capítulos las historias de un puñado de personajes desdichados, arribistas unos, desclasados otros, y los que lisa y llanamente estaban reducidos a bestias pululantes entre los desechos de una Rosario próspera y bonita. Además, Wernicke no eludió la querella contra la explotación machista de las mujeres en los rancheríos y la doble moral de los hombres en ascenso.
Las descripciones precisas de la ficción, que hieren como cuchillos, son la forma que reviste un contenido profundamente político, porque Las colinas del hambre es ante todo un ensayo sobre la desigualdad social y sus engranajes, y supo, en aquella época, poner a contraluz la radiografía del sistema capitalista de producción que arrastra hacia los márgenes a los desechos, y a los desechados.
También reprende a un Estado ausente en los problemas sociales más acuciantes y a las privaciones de todo tipo a las que estaban condenados los pobres. Por ello también es un anticipo, casi premonitorio, de la irrupción del Estado de Bienestar que algunos años después trajo el peronismo a la Argentina. Casualmente, aquella villa miseria se convertiría una década más tarde en Villa Manuelita, bastión peronista de una ciudad portuaria, industrial, de trabajadores inmigrantes y changarines.
Porteña de nacimiento, Wernicke vivió en varias ciudades del interior, hasta que finalmente se radicó en Rosario hasta su muerte, junto a su compañero, el artista plástico Julio Vanzo, cuyos dibujos ilustran esta reedición de Las colinas del hambre. Además del sello Serapis, Baltasara Editora también hizo justicia y se ocupó de relanzar Los 30 dineros, libro de cuentos de igual impronta, envergadura y vigencia.
Columna publicada en la edición Nº 249 del semanario El Eslabón.