El Monumento a la Bandera se inauguró el 20 de junio de 1957 bajo Estado de Sitio. Dos años antes, un golpe había derrocado al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, quien debió partir hacia el exilio y a quien no se podía nombrar en todo el país, el movimiento que conducía estaba proscripto y los sindicatos intervenidos, había militantes perseguidos, encarcelados y algunos de ellos fusilados.

El resto de las fuerzas políticas desplegaba por esos días una actividad normal con vistas a las elecciones de convencionales constituyentes. Por caso, el radical Arturo Frondizi hacía campaña proselitista a través de LRA Radio Nacional y los socialistas estaban de convención, donde Américo Ghioldi era contundente respecto de la veda impuesta al peronismo: “No es una aberración que el gobierno tenga facultades de limitar la convocatoria”.

Por aquel entonces, demoprogesistas, socialistas y radicales formaban parte de la Junta Consultiva de la denominada “Revolución Libertadora”, que en lo formal presidía el almirante Rojas. Esas fuerzas aportaban sus mejores cuadros, entre ellos: Alfredo Palacios, Alicia Moreau de Justo, Oscar Allende, Miguel Zavala Ortiz.
Esa era la situación institucional de la Argentina cuando los dictadores Pedro Eugenio Aramburu, “presidente”, e Isaac Rojas, vice, llegaron junto a todo su gabinete a Rosario, donde permanecerían por casi tres días y serían destinatarios de todo tipo de homenajes: función de gala en el teatro El Círculo, un baile en el Jockey Club, banquete en la Bolsa de Comercio, un vino de honor en la Jefatura de Policía y participación en la apertura de una muestra de la industria metalúrgica. Además, sus esposas disfrutaron de una tertulia organizada por la Comisión de Damas Rosarinas Pro-Monumento a la Bandera, que presidía Clelia Pinasco de Martínez Díaz.

Por lo visto, el primer 20 de junio en el Monumento, pese a su fuerte impronta castrense que perduraría durante décadas, no fue un simple acto protocolar para honrar a Manuel Belgrano y evocar el izamiento de la bandera.

Conscientes de que la convocatoria iba a ser masiva –por la inauguración de tamaña obra– los dictadores organizaron una puesta en escena con el propósito de empezar a consolidar una vida institucional basada en la proscripción del peronismo, al que por esos días se lo mencionaba como “la dictadura”, a su líder como “el tirano prófugo” y –vaya paradoja– también resonaban palabras que nos son familiares en estos días, como la “herencia” recibida.

“Clima de libertad recuperada”

Según las crónicas del diario La Capital, Aramburu llegó al aeropuerto de Fisherton el 19, por la tarde, y el entonces titular del Departamento Ejecutivo rosarino, José Araya, lo recibió con estas palabras: “Sois un soldado de nuestro ejército glorioso que retorna a la ruta de Belgrano para reeditar su epopeya. Es el Rosario todo que viene a vuestro encuentro, con la expresión sincera de su fe democrática, en este clima de libertad recuperada”.

El dictador partió del aeropuerto en una caravana, que en su tramo final tomó calle Córdoba hasta llegar a la altura del 1852 –actual sede del Colegio de Escribanos–, donde iba a alojarse. Allí, salió a saludar un grupo de rosarinos, quienes le dieron una cálida bienvenida cantando el Himno Nacional y la Marcha de la Libertad –“En lo alto la mirada/ luchemos por la patria redimida/ el arma sobre el brazo/ la voz de la esperanza amanecida”–, que según señalaba La Capital se había gestado “en los días de la persecución de la dictadura”, a las sazón el gobierno peronista.

Como Rojas andaba dando vueltas por ahí, también lo ovacionaron y le imploraron “al balcón, al balcón”, por lo que el almirante también debió salir a saludar.
Tras desarmar las valijas y –seguramente– recostarse un rato, Aramburu, Rojas y toda su comitiva enfilaron para El Círculo a disfrutar de la gala teatral, aunque se marcharon en el entreacto, porque al día siguiente tenían una agenda muy cargada.

El acto

Cerca del mediodía del 20, Rojas enfiló por calle Córdoba rumbo al Monumento bajo un cielo plomizo. Según el diario de la época, a su paso le arrojaban flores desde los balcones. Por su parte, Aramburu llegó al lugar, vestido de civil y en un camión militar descubierto, y también le llovieron flores y papelitos celestes y blancos.
Tras acomodarse en el palco, junto a sus ministros y a las autoridades locales y provinciales, los dictadores se aprestaron para participar de la ceremonia, que comenzó con la bendición de la bandera –confeccionada por doña Clelia Pinasco y compañía –, a cargo del cardenal Antonio Caggiano.

Como se trataba de una convocatoria abierta y plural, la intervención de la CGT local no vaciló en emitir un comunicado en el que “se invita y exhorta los trabajadores a hacerse presentes”.

Por cierto, Aramburu pronunció un discurso que, al parecer, caló hondo entre los asistentes, al punto tal de que La Capital en su edición del día siguiente –y bajo el título de “Sugestión”– consideró “la conveniencia de esculpirlas (sus palabras) en piedra y adosarlas al Monumento”. Entre el público, hubo quienes pidieron que también hiciera uso de la palabra Rojas –enfundado en sus temerarios anteojos negros–, pero no hubo caso: no habló.

El acto tuvo todos los componentes protocolares de los eventos castrenses, con un desfile de más de una hora incluido. Por cierto, la banda militar no se privó de tocar el hit de aquellos años, “La Marcha de la Libertad” –“que el sol sobre tu frente/ alumbre tu coraje camarada/ ya el brazo de tu madre/ te señaló la ruta iluminada”–, que los asistentes corearon de buen gusto.

No hay constancia de que los pibes de las escuelas hayan sido conminados a exclamar “¡sí, se puede!”. Sí es seguro que ni Aramburu ni Rojas fueron a Canal 3, aunque este último dejó una foto autografiada en La Capital, que el diario público en su edición del 21 de junio.

Agasajos varios

Tras un merecido descanso, Aramburu y Rojas se fueron a mover las tabas al Jockey Club, que les había organizado un baile. Horas antes, las mujeres de la comitiva nacional habían participado de un agasajo de las Damas Rosarinas, que –según La Capital– se desarrolló “en un ambiente simpático, agradable y singularmente cálido”.
Después de la milonga, Aramburu se fue a dormir y Rojas se subió al tren rumbo a Córdoba.

A la mañana siguiente, el “presidente provisional” inauguró la Muestra Industrial de la Cámara Metalúrgica y después tuvo tiempo para el vino de honor en la Jefatura de Policía. Allí, el interventor federal de la Provincia, Clodomiro Carranza, alzó su copa y dijo: “Brindo por la salud del presidente de la Nación, general Pedro Eugenio Aramburu, y porque el gobierno de la Revolución Libertadora, que tan acertada y patrioticamente preside, cumpla con los propósitos anunciados de dar, sobre bases firmes del derecho, con la reforma constitucional la paz y la libertad de los argentinos”.

Al mediodía, la movida se trasladó a la Bolsa de Comercio, por entonces presidida por Alberto Castello, donde se ofreció un banquete, que permitió el lucimiento de Krieger Vassena, quien durante su gestión tuvo el honor de concretar el ingreso de la Argentina al FMI y luego también sería ministro de otro dictador, Juan Carlos Onganía. “Una de las tareas fundamentales es la contención del gasto público”, dijo para regocijo de los comensales.

Aramburu también dijo lo suyo: “Los argentinos no deseamos hombres providenciales, ni genios para el desempeño de los altos cargos y funciones de gobierno. Lo que nosotros queremos, simplemente, son hombres sencillos, equilibrados, que tengan un sentimiento ético de la vida, que posean un gran respeto por la justicia y que presenten como aval un hogar moralmente constituido”.

Ya bien comido, el dictador marchó a pie hasta su alojamiento y le seguían arrojando papelitos y flores. “No podía ser, por cierto, más extraordinariamente notable el principio del fin de la estadía de tres días en Rosario del general Pedro Eugenio Aramburu”.

Aramburu se fue el viernes 21 a la tarde y llegó a Buenos Aires “ligeramente afectado por una gripe”. Según La Capital, y pese al Estado de Sitio, “nunca Rosario brindó un recibimiento tan grande a un presidente y un vice”.

No hay constancia de que en sus últimas horas en Rosario, haya ayudado con sus tareas a un niño, ni haya comido torta asada.

Fuente: El Eslabón

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Un comentario

  1. Susana Feldman de Kaplun

    25/06/2016 en 12:54

    Cualquier semejanza con la actualidad NO es pura coincidencia.

    Responder

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