Fergut

El pasado 19 de Junio, el diario La Capital de Rosario publicó en su versión digital una nota titulada “Un exconvicto fue acribillado esta madrugada y murió en el Hospital Clemente Álvarez”. Allí cuenta que un joven de 24 años fue asesinado de tres balazos, y que “se trata de Fernando Gutiérrez (24 años), quien en febrero recuperó la libertad luego de estar preso por robo”. La nota comienza diciendo que “un ex convicto (Fernando Gutiérrez) murió hoy en el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (HECA) tras ser acribillado a balazos esta madrugada en la zona sudoeste de la ciudad” y finaliza reforzando dicha afirmación: “Gutiérrez es un ex convicto, que por lo que trascendió desde la Fiscalía había salido en libertad en febrero de este año por una condena por robo.” Quienes lo conocimos y transitamos la vida con él, como coordinadores de talleres culturales en la Unidad Penitenciaria n° 3 de Rosario, afirmamos que Fernando no era un ex convicto y aprovechamos éstas líneas para contarles todo lo que fue y será para nosotros. Pretendemos así ejercer una crítica sobre ese dispositivo mediático que construye discursivamente una víctima (éste tipo de víctima, la que pertenece a los sectores marginados, vulnerados, pobres) como aquel que buscó y mereció su trágico destino. Pero estas líneas colectivas también pretenden ser un ejercicio de memoria para que las muertes de jóvenes como Fernando no queden entrampadas en la compulsa de los sentidos hegemónicos, ni en los olvidos intencionales de quienes asignan valor a la vida humana de acuerdo al sector social que pertenecen.

Fernando no era un ex convicto. Era un pibe más de nuestros territorios y hoy es un pibe menos para muchos. Sin embargo, para nosotros no, para nosotros es el Fer que salía semana tras semana al taller, que nos contaba de sus alegrías, su música, la pasión por su equipo de fútbol, sus amores y el profundo dolor por la pérdida de su hermano. Yo conocí al Fer adentro de la cárcel, sí, que la transitó como tantos pero que hizo una marca por los espacios donde estuvo, con compromiso, responsabilidad, con ganas de pensar un mañana, con ganas de pensar… Hoy los medios de comunicación hegemónicos, maquinarias que producen discursos fascistas, le dan una entidad, un título, hoy es el «ex convicto acribillado», pero nosotros, los que laburamos a la par con Fer sabemos lo que fue y nos guardamos un poquito de él.

Fernando no era un ex convicto. Era un joven de 24 años, con una potencia y vitalidad admirable. (Quizás desconcertante para el periodista de La Capital que informa su asesinato el 19 de junio, matando a Fernando una vez más al ignorar su historia, sus luchas cotidianas, sus búsquedas. Su identidad.)Fernando también era un comunicador social. Lo recuerdo haciéndome una entrevista en el patio de la Unidad Penitenciaria Nº3 sobre el «arribo» de gendarmería a los barrios de la ciudad de Rosario en el año 2014. Diálogo que formó parte del número Nº 4 de «Conexiones», una revista construida por pibes como Fernando, que con muchísimo empeño intentan encontrarse y mirarse de un modo distinto al que la sociedad insiste.

Fernando no era un ex-convicto. No tuve el gusto de conocerlo como amigo, pero sí de escucharlo, de cerca y de lejos, y por eso puedo decir, con mis compañeros, que él no era un ex-convicto. Fernando era alguien intentando ser todo lo que podía ser. Era un pibe y un hombre, sensible, despierto, creativo, triste, alegre… buscando, como todos buscamos, hacer pie, crear, poder. Pero aunque Fernando pudo ser amigo, hermano, compañero, par… tuvo también la mala suerte de haber sido, para los que deciden sobre el Sentido y el Valor, el otro, el extraño, el extranjero, el peligro. Resistir a la nada de ese sentido afirmando los suyos propios era el hacer de Fernando, y es lo que nosotros queremos afirmar también, a pesar de la impotencia, la tristeza y el dolor.

Fernando no era un ex-convicto. Era un pibe que a pesar de haber tenido una vida que pocos de los que están leyendo esto podrían soportar, siempre estaba sonriendo y dispuesto a sacar sonrisas. Era un pibe que durante mucho tiempo soportó las inclemencias de un sistema penal que no educa a nuestros pibes para que puedan tener una vida “mejor”, para que puedan cambiar su realidad, sino que los resiente y los trata peor de lo que se trata a un perro en cualquier veterinaria. Al Fer no sólo le arrebataron la posibilidad de una vida distinta, le arrebataron un hermano y le arrebataron la vida. Hablemos de identidad, hablemos con propiedad, Fernando era muchas cosas antes de ser un ex convicto, un “preso por robo”. No fue acribillado un “ex convicto”, fue acribillado un ser humano llamado Fernando Gutiérrez. No solo fue acribillado, fue acorralado durante toda su vida por un sistema que excluye y mata. Fernando Gutiérrez no era un ex convicto, Fer era un pibe como yo, como vos. Escribo esto desde la tristeza y la indignación. Tristeza de que nos estén matando nuestros pibes, porque al Fer no lo mató la persona que apretó el gatillo, al Fer lo mató el sistema, la indiferencia y la hipocresía. Indignación por cómo se banalizan determinadas cuestiones, por cómo estamos cegados por el odio y por cómo los medios de comunicación nos roban la capacidad crítica y la conciencia social. Me duele el alma sólo con leer los comentarios de la noticia. ¿No les alcanza con la doble condena, la penal y la social? ¿Es necesario desmerecer la vida de un ser humano al punto tal de estar agradecidos por su muerte? Es tan fácil hablar y juzgar desde atrás de un monitor, calentito en el living de tu casa. Es tan cómodo quedarte con lo que te venden. Es tan sencillo ahorrarnos todo tipo de esfuerzo y análisis. Mi querido Fer, donde quiera que estés, que estés sonriendo. Perdonanos, perdonalos.

Fernando no era un ex convicto. Fernando era un gran pibe con sueños, que tuvo una vida difícil, que se equivocóalguna vez y por eso algunos lo juzgan hasta después de muerto y lo clasifican, sin hacerse preguntas, sin preguntarse qué pasó. Muchos dicen: “total era un pibe villero”, “esos con gorrita que ves por la calle y te cruzas de vereda”, “seguro lo mataron porque andaba en algo o algún ajuste de cuenta”. Yo a Fer lo conocí, tomé mates! Tenía gorrita! Y cuando se reía era como un chico!! Me hablo de su familia, de su mamá, de su hermano, de la villa,de la vida, de su vida. En los festivales bailamos cumbia y nos reímos, habitamos ese espacio, creaba y creía. Lo recuerdo sensible, lo recuerdo con cariño, lo vamos a extrañar y ojalá algunas personas que escriben artículos en los diarios comiencen a hacerse preguntas, porque Fernando no era un ex convicto que lo mataron a balazos. Y hay cosas que los balazos no logran matar…

Fernando no era un ex convicto. No lo conocí, aunque sí tengo recuerdo de habérmelo cruzado en algún momento en la 3. Pero no necesité conocerlo para saber que no era un exconvicto. Escucho a mis compañeros hablar de él y sé que sí era un compañero con ganas de sumar, participar, comunicar, con sueños, deseos, historias.Con ganas de luchar contra discursos como el de la nota del diario La Capital; discursos que sólo limitan posibilidades, discursos que construyen subjetividades de manera cruel, diciendo que pibes como Fernando no pueden ser otra cosa que exconvictos.La Capital y su nota dicen, sin decir, que Fernando es “uno menos”. Que él con sus acciones buscó su final, y así, lo matan otra vez, al seguir estigmatizándolo, al importarle un bledo quién era él en realidad, cuáles eran sus motivaciones y sueños. Nosotros decimos: Fernando era un compañero, un excelente compañero, un ser humano con errores y aciertos, con ganas. Fernando era un amigo. Su muerte duele, y esta construcción que intentan hacer algunos medios de comunicación sobre Fernando y tantos otros como él, también nos duele, y mucho. Pero nos motiva a seguir demostrando que somos mucho más de lo que ellos quieren, somos y podemos mucho más que sus límites y etiquetas. Y vamos a repetir hasta el hartazgo y después de eso: Fernando no era un ex convicto.

Fernando no era un ex convicto. Solo por eso no es un número. Lo vi andar por muchos espacios, pero no lo conocí profundamente como otros compañeros, no participó nunca de mi taller, pero no me importa. No es un “ex convicto “, porque me saludaba abriendo su bocaza cuando me veía .No es un número, por que tomaba sol, en las mañanas y siempre tenía una palabra agradable. No es un “ex convicto “ , por que sonreía lindo, con su cara de nene. Harta de que sean números. Harta de las “vinculaciones a los intentos de robos”. Harta de que estos pibes no importen. Harta del gatillo fácil con los pobres. Fernando de los ojos grandes …para nosotros nunca serás un número.

Fernando no era un ex convicto. No llegué a conocerlo, aunque seguro nos saludamos en las jornadas de la 3 y sin lugar a dudas me habrá pedido fuego para algún cigarrillo. Sin embargo, puedo asegurar que no era un ex convicto. Y a la vez, me atrevo a suponer que tampoco murió acribillado a balazos como informa el periodismo chato. Aquello sólo fue el batacazo final de una cadena de pequeñas muertes que comenzaron a doler muchísimo antes. Pienso que el sistema penal, otra vez y como siempre, auspicia como sostén y fundamento de la muerte de decenas de chicas y chicos que quedan enredados en sus modos de ser, sus lógicas y logra, exitosamente, hacerlos desaparecer. Ya no son Fernando, ya no son Elías, ya no son David: son menores, son ex convictos, son malvivientes. La noticia que leí en los diarios tuvo la intención de hacer desaparecer a Fernando. La noticia que leí en los diarios es un barrote más que pretende encerrarnos. Aislarnos. Pongan todos los barrotes que quieran, nosotros seguimos en este mundo sacándolos.

Fernando no era un ex convicto. La persona no se define por la etiqueta que pone una nota policial de un diario. A Fernando lo mataron dos veces, primero con cuatro tiros y luego con una nota periodística miserable, hecha a medida del energúmeno de sillón que festeja la muerte de pibes que sobreviven de condenas mayores a las de la cárcel. Fernando compartió con los talleristas momentos, recuerdos y deseos, como cualquier pibe de 24 años que quiere zafar de las etiquetas ajenas y ponerse una propia. La etiqueta del diario no es una que se borra con dos sesiones de terapia, es la que se convierte en obituario común de una generación de jóvenes en Rosario. Sentimos la necesidad como colectivo de ponerle rostro y relato a esta noticia tan triste, porque sentimos que perdimos a Fernando pero también que perdimos la forma de comprender lo que está pasando en la calle.

Fernando no era un ex convicto. Fernando Gutiérrez era un pibe repleto de potencia, que en escenarios definidos por lo imposible construía posibles. Soñaba, anhelaba, escribía, abrazaba. Fernando se murió en un barrio donde el “territorio de disputa”. Otro sentido común construido mediáticamente que refuerza la lógica de amigo-enemigo. Una lógica dominante que cristaliza el sentido: “que se maten entre ellos”. Ese montaje discursivo que coloca a los pibes de barrios pobres en ese lugar de ellos culpables de todos los males, esos monstruos que hay linchar hasta matar. Esos ellos, que han perdido visibilidad pero son una amenaza para ese nosotros moral. Sin embargo, Fernando también habitó otros territorios, esos que se construyen por los lazos, por los afectos, por la confianza y el hacer con otros. Su sonrisa, su camisa a cuadros, su gorra, la mitad de su cuerpo inmovilizado y sus ganas de bailar. Fernando estaba repleto de vitalidad, de potencia productiva, de resistencia. Fernando no era un ex-convicto, era un escritor cuyos textos pueden ser leídos en las revistas «Conexiones (entre el adentro y el afuera)» N° 3 (2012) con las notas «Buscando un cambio» (página 9), «Sobre los jóvenes y la juventud» (página 12), el cuento «La habitación del dinosaurio» (página 16) y su escrito en «Fotos que hablan»; N° 5 (2014) con una reflexión política titulada «Sorpresa en Rosario, la llegada de los gendarmes» (página 6), la sección «Entrevistándonos» (página 14), el cuento «Después del encierro» (página 22), y la «Carta a alguien» (página 25), y en la N° 6 (2015) con el cuento colectivo «Mi peor pesadilla» (página 8). Fernando no era un ex convicto, era un periodista, curioso, que se hacía preguntas, esas que tantos otros parecen dejar de hacerse en el ejercicio cotidiano de su profesión.

Fernando no era un ex convicto. Si el nombre del protagonista de la noticia no era el de Fernando Gutiérrez, me hubiese limitado a hacer una reflexión crítica sobre el discurso del diario La Capital de Rosario. Periódico que inscribe tras sus líneas un mecanismo discursivo absolutamente singular: sitúa a la propia muerte del individuo –la víctima– a manos de otro como responsabilidad de si-mismo. Lógica del merecimiento de muerte de la víctima apelando a sus antecedentes penales que, casi en un mismo gesto, lo convierte en victimario de sí-mismo. Si el nombre del protagonista de la noticia no hubiese sido el de Fernando Gutiérrez, me limitaría a hacer lo que hice, unir fragmentos de mis propias reflexiones, como las que transcribo a continuación, con pocas energías para poder pensar otras donde decir algo distinto a lo que venimos señalando con compañeros al reflexionar sobre los mecanismos racistas que inscriben dispositivos como el mediático; un dispositivo que procura –y necesita- señalar siempre a un “otro” diferente, peligroso, lejano, encerrable, matable. Un “otro” que, singularmente, pertenece siempre a los sectores marginados, vulnerados, excluidos, esos que pueblan las cárceles de nuestro país, esos que no pudieron valerse de excedentes o plusvalías para generar redes de impunidad y sobreestimación.

“Se la buscan”, dirán algunos, “bien merecidos”, sostendrán otros, y la prensa escrita aquí, ante la imposibilidad de sostener tales afirmaciones, pondrá en juego procedimientos discursivos que articularán esos elementos narrativos bajo la idea del individuo peligroso como empresario de sí mismo; una cosa que decide sobre el mundo de las cosas, tal como reza la grilla de intelegibilidad neo liberal cuando imprime su lógica económica a campos que poco tienen que ver con ella como el penal. Como sus decisiones estuvieron ligadas al mundo de la ilegalidad, nada más se puede esperar que recaiga sobre él; es el conjunto de acciones invertidas, condensadas ahora en la enunciación de los antecedentes penales, las que justifican la muerte del otrora y/o ahora delincuente; inversión que habidas cuenta de los resultados no tienen más destino que la oscuridad de una cárcel o el frío derrotero de la inexistencia.

Asimilación de términos que dan cuenta de un procedimiento narrativo cuyo destino final es la justificación de un accionar imposible de justificar en una sociedad democrática que abolió la pena de muerte hace más de 150 años. “Ojo por ojo, diente por diente”, claro está que sin decir “ojos”, sin decir “dientes”, ni mucho menos tratar de pensar por qué se pierden tantos ojos y tantos dientes. ¿Qué sucede cuando el reconocimiento a la víctima no apela a una historia personal vinculada a los afectos, gustos, intereses o sueños sino a sus antecedentes penales, sus vínculos amorales y peligrosos?

Pues bien, allí no se pone en juego una acción de reconocimiento sino de desconocimiento, de profundizar la idea de un “otro” distinto y distante; concepción de un “otro” que forjó ese camino a costa del daño sobre los buenos ciudadanos sin importar si efectivamente realizó lo que se le imputa, o si retribuyó el daño cometido cumpliendo con los designios de la ley: “La enunciación ‘ustedes son la lacra’ quiere intervenir en una situación sociopolítica para modificarla, llamando a los ‘amigos’ y designando los ‘enemigos’, amenazando a los últimos y calmando y consolidando a los primeros. Busca aliados, y para construir las nuevas alianzas evoca su enemigo: el emigrado –donde podríamos decir el delincuente–. Quiere reconfigurar el espacio político convocando a los demás en tanto que ‘jueces y testigos’, ‘obligándolos’ a posicionarse, a expresar un punto de vista, una evaluación que es siempre a la vez afectiva y ético-política.” (Lazzarato, Políticas del acontecimiento, 2006:23)

La prensa escrita despliega entonces tácticas discursivas que, a diferencia de lo que sucede cuando las víctimas pertenecen a la clase media o media-alta, contribuye y refuerza un proceso de desidentificación y distanciamiento para con la víctima; hecho que, en cierta forma, articula elementos discursivos que terminan por justificar –y merecer– la muerte en suerte. Necesidad de ubicar la muerte o detención del “otro criminal” en el plano de la responsabilidad individual, particularmente cuando dicha muerte o detención es la de un sujeto perteneciente a un sector social que no merece vivir o al cual se lo puede “dejar morir”. La operación discursiva es apelar a los antecedentes penales de la víctima para definir el tándem merecimiento-responsabilidad. Muertes merecidas porque “algo habrán hecho”, y si algo hicieron no es más que el resultado de su propia responsabilidad individual. Si aquel sujeto decidió alguna vez romper el pacto y la paz social cometiendo un robo, un homicidio, o cualquier otro delito, aquella acción no habrá sido más que una elección sobre un inventario posible; si aquel sujeto decidió invertir y falló en la inversión nadie –ni nada– tiene que ver con el desenlace del mismo. Si la inversión de su capital humano no encontró los frutos o resultados esperados, es el propio sujeto criminal único responsable de la quiebra que lo llevó a la comisaría o a la cárcel. Un sujeto que no estuvo condicionado por su situación económica, social y política; un sujeto que no vive en un sistema capitalista construido sobre la base de la desigualdad social; un sujeto a-acondicionado, evaluador de riesgos, cual si corredor de bolsa que puede elegir dónde invertir sus próximas acciones. Y si el nombre del protagonista de aquella noticia no hubiese sido el de Fernando Gutiérrez tal vez la mirada podría ser más enriquecedora en término críticos, pero menos en su sentido humano. Como el nombre del protagonista es Fernando Gutiérrez, sentimos no sólo un profundo dolor por su pérdida física sino también por el ejercicio de desvalorización humana que el discurso periodístico, ese discurso apegado a las agencias policiales y judiciales y nunca al ejercicio de los Derechos, inclusive el Derecho a informar y ser bien informado, implementa tras cada palabra escrita.

Pero tan mal se ejerce éste periodismo que no sólo se apropia y reinscribe en las páginas del diario una operación racista que profundiza las divisiones, estigmatiza, estereotipiza y esencializa a quienes han transitado por la prisión o pertenecen a sectores marginados, sino que la imprecisión de que dicen pasa a ser un dato menor si el resultado final es la muerte de quien era o es calificado como delincuente, en todo caso, no importa; importa y alcanza con saber que era un ex convicto, como si su identidad estuviese definida sólo por su tránsito en el encierro. Y allí nuevamente las esencializaciones, la contribución a generar percepciones en torno a los sujetos que transitan, volvemos a repetir, transitan una condena en una institución de castigo como la prisión. Y si el protagonista de aquella noticia no hubiese sido Fernando Gutierrez diríamos lo mismo, pero tal vez con menos dolor, con menos cercanía, con la distancia del que observa y analiza, y no con la cercanía de quien siente que mataron a un compañero, a quien ayudo a construir espacios posibles dentro de la prisión, a quien sostuvo entre risas y aplausos la oportunidad de generar otros decires y haceres en el tránsito por la cárcel, inclusive fuera de ella; porque lo que el discurso periodístico no sabe y no se molestará en saber es que Fernando, luego de cumplir su primer condena, intento vincularse con espacios que el Estado ofrecía para capacitarse, y ese intento fue fallido porque el Estado, una vez más y como tantas otras veces, terminó expulsándolo; por no preguntarle de sus deseos, sus trayectorias, sus posibilidades, sus dificultades, por no preguntarle ni siquiera cómo se llamaba, de dónde o porqué venía. Fernando no era un ex convicto, era un periodista, un compañero persistente, alegre, con ganas de vivir, de afrontar los problemas, de sobrellevar las dificultades, como la de tener 9 balas en el cuerpo y sentir la necesidad de volver a aprender a escribir porque una de sus manos estaba casi inutilizada.

Fernando no era un ex convicto, era un coordinador de talleres culturales, un crítico, un intelectual, un pibe que quería disputarles sentidos a la cárcel y a la sociedad en su conjunto, a esos sentidos que le decían que él no iba a poder ser otra cosa que un convicto, o un ex convicto como rezan las líneas de La Capital.

Fernando no era un exconvicto, era un pibe que impulsaba el ejercicio de los Derechos Humanos a pesar del encierro, era un militante de los Derechos Humanos porque militarla es eso, ejercerlos.

Fernando no era un ex convicto, era un amigo con quien nos encontrábamos y abrazábamos en el penal, con quien compartíamos historias, un tipo al que el dolor lo acompañó durante mucho tiempo, el físico pero también el del alma, por haber perdido un hijo cerca de nacer, por haber perdido a su hermano en un accidente de tránsito, por lamentarse de su madre acompañando y visitándolo en prisión. Fernando no era un ex convicto, era un joven que tenía proyectos, sueños, ideas, ideales, amor, afecto, comprensión (cuántos querrían tenerla), encuentros, saberes, abrazos, risas, marcas, miradas, horizontes, amigos, familia; esa misma que hoy está destrozada por su desaparición física, esa misma que hoy estamos lamentando su partida pero que también lamentamos esa muerte simbólica que le imprimen las líneas del diario La Capital al hablar de Fernando como un ex convicto, asignando sobre esa etiqueta toda la negatividad posible, desconociendo quién era Fernando y con pocas intenciones de conocerlo.

Porque, en definitiva, así funciona ese discurso, estableciendo cortes y divisiones para que tengamos a quien señalar como el mal de todos los males, también para tranquilizar a ese sector de la sociedad que festeja la muerte de un pibe que no era un ex convicto, era Fernando, un amigo al que vamos a extrañar y recordar por siempre.

* La Bemba del Sur es un colectivo de talleres culturales que trabaja en la Unidad Penitenciaria Número 3 de Rosario.

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2 Lectores

  1. martin

    28/06/2016 en 13:08

    el profesionalismo de algunos periodistas da miedo. y su patetismo editorial.
    la dignidad no tiene valor.gracias fernando por tu perspectiva

    Responder

  2. Federico

    28/06/2016 en 14:03

    Excelente nota, gracias!

    Responder

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