08 Macri Lifschitz

La relación institucional entre la Nación y Santa Fe se vio “contaminada”, esta semana, por las –previsibles– tensiones políticas. Algo adelantadas, tal vez, teniendo en cuenta el lejano calendario electoral. Fue el presidente Mauricio Macri quien arrojó la primera piedra-declaración: acusó a la gestión provincial de “falta de vocación” para acordar una agenda común con el fin de trabajar juntos. “Les molesta el Frente Progresista en Santa Fe”, respondió el gobernador Miguel Lifschitz. La visualización del socialismo como posible contendiente electoral no kirchnerista en el horizonte de Cambiemos –y el doble matrimonio de la UCR con el PRO y el PS– conforman, junto a una disputa de caja por la deuda nacional con la provincia, los motivos de fondo que encendieron la pirotecnia verbal de estos días.

Los dimes y diretes son conocidos. Tuvieron copiosa difusión a través de los medios. Lifschitz se mostró “sorprendido” por los dichos de Mauricio, y retrucó que, en realidad, a Macri “de algún modo le molesta la existencia del Frente Progresista en Santa Fe”, como presunto estorbo para sus planes político.

Macri volvió a la carga un día después al señalar que “por ahí” los socialistas “se quedaron con el chip de su relación con el kirchnerismo”, razón por la cual “les cuesta trabajar en equipo”.

El gobernador de Santa Fe también le tiró con el kirchnerismo, mala palabra política de estos días, a su adversario. “Venimos de muchos años en los que se ha intentado separar al país entre los buenos si estaban en el gobierno y los malos éramos, los que pensábamos distinto. Sería malo que se repita ahora”, opinó.

Autonomía

La política de caja por votos que la Revolución de la Alegría les aplica a los gobernadores –los otrora “aplaudidores” de Cristina que ahora “dialogan” vía homebanking con la Casa Rosada de los CEO– encuentra en Santa Fe un escollo.

Junto a Córdoba –gobernada por el peronismo aliado al PRO– y a San Luis –el Estado Autónomo de los Rodríguez Saá–, son las tres provincias beneficiadas por el fallo de la Corte Suprema de Justicia, de fines del año pasado, que reintegró el 15 por ciento de coparticipación detraída a los distritos provinciales en función del financiamiento de la Ansés.

En pesos, la medida significa para Santa Fe unos 500 millones mensuales, algo así como 6 mil millones al año. En términos políticos, el Papa Noel de la Corte implicó para Lifschitz un margen de autonomía que lo desobliga de mendigar monedas al ex gerente general del Grupo Socma para llevar adelante sus planes.  Y mantener, con ese margen de maniobra, su zigzagueante política lanzamiento de buenas ondas por la apertura dialoguista con el Gobierno y de críticos dardos por la avanzada “neoliberal” que, es de suponer, colisiona con el dogma socialista.

En medio de la ideología irrumpe, como elemento irrevocablemente real, el dinero. Santa Fe le reclama los 30 mil millones que la Nación le debe, como consecuencia del fallo de la Corte, por los pesos detraídos para la Ansés mientras estuvo vigente esa norma, declarada inconstitucional por los supremos en diciembre pasado.

Cauto y componedor, Lifschitz no demanda una cancelación cash. Pero exige un plan de pago, en cómodas pero precisas cuotas. Erogaciones que, para la Casa Rosada, supondría otorgarle mayor autonomía y escuchar, tal vez con una periodicidad más asidua, esas declaraciones acerca de que el de Macri es un gobierno neoliberal. Es decir, un gobierno de y para los ricos, idea que se instala de a poco en esa masa sin forma que es la opinión pública, y que nada gusta “al mejor equipo de los últimos 50 años”.

Así, sin méritos que permitan confundirlo con un líder revolucionario, Lifschitz y el Partido Socialista logran posicionarse en el tablero político como la opción progresista a Cambiemos, que encuentra hasta ahora en los porteños tribunales de Comodoro Py el dique que contiene a su principal contendiente, el desorientado kirchnerismo.

Mientras buscan un liderazgo que los aúpe y les brinde un proyecto de poder, los peronistas con responsabilidad de gobierno operan como dóciles aspiradoras de recursos y obras provistas por el poder central, cuya centralizada liquidez aceita el tan ansiado diálogo con las provincias y las mantiene mansas.

Es decir, aprendieron repentinamente a “trabajar en equipo”, no como Lifschitz que lo tiene a su lado a Antonio Bonfatti, ese que anda diciendo esas cosas del neoliberalismo.

Revolución sin ideología

Como se va entreviendo en ese primer semestre, la alegría no posee ideología, carece de ella aun cuando sea el motivo fundante de un conato revolucionario. Pero Macri observa que en Santa Fe pervive algo de aquel vetusto motor que soliviantó la historia del siglo XX.

“Es una dura realidad que creo tiene que ver con la forma de ver la política que tiene el socialismo. Yo creo en la política en donde cada uno defiende sus ideas y la gente elige, pero al día siguiente hay que trabajar todos juntos porque la gente quiere vivir mejor y no le importa si el gobernador es de un signo, el intendente de otro y el presidente de otro”, teorizó el comandante del júbilo.

Menos duranbarbarizado que su jefe político, el referente del PRO en Santa Fe, el diputado provincial Federico Angelini, explicó que el cortocircuito entre Nación y provincia es una fútil consecuencia de, sí, “la ideología”.

“El presidente plantea el trabajo en equipo, que tiremos todos juntos en medio de una situación de mucha conflictividad. Creemos que hacer declaraciones como que están «en alerta por las políticas neoliberales que está aplicando Macri», no me parece que ayuden a trabajar en equipo”, dijo Angelini esta semana.

Para el lugarteniente local de la Revolución de la Alegría, los desencuentros se fundan en que “muchas veces, lamentablemente, la ideología, esa ideología que no ha permitido al socialismo avanzar ni un 1 por ciento en la seguridad de Santa Fe, es lo que no le permite trabajar con Cambiemos a nivel nacional”.

Doble socio

“La relación con Cambiemos tensa el vínculo entre los principales socios del Frente Progresista santafesino, la UCR y el PS. Por ahora son escarceos sin consecuencia; la relación se pondrá a prueba en 2017 cuando sea hora de armar las listas legislativas nacionales”, escribió El Eslabón en diciembre del año pasado, unos días antes de la asunción de Macri.

Sin cualidades proféticas, aquella nota titulada “La hija de la grieta”, contenía la mirada de los radicales santafesinos sobre el escenario que proponía el triunfo nacional del PRO, del que eran (y continúan siendo) aliados, la misma condición que los une al socialismo en Santa Fe mediante el instrumento electoral llamado Frente Progresista Cívico y Social.

El rol de cobrador en dos ventanillas suponía entonces –y se mantiene ahora– previsibles tironeos políticos, como los de esta semana.

“Hay dirigentes locales del PRO muy preocupados en generar fisuras al interior del FPCyS”, dijo Lifschitz al interpretar la avanzada discursiva de Macri. Que, a diferencia del socialista, tiene una Directora General de Discurso.

“De algún modo –profundizó el gobernador– les molesta la existencia del Frente Progresista en Santa Fe”.

Lifschitz aceptó que el doble rol de la UCR “es una discusión”. “Y creo que hay unos dirigentes de la provincia de Santa Fe que están muy interesados en generar fricciones entre el radicalismo y el socialismo, en plantear dudas sobre la continuidad del Frente Progresista”, abundó, sin mencionar quiénes son los ávidos de fricción, aunque no era necesario.

El temor de los socialistas no es que los radicales santafesinos se sumen a las listas de legisladores nacionales de Cambiemos en las elecciones de 2017, sino que ese entendimiento suponga el primer paso de un Pacman que arrastre a los boinas blanca al PRO en los comicios provinciales de 2019.

Ayer nomás, en las elecciones para gobernador del año pasado, Lifschitz junto al “aparato” del radicalismo se impuso por un escueto puñado de votos sobre el principal actor electoral del PRO, Miguel Del Sel. Si la UCR decidiera abandonar su condición de furgón de cola del PS, un acuerdo comicial con Cambiemos pariría un escenario poco luminoso para el actual oficialismo santafesino.

“La articulación que tenemos con el radicalismo desde hace muchos años es mucho más sólida de lo que algunos creen y trabajamos todos los días para sostener este proyecto que justamente está en el medio de esta grieta, que apunta a pensar algún camino distinto para la Argentina”, enfatizó Lifschitz.

El ex senador nacional de la UCR, Ernesto Sánz, ratificó que los radicales santafesinos irán con Cambiemos en 2017 sin que ello resquebraje el acuerdo local del Frente Progresista.

“Pareciera una contradicción pero no lo es, porque uno es un frente nacional y el otro es un frente provincial, y no podemos ser incoherentes en ese sentido”, dijo el mendocino, como prueba de las dos coherencias que mantiene el partido de Alem.

“En lo que hace al gobierno provincial, el radicalismo forma parte del Frente Progresista, tiene al vicegobernador de la provincia, a varios ministros y sostiene la marcha de ese gobierno” que, por cuestiones aparentemente ideológicas, se opone al otro gobierno que sostiene el radicalismo, el de Macri.

A pesar de que no le agrada que le tironeen la boina, el menos incómodo en ese ménage à trois es, justamente, el radicalismo. Cuya doble coherencia “que pareciera una contradicción pero no lo es” le permite pasar por las dos ventanillas y convertirse en voluntario árbitro de la pelea de sus socios.

Fuente: El Eslabón

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