El cantante de Él mató a un policía motorizado, banda platense que llegó a la portada de la revista Rolling Stone, pasó por Rosario para mostrar su versión solista y dialogó con este medio.
Un tipo sencillo y de estribillo fácil. Así es Santiago Motorizado, líder y fundador de la agrupación de la ciudad de las diagonales que debe su nombre a un subtítulo de una película de clase B (la otra alternativa que manejaban era “¿Querías un milagro John?, te presento al FBI», frase pronunciada en el film Duro de matar).
En la puerta de McNamara, boliche donde horas más tarde se presentaría como solista –teloneado por los locales de Päl Das Shutter–, el vocalista se prendió en un amable mano a mano con este periódico, en el que repasó su romance con la música y el presente de la banda que acaba de llegar a la portada de la Rolling Stone.
Tocando en la oscuridad
“Se escuchaba mucha música en casa. Tengo hermanos mayores y con lo primero que me copé fue con lo que me rebotaba de lo que escuchaban ellos. Me acuerdo por ejemplo que grababan en VHS los shows de Los Fabulosos Cadillacs en La noche del domingo de Sofovich, que era algo re bizarro. Después, mi hermano Martín escuchaba los Redondos, La Renga y Soda Stéreo; mis hermanas, The Police y Rod Stewart, y a todos nos gustaba The Cure. Es más, una vez grabé The Cure encima de un casete de Los Chalchaleros de mi viejo y cuando lo fue a poner para ducharse, y salió Robert Smith aullando, casi me mata”, cuenta entre carcajadas el cantante y bajista de Él mató.
Su padre, justamente, fue otra de sus influencias musicales. “Mi viejo también escuchaba mucho, sobre todo folclore, tangos y boleros, y tocaba la guitarra (toca, bah) en asados, cumpleaños y esas cosas”, rescata, y se descuelga con una anécdota íntima que lo marcó: “Antes de la cena, mientras mi mamá terminaba de cocinar, él se encerraba en su pieza, apagaba la luz y se ponía a tocar y a cantar. Con mi hermano nos colábamos en la oscuridad, sin que él se diera cuenta, y nos sentábamos a escucharlo. Eso era como muy intenso para mí”.
El quiebre con esa herencia musical, a este tipo simpático y bonachón, le llegaría en la adolescencia. “Primero me copé con los Ramones y Attaque 77, pero lo que me explotó la cabeza fue Embajada Boliviana, una banda platense del palo del punk rock”, rememora el cantante, y añade: “El casete se conseguía en una concesionaria de autos que trabajaba el papá del bajista y estaban hechos con fotocopia. Era una versión muy casera, ruidosa y desprolija, pero fue esa combinación lo que me volvió loco: escuchar canciones con mucha fuerza y sentimiento, y a la vez entender que estaban hechas con urgencia y con esa cosa salvaje. Eso de que no era necesario grabar en un súper estudio para que el alma de la canción esté, y que estaba hecho por pibes de la misma ciudad, nos inspiró a querer hacerlo nosotros”.
Mientras cursaba el segundo año del colegio secundario, Santiago se subió con un par de amigos –y por primera vez en su vida– a un escenario. “Fue en los viejos torneos juveniles bonaerenses. Yo me tuve que parar con el micrófono y cantar, sin ningún instrumento en la mano, y me acuerdo que tenía unos nervios bárbaros. Hasta el día de hoy no entiendo cómo lo hacía, fijate que ahora me tapo todo el tiempo con el bajo porque me sigue dando vergüenza”, confiesa este tipo que canta apretando la ñata contra el mic, y concluye: “La banda se llamaba Terapia intensiva, y tocábamos canciones nuestras”.
La aparición de la música alternativa, y sobre todo de Nirvana, le sacudió la cabeza a Santiago y sus amigos, y la cosa empezó a girar para ese lado. “No era algo intencional, pero nos copaba mucho eso de la autogestión, esa combinación de canciones que nos gustaban pero con su contexto. Nos copamos mucho con el sello El Matador, por ejemplo, y con las bandas que se movían ahí, como Pavement, Guided by Voices o Yo la tengo, que cuando vimos la foto en internet y descubrimos que era un matrimonio (¡y un gordo!) nos enamoró y nos sentimos muy identificados con eso”, suelta con una risa más que contagiosa.
Espero que vuelvas
Después de varias agrupaciones que rápidamente se separaban, Santiago estuvo casi dos años sin hacer nada con la música. Tiempos en los que “siempre era de noche”, según admite sonriendo, hasta que tras varios intentos de “ponerme las pilas con la facu (incursionó en las artes plásticas), me dieron ganas de volver a tocar y decidí que esa vez, a diferencia de las anteriores en que me sumaba a un proyecto ya armado, tenía que armar algo yo. Le mostré algunas canciones a Manu, que iba a otra escuela pero habíamos pegado onda, y su entusiasmo fue lo que me terminó de dar fuerzas”, repasa el músico, y agrega: “Empezamos a ensayar en la casa de Diegui, en el barrio Jardín, que queda en las afueras de La Plata y en el que vivimos desde siempre. La casa estaba medio abandonada así que la fuimos llenando de equipos y armamos una sala comunitaria entre varias bandas de por ahí. En ese momento tocábamos el Gato (de 107 Faunos) y Diegui (de Koyi); y después se sumaron Doctora Muerte y Gusti, que siguen hasta hoy. Ahí nació Él mató”.
A la hora de definir el estilo del ahora quinteto, su vocalista confiesa que “al principio era más guitarrero, mucha distorsión y paredes de guitarra constantes, pero eso fue cambiando”; y en cuanto a su particular manera de llenar de palabras las melodías, explica: “Nunca fui de escribir y al principio me costó muchísimo. A la distancia, las primeras letras son las que menos me gustan pero, bueno, es algo lógico y está todo bien. Cuando hubo que grabar el disco y faltaban las letras, me tuve que poner y fue como una tortura mental. Las letras representan momentos y siento que recién con Navidad de reserva (EP registrado en 2005) encontré un lugar por dónde encarar las letras. Ahí me empezó a gustar sentarme a escribir”.
Lo que más llama la atención al escuchar a esta banda platense es la repetición de estrofas. Con una melodía envolvente que parece formar una gran burbuja, el cantante martilla frases hasta que se clavan en el cerebro y uno ya no puede dejar de tararearlas. “Lo de la reiteración salió casi sin querer –dice el responsable de esa marca registrada de Él mató–. Por ahí tiene que ver con el punk, que tiene mucho de eso y letras simples, pero lo nuestro ya es exagerado y en algunos casos hay letras que tienen dos frases nomás. Es como que la música me lleva a eso, porque son de ir hacia un lugar, explotar, y después regresar al punto de partida. Y también por ese buscar que la voz sea un instrumento más, que vaya acompañando esa melodía que va y viene. El ejemplo más claro es Chica rutera, que va creciendo, explota y vuelve a empezar”, dice en referencia al tema que, en sus cuatro minutos de duración, sólo reza: “Chica rutera, espero que vuelvas”.
El hecho de haber realizado giras por el exterior, llenado salas y salido recientemente en la tapa de la versión argentina de la revista Rolling Stone, no es algo que desvele a este tipo que, evidentemente por la sencillez que desparrama, nunca se la creyó. Pero ante la consulta de el eslabón, en torno al presente de la banda, su líder lo resume –fiel a su estilo– con una de esas frases que repite a gritos y hasta el hartazgo en cada uno de sus shows: “Estamos más o menos bien”.