El escritor porteño pasó por Rosario para presentar su último libro y, en diálogo con el eslabón, reivindicó los gobiernos de Néstor y Cristina y adelantó que está realizando el guión de una película sobre Hebe de Bonafini.

Antes de dar cuenta del diálogo con el escritor Pablo Ramos, que anduvo el pasado fin de semana por Rosario, es atinado recomendar la lectura de sus libros, sobre todo la trilogía: En cinco minutos levántate María (2010), La ley de la ferocidad (2007) y El origen de la tristeza (2004). Y también se sugiere releerla a partir del último, Hasta que puedas quererte solo, donde deja el “yo literario” y escribe en una primera persona descarnada, dura con sí misma y comprensiva con los demás. Así, narra historias cuyos protagonistas son reales, si cabe el término, y con las aclaraciones que hará él: que han sido personajes de sus ficciones anteriores. Ellos están atravesados –¿condenados?, ¿perseguidos?– por adicciones al igual que su autor, son desmesurados y parecen signados por los 90 y sus peores resacas que todavía nos acosan.

Hasta que puedas… contiene doce crónicas, que remiten a los doce pasos del tratamiento de Alcohólicos Anónimos, pero no es un libro de autoayuda. Se sugiere hacer un alto en cada paso, abrir la ventana, tomar un poco de aire y continuar la lectura. Las historias angustian hasta sofocar, agitan hasta la taquicardia.

La conversación de la que se pretende dar cuenta ocurrió el domingo a la mañana, luego de que Ramos estuviera el viernes en el espacio cultural Nómade, donde sumó a su banda Analfabetos para hacer una presentación “eléctrica” del libro.

Esa noche no estaba en buena forma. Una gripe le resquebrajaba la voz, lo que obligó a que alumnos de su Taller se encargaran de leer partes de su último libro. Igual, interpretó con mucho huevo sus canciones.

La música no parece ser su recreo o el berretín de alguien que está en otra. Era su sueño de pibe y hace unos años lo retomó en un fantástico encuentro con Gabo Ferro, que se transformó en El hambre y las ganas de comer. Oda PacoMeto de prepo mis cosas adentro donde estoy latiendo pero muerto– y Hada Narcotizada, son algunos de los temas de ese disco, y Ramos los interpretó en Nómade.

Una mitología propia

El sábado, Ramos se bebió un aguacero en plena peatonal y dictó sus talleres. Al día siguiente conversamos, y lo que sigue es parte de lo que dijo.

—En la ficción se procesa lo real, pero en Hasta que puedas… das una vuelta más, porque algunos de tus personajes vuelven a lo real.

—En este libro hay personas reales que existieron en mi vida y, de alguna manera, me di el lujo o le di el gusto al lector de relacionarlas con personajes de otros libros. Algunas están muertas y nombrarlas trae todas las emociones que yo sentía. Por ejemplo, hablé de Rolando el verdadero, pero di señas de cómo nutrió al Rolando de mi ficción. En este momento, diría que se me confunde todo, lo real y la ficción. Más que personajes, uno arma una mitología propia y escribe desde ahí. Va construyendo un universo donde ya no importa lo real, porque la realidad no deja de ser una construcción.

—Esto permite hacer una arqueología de tus personajes: ir de la ficción a cómo fueron o son en realidad.

—Tranquilamente. A veces, como en Rolando, tengo que poner que esa persona existió, porque es tan increíble que la vida excede lo que yo pueda inventar. Un tipo, que la vez que conoció el mar se quiso ir enseguida de la playa para poder recordar cómo era, es tan enorme que para construir el personaje tuve que recortarlo para que fuera verosímil.

Ahora, no sé qué lecturas merece el libro; en realidad las merecen los lectores y el que quiera hacer otro tipo de lectura puede ver que La ley de la ferocidad sucede en un cachito del tiempo dentro de María; y que María ocurre dentro de La ley de la ferocidad. En El origen de la tristeza hay historias que fueron contadas desde el punto de vista del chico y en María, desde la madre. Son como mamushkas, unas adentro de otras. El tiempo no es tan lineal, es como en espiral.

La estructura del alma

—En algún momento dijiste que sos “un escritor de la clase obrera”, y también te referiste a la condición de “portavoz”…

—No es lo más feliz.

—Ya sé, pero es interesante, porque en el libro algunas personas te interpelan: “Ponete a escribir”. Hay historias que si no se cuentan se pierden…

—Hay historias que si no se cuentan no existen; porque la realidad no es historia, el relato de la realidad es la historia y a un escritor le importa más el relato, porque ordena, ubica, valora y categoriza esa realidad.

Ahora, cuando me refiero a que soy un escritor de la clase trabajadora lo digo como una condición moral de mi literatura, no ideológica. Construyo mis metáforas con herramientas, con pinzas, con grasa. Los olores son de taller. Imaginar un mundo futuro es pensar en bancos de trabajo llenos de laburantes. No es la literatura de Alan Pauls, que imagina un tipo yendo a sacar plata de la cuenta bancaria. No digo que está mal, pero a mí me aburre. Son condiciones esenciales de cada escritor; y si uno no sabe lo que es, no puede proyectar nunca una literatura verdadera.

A todo esto, ¿qué es Ramos además de sus libros y sus canciones? Genes sicilianos constructores –más lo español de la rama materna–; pibe de barrio, Sarandí, Avellaneda; varios hermanos, uno muy compinche; bares, esquinas y calle; grupo de rock, esquina, bar; Malvinas como marca generacional, la apertura democrática, el menemismo –dinero en cantidad, drogas– y la crisis de 2001; siempre el peronismo con algún breve período trosko; la escritura como salvación, talleres con Liliana Heker y Abelardo Castillo; dos hijos, el kirchnerismo que lo enamora.

Hay más, pero eso basta para entender la sensibilidad desde la que escribe. Dice saber lo que quiere. “Las estructuras de mis libros son muy pensadas. Por eso, me interesa volver a poner al frente la discusión sobre la forma, un debate que se perdió en el arte”, afirma y agrega: “Me llaman para hablar sobre literatura y mercado, o sobre el ebook. La única discusión que admito es la de la forma, y traigo la idea antigua y eterna de que el lenguaje es lo exterior de la forma literaria, es una consecuencia de la estructura del libro; y la estructura de la historia es una consecuencia de la estructura del alma de quien escribe”.

Los 90

“Y, sí. La ley de la ferocidad es la novela menemista: plata, cocaína, putas. Casi lo que planteó Miguel Del Sel”, asegura Ramos cuando se le comenta que los 90 y sus secuelas parecen ser el escenario de sus relatos.

—Persiste una racionalidad de aquellos años…

—Totalmente. Los 90 fueron, como dice la letra de Los tipitos de La ley de la ferocidad: “contaminación, escombros, drogones y ratas, lo que quedó después de que algunos ganaron mucho aquí”. Es lo que va quedando en mi barrio. Viene la papelera Sarandí, se instala, genera un bienestar en veinte manzanas a la redonda, el día que conviene más tener la guita en China dejan todo y generan lúmpenes. O sea, cuando hablan de inseguridad, no hay gente más fascista que la que habla de inseguridad. Hay que hablar de criminalización de la clase obrera. Se criminaliza a los hijos de los trabajadores, se los obliga con paco, con resentimiento, con despidos.

—A propósito de criminalización, los adictos también la padecen…

—La droga es parte del proceso de criminalización de la clase trabajadora. Una cosa es drogarse con MDMA para estar en una orgía en Punta del Este y otra es para levantar el hambre, para no pensar. Sino, nadie se drogaría con tolueno, que te rompe la cabeza. ¿Por qué es tan barato el paco, tan fácil de conseguir? Es parte de un mecanismo. Hoy, el capitalismo necesita enormes masas de gente desesperada, que hagan por nada el trabajo que nadie haría por todo el oro del mundo.

Peronismo, Cristina y Hebe

Ramos trae al peronismo como “alternativa a un capitalismo despiadado, que es el que propone Macri”. Dispara munición gruesa contra Mauricio y asume la dispersión del diálogo: “Me fui a la mierda”.

La conversación derivará en Historia de un clan, la serie de la cual fue guionista y por la que obtuvo un Martín Fierro. Precisamente, en la entrega de los premios dedicó el suyo “a los compañeros de Tiempo Argentino, a todos los compañeros que se han quedado sin trabajo y a nuestra presidenta, Cristina Fernández, que ojalá un día vuelva”. Entonces, justifica: “¿Qué querés que te diga? Tengo cincuenta años y los de Néstor y Cristina son los mejores gobiernos que viví”.

Luego, hablará de los tiempos macristas, de Francisco –“un Papa peronista”– y llegaremos a lo que había anticipado el viernes: Tristán Bauer lo convocó para realizar el guión de un filme sobre Hebe de Bonafini, aunque él trata de convencerlo de que sea una miniserie.

—¿Cómo te planteás lo de Bonafini?

—Para mí, es el personaje que mejor narra la única posición posible para sostener la voluntad política de cambio, que es la posición intransigente, la posición de “desquiciada”. Macri la definió como una “desquiciada”. Claro que sí, le mataron a los dos hijos y a la nuera. Necesita ser una desquiciada. Me la planteo desde ahí, desde el desquicio y desde la madre.

Entonces, cuenta algo más de la historia, adelanta que Rita Cortese encarnará a Hebe y que imagina un comienzo con ella a bordo del avión viajando a ver al Papa, recordando “el parto de su primer hijo, porque nadie ve a Hebe pariendo. Esa mujer parió. Tuvo un cuerpo alguna vez. Le faltan dos cuerpos a ella en su vida. No los tiene en un cementerio”.

—¿Cómo siguen tus planes?

—No sé. Tengo ganas de reescribir el Evangelio. Hace muchos años que estudio religiones, se me ocurrió un título: “El Evangelio según los otros”; y reconstruir lo que más me interesa del cristianismo como un humanismo, que es la idea del sacrificio. También tengo tres novelas empezadas y varios cuentos escritos; pero, bueno, ahora está el libro de Hebe.

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