Foto: rumbosdigital.com
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La numerosa y hitera agrupación pasó por Rosario para celebrar sus tres décadas de rock y agite.

Mi abuela Teresa estaba mirando el televisor. Apenas abrí la puerta, supe que no tenía que hablarle, hasta que ella emitiera la primera palabra. El Alzheimer  ya estaba ganado terreno, entonces sus atenciones, distracciones, opiniones, y discursos, tenían prioridad cuando una parte de esta puta enfermedad le facilitaba un espacio. En la pantalla de Crónica TV estaban Los Auténticos Decadentes haciendo Siga el baile. Cuando el video clip termina, con el “opa oh, al compás del tamboril”, Tere se da vuelta, me mira, señala el televisor y dice: “Si Alberto Castillo estuviera vivo, estaría con estos locos, cantando su canción”. Entonces recordé que mis amigos de la infancia me habían regalado en cassette el primer disco de los Deca, que poco me había interesado salvo la canción El Jorobadito, supongo que porque los estereotipos me estaban taponando el cerebro. Y la interrogué sobre el porqué de esa opinión, claro que no le expliqué que en realidad Castillo estaba presente, y que de alguna manera, los legitimaba y reforzaba en el campo de la canción popular. No valía la pena, nunca don Alzheimer le iba a dejar comprender esa explicación. Así que opté por seguirle la historia, y me contestó que son buenos y divertidos. Y que Castillo era así: loco y comprometido con la causa de ser joven. Que a los jóvenes de su época les gustaba Castillo, porque no sabían a qué parámetro respondía, y eso, sólo por definición, ya era síntoma de juventud. A los tangueros de ley, les molestaba su desfachatez y simpleza. El Castillo Punk, pensé con 16 años. Entonces tiré a la mierda todos mis prejuicios y me zambullí en el universo decadente. Y desde ese día de finales de los noventa, cuando algunas bandas estaban codificando algo a la juventud, no subestimé nunca más una canción suya. Así fue que discutí con “eruditos” sobre su posición absurda de creer que las canciones de los decadentes cumplen la sola función de hacer divertir a los roqueros ilustrados que en un casamiento no quieren bailar cumbia. Así también fue que llegué la semana pasada cuando tocaron en Rosario, con lleno total, y en el ambiente se percibía que pasaba algo. La descarga de adrenalina navegaba entre la gente mientras se sucedían las canciones que todos sabemos. Cuando había que bailar, se bailaba. Cuando hubo que poguear, se pogueó. Estaba pasando todo ahí. En la música, con los arreglos de viento en Besándote y los pasajes vocales en La prima lejana, destacando el triunfo de lo simple. En las letras, Un osito de Peluche de Taiwán, rápidamente estereotipada como una canción desgarrada de amor, confesional, cuando el protagonista claramente extraña la simpleza, la sencillez, la sensibilidad de la vida cotidiana ahogada en la pesadumbres del vértigo con el que se vive día a día en la urbe. No puede respirar, es paranoico, y necesita la calma, el silencio, la belleza y lo escueto de una cáscara de nuez en el mar. Lo del dulce de leche, debe ser porque ni siquiera para de trabajar para comer, y se sabe que el dulce de leche no lo podés andar saboreando a las corridas. Lo que necesita es volver al estado de Nirvana, y disfrutar de lo no imponente. Los Decadentes son legitimados por el público, que los asume como una banda que los divierte, pero no es eso sólo. Probablemente podemos encontrar todas las especies de los seres humanos existentes en el currículum decadente. Posiblemente resumidas en algunas pocas frases, como Un atentado a la moral. Pilotean constantemente entre la expresión máxima de la simpleza e incorrección. Son bailanta, son punk, son rock, son canción; son machistas, ventajeros, amables, moralistas, bonachones; los buenos, los malos y los feos. Las canciones que construyen, no las dejan que pasen así nomás; como si escuchar una canción de ellos funcionara del mismo modo descartable que comer un alfajor. Después de todo, llevan treinta años recorriendo escenarios. Y, por otra parte, ¿qué banda tiene dos autores tan perceptivos como Diego Demarco y Jorge Serrano?

Porque tenía razón mi abuela: Castillo tenía que estar con los Decadentes. Porque los locos, los fuera de serie, los incatalogables, son los distintos y perdurables.

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