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El murguero y cantante uruguayo presentó, en la sala Lavardén, su disco Malandra, “una versión cerebral de La Violencia”.

Malandra es un disco bien urbano y Tabaré Cardozo un cronista de la condición humana del siglo XXI. Asido a un pentagrama, sale a buscar bajo los pliegues de la vida la pasión, los ideales, el fracaso, el humor, el dolor, el amor, las certezas y todo lo contrario también.

Es murguero, músico y cantante pero podría hacer lo mismo con otros cinceles porque es un maestro en captar tormentas entre los ojos o los perros flacos que descarta el mundo. En su presentación en Rosario, la rockeó como nunca, y cuando al final también señoreó la murga, el público respondió como a un grito de júbilo. Y fue una fiesta.

Cuando un aire de cumbia trae al tema Malandra, que da nombre al disco y al espectáculo, ya se sabe de qué va la cosa y la empatía comienza con lo suyo. Pero no es la única atmósfera musical para la poesía de Cardozo en el escenario, la gente que lo sigue, y que el jueves 29 colmó la sala Lavardén, es la que disfruta de ese ensambles de géneros y conciencia.

Con el eslabón habló del acto creativo y de cómo nació su tema La Violencia, denso y arrollador como pocos, mientras el motorhome en el que viajaba, rodaba en una monótona y fría noche de la Patagonia. ¿Quién diría?, un contraluz más, como los que interpelan desde la letra de sus canciones.

–Un disco tiene voz, sonido, pero también un alma. ¿Por dónde va en este sentido Malandra?

Vamos a engancharnos en tu metáfora. Como toda alma, tiene diferentes estados del ánima, o del ánimo, o de las dos cosas. Cuando hacés un disco, ponés tu alma en juego, la de la persona que está haciendo las canciones y la de quienes las ejecutan, para que sea un puente para llegar al alma del que escucha. Se trata de eso, de tender puentes permanentemente. Lo que me inquieta, perturba, emociona, enamora, motiva o desmotiva; todo eso trato de transformarlo en canciones para comunicarme, tratando de hacer ese puente que es tan sanador y tan lindo, tanto para el que lo ejecuta como para el que lo recibe.

–¿Dónde te parás musicalmente en tu quinto trabajo de estudio?

Es un disco que atraviesa muchos géneros musicales, como casi todos los discos míos anteriores que son bastante polirrúbricos y heterogéneos, pero básicamente está parado sobre el rock y la murga. Es como un disco de murga rock o rockmurguero.

–Hablando sobre la composición, en un documental Keith Richard dijo que si se da el momento, si llega la magia, el músico es como una antena que recibe y transmite. ¿En tu caso es así?

La antena de Keith Richard debe ser como la Torre Eiffel y la mía como un alambre clavado en una papa en la azotea de la casa de mi abuelo, pero igual algo agarra. Mi abuelo con una antenita de porquería escuchó a Uruguay campeón del mundo en el 50 (risas). Como dice Charly García: “Yo sólo tengo una pobre antena”. Es un poco así, cada uno tiene su interpretación subjetiva del mundo y a través de eso hace canciones.

A mi me ha pasado de todo: hay canciones que son más cerebrales que las he pensado más, otras más emocionales y hay canciones que me fueron dictadas, como dice Richard. Una de ellas es La Violencia, que grabamos con Agarrate Catalina y No te va a gustar. Estaba en Argentina, en La Patagonia, yendo para Buenos Aires, todo el mundo durmiendo y me desperté a horas muy tempranas de la mañana habiendo soñado esa melodía y esa música, desesperado por escribirla. Y la escribí como catarata, porque era como recordar un dictado. Ahí está el ejemplo más claro de la antena, a mí nunca me había pasado algo así.

Sí me había pasado la inspiración de estar en un lugar y escuchar una palabra que me detone la creatividad, como que se enciende todo, todo se pone luminoso y tenés ese momento prolífico, el acto creativo, como una descarga de un rayo creativo. Pero sos conciente y disfrutás de eso. Lo de La Violencia me pasó durmiendo.

–Es una pieza magistral sobre la reconfiguración de la violencia urbana, la que convierte dolorosamente a los expulsados del sistema en victimarios…

Malandra es como la versión cerebral de La Violencia que me fue dictada. Lo que pasa que dicho así parece como las palabras de Charles Manson, o esos locos que dicen que son intervenidos. No creo eso, lo dictó mi subconsciente. Malandra es como la contracara, es el concepto de la empatía desarrollado, yo me pongo en tu lugar pero ponete en el mío, te entiendo que naciste en un hogar marginal, capaz que te cagaban a palos y hasta te violaron de chico, que te faltó la comida y tuviste un infierno como cuna, pero vos ponete en el mío. No me gustaría estar en ninguno de los dos casos.

–Hay canciones que hablan de una ciudad donde nadie escucha nada, o la de los doloridos y solitarios cantando a la luna, perro flaco como Brujos y Científicos…

Esa canción habla de mis colegas, los músicos incomprendidos. Esos anacoretas musicales que fueron genios pero anacrónicos a sus tiempos, entonces tal vez se recluyeron en una covacha miserable de pensión y salieron cosas hermosas, como el caso de Eduardo Mateo. Lo escribí pensando en los de mi país, pero en todos los países hay algunos. Acá Tanguito.

–En el tema Miss Universo, usas la ironía para hacer un planteo real: “Abolir el hambre y la pobreza y repartir mejor nuestra riqueza”.

-Sí. No hay nada más icónico de lo superficial que la Miss Mundo y su decálogo cuando habla de la paz mundial, de que todo el mundo tenga comida, pero ese decálogo naif debería ser el regente. Por supuesto que es difícil, y naif también es pensar que es fácil. Trato de ir a ese nudo diciendo en la canción: “Tan difícil no debe ser, ahora que lo pienso, si en la tele lo dijo ayer la Miss Universo”. Es decir, si el ícono de lo hueco es capaz de decir eso cuando la apuran en un micrófono, cómo los que tienen la sartén por el mango no son capaces de enderezar un poco la cosa y llevar un poco a la práctica eso. Es algo que me sorprendió desde pequeño.

–La última canción del disco es Tío Claudio. Mirá si como dice él un día vienen los marcianos y a la gilada ni cabida ¿Quiénes serían los marcianos hoy?

(Risas) No es metafórico, mi tío cree en los extraterrestres. Todo lo que cuenta la canción es una bitácora de vida.

–Otra bitácora de vida, como la de tu disco anterior El Zoológico en mi cabeza, con el tema Atención Francia, que enviaba cassettes a sus familiares en Europa.

¡Ahí el que empieza a hablar en la canción es mi abuelo!

–Hablando de recursos en las canciones, ¿qué utilizás?, ¿metáfora?, ¿ironía?, ¿la contradicción como estiletazo?, ¿a qué echás mano?

Mirá, yo soy como un uruguayo o un argentino que se fue a lo pampa a Estados Unidos, a vivir como exiliado económico o político, sin saber nada de gramática inglés. Y en treinta años aprendió a hablar mejor que una profesora de inglés de acá que nunca viajó. No sé si hablo mejor que la profesora, es más, estoy seguro que hablo peor, pero la comparación es en cuanto a que yo no puedo hacer un análisis literario demasiado profundo de cuáles son los mecanismos que uso. Uso cosas, intuitivamente, y el trabajo de ustedes será descubrir cómo se llaman esas cosas.

En escena

Tabaré Cardozo presentó su disco con Federico Navarro y Leonardo Carbajal, en guitarra y bajo eléctrico respectivamente; Federico Moreira, en batería, y Daniel Rosa, en teclado y acordeón. Del coro murguero que sazonó la noche participaron: Federico Marinari, Agustín Pittaluga, Eder Fructos, Alvaro Imbert, y por supuesto, sus hermanos Yamandú y Martín Cardozo, a quienes alude en el tema Tres Cabezas. La base técnica estuvo a cargo de Gerardo Barceló y Nacho Macaluse.

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