Tetris, del escritor y docente universitario, Federico Ferroggiaro (Rosario, 1976), es una novedad de la colección Confingere del sello UNR Editora, que desde agosto está en todas las librerías de la ciudad. La novela no está organizada en capítulos sino que cada unidad narrativa es presentada por una ficha de tetrominós del gran rompecabezas en el que se estructura la novela. A propósito de la temática lúdica, como señala el prólogo a cargo de Federico Coutaz, hay un guiño a la canónica Rayuela de Julio Cortázar y a su heredera natural: Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño. La diferencia entre la rayuela y el tetris es, sin dudas, que éste último no sólo es un juego de consola, el puzzle más popular de la era digital, sino que además es soviético. Ahora sí, en la novela de Ferroggiaro se da lugar el Particularismo (no es análogo pero nos recuerda al realismo visceral de Arturo Belano y Ulises Lima), un movimiento secreto transnacional que en diferentes células diseminadas por todo el mundo pretende socavar el orden de todas las cosas bajo el reinado del capitalismo en esta, su fase más decadente que se expresa, por poner ejemplos del autor, en el mascotismo, las clases turistas, las estrellas de rock y los astros del balompié, entre otros esperpentos del individualismo exacerbado y la pretensión de trascendencia.
Sus integrantes, los particularistas, son los iconoclastas de la era postmoderna, “terroristas de guante blanco” que están desperdigados por el mundo y son el blanco favorito del espionaje de todas las agencias de inteligencia de occidente. Uno de sus objetivos primordiales es destruir el prestigio de los genios y héroes modernos. “Los particularistas son los únicos hinchas del Barça que no quieren a Messi”, ejemplificó uno de los personajes, para dar con un rasgo distintivo de esta secta épica cuyo programa no se llega a conocer de modo cabal, sino a cuenta gota a lo largo de toda la novela, y a través de sus exóticos personajes.
Hay que destacar que en Tetris, que bien podría ser un policial detectivesco, hay un abrumador suministro de información, suponemos que para coquetear con el lector erudito y para burlarse de él al mismo tiempo, con un sinfín de referencias, citas y notas al pie que en su mayoría pueden ser un engaño, una trampa aduladora, un ardid borgeano, o en otras palabras, mera invención literaria.
En suma, Tetris es también un tratado sobre todas las cosas que odiamos y aceptamos del mundo en el que vivimos, una suerte de ensayo novelado, que por momentos alcanza buenos estadíos narrativos. Lo que se sostiene de principio a fin es el humor, a veces pillo, vulgar y otras socarronamente sofisticado, pero en todos los casos nos encontramos con la parodia del artista que fantaseamos ser o que creemos admirar en los otros.
Por si acaso, al final de la novela, uno de los personajes centrales –El Genio sin Obra (con cierta hermandad al Escritor Fracasado de Arlt: igual de haragán pero menos resentido)– da lugar a una clase magistral de meta literatura, una suerte de decálogo instructivo de la novela contemporánea, coral y efectista para rastrear cómo y por qué Tetris es como es y por qué perdemos si nos caen todas las fichas juntas. Y, sobre todo, por qué ganamos –o al menos seguimos jugando– cuando se hace un poco de vacío entre linea y linea.