“Asumiendo que todo acto educativo es político, es imperante problematizar contenidos, ponerlos en tensión, y tratar así de arribar a la construcción de un pensamiento crítico y debatible. Entiendo la importancia ineludible que implica enseñar los procesos emancipatorios e independentistas en América Latina a principios del siglo XIX, desde una perspectiva crítica, en función de la relevancia de los ideales políticos, posicionamientos sociales y económicos, como por ejemplo el artiguista, que fueron sesgados por parte de la historiografía argentina”, dice Salomé Márquez, profesora de Historia de la capital santafesina.

“Del oficio del docente: enseñar el pensamiento artiguista en la escuela secundaria”, fue el título de su ponencia, durante el II Congreso Académico Regional, realizado en Paysandú, del 21 al 23 de septiembre.

La docente, de 30 años, resalta que “estudiar el pensamiento artiguista y su vigencia en la actualidad, además de la postura de soberanía y unión de los pueblos latinoamericanos que manifiesta, desnaturaliza la visión única con la que se enseñan estos procesos, la del centralismo porteño”.

Salomé remarca que la tarea de divulgar el proyecto artiguista debe ser “abordada desde los postulados del maestro Paulo Freire, en función de pensar una educación liberadora”.

“Cuando reflexionamos acerca de la selección de contenidos históricos y sociales a enseñar, es inevitable y necesario plantearnos cuál es el fin y para qué se pretende darlos. Nos surgen interrogantes que nos interpelan, poniendo en juego la revisión de nuestras matrices, las elecciones tomadas, más nuestro posicionamiento ideológico, disciplinar y epistemológico”, explica.

Y afirma que “asumiendo que todo acto educativo es un acto político –como indica Paulo Freire en Pedagogía del oprimido–, es imperante repensar cuestiones centrales como la responsabilidad social, el compromiso ético y político que demandan, y la enseñanza de dichos contenidos”.

“La enseñanza implica compromiso”

En ese marco, sostiene Salomé que “el docente tiene que ser consciente de esta responsabilidad, ya que la enseñanza implica asumir compromisos que indefectiblemente son públicos, por el rol que ocupa en la sociedad”.

La joven profesora remarca: “Me centro en un contenido específico que se enmarca en el diseño curricular de la provincia de Santa Fe, dentro del Bloque dos «Modernidad de rupturas: las revoluciones», para el ciclo básico de la educación secundaria, en los segundos años. En este bloque se estudian los procesos independentistas latinoamericanos de principios de siglo XIX, principalmente las gestas emancipatorias de los territorios del ex Virreinato del Río de la Plata, incluyendo lo referido a la Banda Oriental, en relación con las diferentes amenazas portuguesas y españolas, el vínculo con Buenos Aires y las provincias del Litoral, las visiones y las tensiones que se suscitaban en función de cómo organizar el poder en territorio americano sin el yugo monárquico”. “Además –sigue la investigadora–, se propone estudiar el pensamiento artiguista por la relevancia de los ideales políticos, posicionamientos sociales y económicos, además de la postura de soberanía y unión de los pueblos latinoamericanos que manifiesta”.

También advierte que “si bien la historiografía argentina y regional han reivindicado en los últimos tiempos con más ahínco, al pensamiento artiguista, sus alcances, su vigencia, y sus aportes al presente; queda en manos del educador la opción de proponer su estudio en el aula, aun siendo tan íntima la relación de nuestra provincia con el caudillo oriental en la historia”. Salomé se pregunta: “¿Qué tarea política y pedagógica implica la enseñanza del pensamiento artiguista a estudiantes de secundario, en los tiempos que corren?; ¿qué contribuye de significativo para la construcción del pensamiento crítico y consciente de la historia enseñada?; ¿qué aportes nos brinda el pensamiento artiguista para pensar la emancipación, la independencia política, económica y social de los pueblos latinoamericanos en la actualidad?”.

Educar para transformar

La docente de historia en escuelas medias y el instituto Brown, de Santa Fe, retoma otra frase de Freire, en La educación como práctica de la libertad: “La educación verdadera es praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo”.

Sobre el peso de la histografía tradicional, remarca que no se atendió “acciones de los distintos actores sociales intervinientes”. Y agrega: “Se apartaron de vista aspectos y pensamientos revolucionarios que tenían que ver con la libertad e independencia de los pueblos de las metrópolis, ensalzando próceres que encuadraban con los ideales europeos (cuasi divinizándolos), sucesos puntuales como conflictos bélicos, así como también invisibilizando otros sujetos sociales: comunidades indígenas, (endemoniándolas en su mayoría), la comunidad afrodescendiente, e inclusive la participación de las mujeres”.

“La simplificación dirigida y planificada de la historia por las élites dominantes, fue moneda corriente al momento de hablar de estos procesos, de los ideales y de los protagonistas. La escuela fue reproductora de estas concepciones y relatos de la historia, sirviendo a los intereses dominantes”, sostiene.

Salomé también se pregunta: “¿Dónde reside la responsabilidad del educador al momento de optar por obviar o no específicamente este contenido?”. Entonces, responde: “Puntualmente el pensamiento artiguista nos plantea una postura revolucionaria para la época, donde se pone de manifiesto una batería de posicionamientos y concepciones que reivindican a los sectores más vulnerados de la sociedad, el reparto de tierras para habitar y trabajar, la organización política y económica del territorio, al igual que una idea de confederación de los pueblos latinoamericanos”.

La historiadora agrega que “estas manifestaciones históricas, que hicieron a los debates por la independencia de los territorios americanos, fueron (son) posibles de abordar desde una lógica donde los y las alumnas no sólo las comprendan en contexto, sino que les sea significativo para el hoy, que le brinde herramientas para el análisis y la intervención en la realidad”.

“La responsabilidad pedagógica de enseñar este contenido no sólo se puede analizar desde lo estrictamente disciplinar, (utilización y reconocimiento de fuentes históricas, construcción de un discurso correspondiente al contexto espacial y temporal, etc.), sino también desde el reconocimiento de los aportes que hacen las premisas propuestas por el artiguismo de tinte social, económico y político y sus posibles correlatos con la actualidad. Es aquí donde la labor de enseñar el pensamiento artiguista se vuelve política. Porque es aquí, en la relación dialéctica entre aprender y enseñar, donde la labor del docente tiene su correlato”, subraya la profesora.

“La inquietud radica no sólo en «presentar» en las aulas el régimen confederal propuesto por Artigas y el centralismo porteño, como caras de una misma moneda. Sino en entender cómo estas posturas pueden ser problematizadas y cuestionadas por la escuela, apelando a reflexionar en relación a los aportes que nos brindan para pensar el presente”, advierte.

La historia santafesina

“Estos postulados tienen que ver directamente con la historia local y regional que nos convoca. Por ejemplo: Santa Fe, al igual que las actuales provincias de Entre Ríos, Corrientes, junto con los Pueblos de las Misiones, Córdoba, y la Banda Oriental, el 29 de Junio de 1815, en Arroyo de la China, (Concepción del Uruguay, Entre Ríos), celebró el Congreso de Oriente o Congreso de los Pueblos Libres, pronunciándose la independencia de tales provincias de la corona española, y cuestionando claramente la postura especulativa porteña”, indica como ejemplo.

“Esta postura federalista –destaca– es crucial para la historia de la región porque directamente nos involucra, situando nuestra geografía, la población que habitaba y decidía en estos terrenos, como protagonistas. Pero también nos invita a pensar en una Patria más grande, una historia ya no mirada, contada y construida desde Buenos Aires, desde el centro a la periferia; una historia la cual nos demuestra, entre otras cosas, la visión de otros grupos (subalternos) que acompañaban a Artigas, en relación con ideales de libertad y emancipación. De hecho, Andrés Guazurarí (Andresito), de origen indígena guaraní, fue gobernador de los pueblos de la Misiones (hoy Misiones y Corrientes), aplicando la máxima artiguista al anunciar la primera reforma agraria de América «que los más infelices sean los más privilegiados»”.

En un intento por retomar la historia desde el presente, también reivindica “la concepción artiguista en cuanto a la distribución y el acceso a la tierra de los más necesitados, además de la idea donde la producción local debía ser promovida, al igual que la libre navegación de los ríos y la apertura de los puertos, para quebrar con el monopolio porteño”. ¿No es acaso necesario y movilizante replantearnos en las aulas estas premisas sostenidas hace casi 200 años, entendiéndolas como planteos que la sociedad argentina y latinoamericana deben aún sortear, en relación con la igualdad de derechos económicos, políticos, de género; el acceso a la tierra; la distribución de la riqueza; el respeto por las diversas culturas que coexisten en el territorio, la pobreza; la precarización laboral, entre otros?”, inquiere la investigadora.

La docente, recurre nuevamente a Freire al advertir que estas cuestiones, “caen en bolsa vacía, si, no se convierten en generadoras, en instrumentos de una transformación auténtica, global, del hombre y de la sociedad. Por eso mismo, la educación es un acto de coraje; es una práctica de la libertad dirigida hacia la realidad y por tal, es aquí donde reside el compromiso pedagógico y socio-político de todo educador en relación con los contenidos a enseñar y en relación con los estudiantes”.

La actitud crítica

Salomé admite que “los tiranos, los infelices, las tierras, los límites y las soberanías ya no son las mismas. Son otros”. Y amplía: “Por tal, entiendo importante reflexionar en torno a las premisas que propone el artiguismo. Y para no caer en prescripciones dadas, la educación debe ser el vehículo, en donde la actitud crítica sea el motor de las transformaciones, de los cambios”.

“Enseñar el pensamiento artiguista –considera profesora– parte de entender a éste como estructurante y determinante en las luchas emancipadoras de Latinoamérica. Por sus supuestos y bases, conformando un movimiento de ideas valorables no sólo para la época, sino también para los tiempos que corren. Entonces entiendo la responsabilidad que el docente de historia tiene, no sólo para analizar el proceso histórico a estudiar, sino también para construir conocimiento significativo para los estudiantes, para la sociedad, en función de este tema”.

“Insisto con la propuesta del maestro Freire, de educar para la consciencia, para la libertad. Porque mirando nuestras realidades, somos conscientes de ella, y podemos cuestionarla, criticarla y transformarla. Sino, el «estudio del pensamiento artiguista» pasaría como «un contenido más» de la materia Historia; por eso pienso importantísimo el sentar posicionamientos disciplinares e ideológicos a la hora de enseñar. Porque invita al debate crítico, a argumentar, a escuchar posturas disímiles, lo que enriquece el pensamiento y hace a la reflexión consciente, democrática y continua de nuestro contexto mediato e inmediato. Y por ende la escuela, al ser uno de los ámbitos de socialización, enseñanza y aprendizaje es el lugar proclive para el desarrollo de estos postulados”, concluye Salomé.

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