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Guns N’ Roses aterrizó en Rosario y brindó un espectáculo histórico. Poco menos de 30 mil personas disfrutaron de un show de primer nivel, sin fisuras en la organización.

La escena es la siguiente: sábado al mediodía frente al televisor, mirando el canal TVN Chile, un programa infantil llamado Cachureos. Recuerdo perfectamente que el chiste era llamarlo Cachoreos, ya que la mayoría de las canciones eran afanadas del repertorio de Carlitos Balá.

De repente un día, sigo frente al televisor con la programación del mismo canal, y comienza Sábado Taquilla. Primero un clip de Luis Miguel y después, el impacto: cuatro bandidos en un pequeño escenario tocando agresivamente una canción suave, que el conductor Jorge Aedo, anunciaba como Golpeando las puertas del cielo. Desde el nombre de la canción que tiempo después supe que era de Bob Dylan hasta la imagen y el nombre de la banda, quedaron grabadas en mi memoria instantáneamente. Pero resulta que, a pesar del pequeño club donde interpretaban esa belleza, la banda ya era muy famosa, y estaba a punto de romper todos los récords del mainstream musical. Guns and Roses. Armas y Rosas. Éramos pibes y cualquier cosa agresiva nos deleitaba. Y encima era una provocación medio Disneylandia. Perfecto para el mundo del show business, el traspaso de la niñez a la adolescencia se transitaba por el camino que indicaba la industria, algo así como un Mickey, un Pluto, un Batman Slash con la remera del caballero de la noche en la contratapa de Appetite for Destruction que fumaban, tomaban whisky y practicaban actos vandálicos por donde anduvieran. La banda del club, era la tendencia mundial. Había explotado. De borders, pasaron a ser parte del jet set en un abrir y cerrar de ojos. Y así, como el tic no alcanza al tac, en la cresta de la ola su compositor más interesante Izzy Stradlin se baja de la gira mundial, que sin embargo sostienen con un gran disco doble que estaban presentando y exitosas taquillas. Después de eso, cuando también empezábamos a conocer el otro lado de la música rock, casi todo fue cuesta abajo. Un disco de covers con fideos en la portada, luego la separación, y un Axl Rose enigmático, que amaga y gambetea constantemente con un súper disco mega demorado que cuando finalmente salió no fue ni la sombra de las esperanzas puestas en ese material. Y para colmo, si bien la marca de la banda se sostiene en las grandes ligas, las giras del cantante con otra formación no fueron tan exitosas, y mientras tanto, sus principales laderos, Duff y Slash, iban ganando prestigio con Velvet Revolver o sus carreras como solistas. Hasta hoy, que se volvieron a juntar para salir de gira sin Izzy Stradlin, claro. Y vinieron a Rosario, terminando con una sequía de shows internacionales de estadio demasiado prolongada.

Muchos de los púberes que fantaseamos con tener una camisa a cuadros y tocar el solo de Lluvia de noviembre arriba de un piano, esperábamos lo mejor de lo mejor. Que nos vuele la peluca. Y la sensación final es que, sin bien el show es de primer nivel y por momentos excelente, el impacto tiene vaivenes. La puesta, más allá del despliegue técnico en cantidad de kilos de equipos de audio, video y luces, inauditos para lo acostumbrado en Rosario, no es pedante, aunque lo pretende y logra una efectividad aún para quienes frecuentan shows internacionales en estadios y vieron mil veces volar papelitos por el aire en momentos épicos de canciones. Imponente pero nada nuevo. Las escaleras típicas de una boite de la década del ochenta ya fueron usadas reiteradas veces por muchísimas bandas con similares características, y el aporte máximo termina siendo el candil de las luces. Por ende, la sobriedad total tal vez hubiese ganado terreno, teniendo en cuenta que el fuerte del show es que son una banda impecable, tocando rock and roll con un audio increíble y pantallas que permiten ver desde cualquier espacio. Para austero era mucho, para parafernalia poco. Pero termina convenciendo. Y luego, la versión escénica de Axl. Sorprendente, ya que la última vez que vino, con la salvedad de que era otra formación de la banda y un espacio muchísimo más chico, claramente tenía el equipo al hombro y se hacía cargo, supliendo con mucha escena las falencias vocales. Superó expectativas aquella vez, y en esta oportunidad, si bien conduce el espectáculo, no parecía ser el capitán. No asume el protagonismo típico del frontman rockstar, lo que puede ser leído como un acto de sinceridad y sana actitud, o una obsolescencia potenciada por las virtudes de Slash y Duff, que la rompen toda y ganaron terreno todos estos años que Axl Rose usó el nombre de la banda para beneficio propio, más allá de las regalías.

Es injusto pedirle que corra, y cante, que de vueltas en una pierna, que sea el mismo que fue, todo lo contrario, incluso seduce y domina los espacios en los fragmentos del show en los que se lo nota mucho más tranquilo, sin demasiados actos ampulosos ni pretensiones de pendeviejo. De hecho, el pasaje que va desde la interpretación instrumental de Slash y el excelente violero Richard Fortus en Whish you were here, fusionándola con el final de Layla versión de Derek and the Dominos, sumada a November Rain, es lo más fuerte y mejor de la noche. No creo que sea casualidad que haya sido su mejor performance vocal, luego de no haber corrido durante varios minutos, tocar y cantar sentado, porque realmente lo hizo hermoso. Incluso Knockin on Heaven’s Door le siguió a este set, y se sumó a lo mejor del espectáculo que termina teniendo momentos muy buenos. Lo guiños a la cantidad de música que influye en Guns and Roses es increíble y celebrable. El bajo de Duff con el símbolo de Prince mientras lleva puesta una remera de Motorhead. La campera de Dio de Fortus, la Jam de Angie de los Stones antes de Patience, la inclusión de New Rose de The Damned y The Seeker de los Who en un set list tremendo, que termina haciendo de esta experiencia, junto a la inevitable nostalgia, una noche memorable.

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