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La depresión es una verdadera epidemia por estos días en las grandes ciudades de ambas costas de los EEUU. Los psicólogos no dan abasto. La venta de antidepresivos se disparó. Circulan consejos para intentar frenar la brecha que se profundizó en las familias tras el triunfo de Donald Trump. Las  peleas y los reproches subieron de tono. Las manifestaciones en las calles se producen a diario. Miles de ciudadanas y ciudadanos se niegan a reconocer al millonario como presidente. Son sistemáticamente reprimidos por la policía.

Mientras tanto, los brotes racistas surgen con cada vez más frecuencia en todos los rincones de ese país. Es evidente que la derecha más retrógrada, discriminadora y racista está envalentonada. Más allá de lo que efectivamente haga Trump en el futuro. Más allá de las medidas de gobierno, la victoria simbólica del racismo ya se produjo y cada racista resentido y violento se siente ahora avalado, legitimado y alentado para salir de su agujero y pasar a la acción.

Además, las primeras designaciones de Trump reafirman claramente el carácter racista y de ultraderecha de al menos una buena parte de su futuro gabinete.

El brote racista que más lugar ocupó en los medios tuvo que ver con la primera dama Michelle Obama, pero hay que verlo como apenas una pequeña muestra de lo que por estos días están padeciendo millones de afroestadounidenses, latinos e inmigrantes, que temen por su seguridad en medio de la ominosa fiesta racista que desató la victoria del magnate del flequillo dorado.

Pamela Ramsey Taylor, titular de una ONG del condado de Clay, en el estado de Virginia, una organización financiada en parte con presupuesto estatal, saludó la llegada de Melania Trump a la Casa Blanca a través del siguiente comentario en su cuenta de Facebook: “Será refrescante tener una elegante, bella y digna primera dama en la Casa Blanca. Estoy harta de ver a un chimpancé con tacones”, escribió en referencia a la actual primera dama.

Y la alcaldesa del condado, Beverly Whaling, festejó el comentario: “Acabas de hacerme el día, Pam”, escribió Whaling. Clay tiene 491 habitantes (ninguno de ellos afroamericano según un censo de 2010). La alcaldesa fue despedida. Y ya se juntaron casi 90 mil firmas para que también pierda su cargo la titular de la ONG.

Pelea encarnizada por las designaciones

Las designaciones de Trump para su gabinete van revelando de a poco, en cuentagotas, y no sin misterio, lo que se viene, que será una compleja dialéctica entre continuidades y rupturas, entre políticas de estado imperiales inamovibles y algunos cambios, que nadie sabe si serán profundos o meros maquillajes superficiales.

La pelea por los puestos es brutal, feroz, encarnizada. Por eso Trump salió a negarla. “El proceso para decidir al Gabinete y otros cargos está muy organizado. Soy el único que sabe quiénes son los finalistas”, escribió en su cuenta de Twitter tras conocerse los escándalos y las renuncias en su encrespado e inescrupuloso entorno.

El gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, y el ex congresista y ex presidente del comité de inteligencia de la Cámara, Mike Rogers, se retiraron dando fuertes portazos. Christie fue reemplazado por el vicepresidente electo, el ultraderechista y homofóbico Mike Pence, como jefe del equipo de transición; mientras que Rogers, que se encargaba de la seguridad nacional en el proceso, un tema muy espinoso, también se alejó del tan violento gallinero derechista.

Un racista, misógino y xenófobo, principal estratega de la Casa Blanca

Más allá de las muchas especulaciones y los nombres en danza hay dos cargos ya confirmados.

Steve Bannon fue nombrado como principal estratega y asesor de la Casa Blanca. Es un racista fanático. Mimado por los “supremacistas blancos” y el Ku Klux Klan, es dueño del portal de noticias Breitbart, tristemente célebre por su impronta racista, misógina, xenófoba y antisemita.

Bannon trabajó en Goldman Sachs. Luego creó una firma de inversiones, y a fines de los 90 ingresó al mundo del espectáculo en Hollywood, donde produjo películas y programas, y dirigió documentales alabando la figura del ex presidente Ronald Reagan, el Tea Party y la republicana Sarah Palin. Sus posturas son tan extremas que resultan repulsivas, incluso, para otros sectores de la ultraderecha. La cadena Bloomberg, que responde a lo más rancio de la patria financiera de Wall Street, lo calificó como “el operador político más peligroso”.

Bannon surgió del riñón de Wall Street, pero critica el elitismo del mundo financiero y su enriquecimiento extremo. También rechaza la burocracia republicana de Washington y habla de la necesidad de una “derecha alternativa”.

El otro cargo confirmado es el de Reince Priebus como jefe de Gabinete. Se lo considera un hombre de la derecha moderada. Prometió llevar a cabo una de las más reiteradas promesas de campaña de Trump: destruir los tímidos avances logrados por el presidente Barack Obama en cuanto a la universalización de un plan de salud: el Obamacare. “Voy a reemplazar el Obamacare”, prometió Priebus, como para mercantilizar todavía más la salud en EEUU.  Otro de sus objetivos del moderado será “destrozar el terrorismo islamista radical”.

Apenas fue designado Bannon, quien sonaba para hacerse cargo de la cartera de Salud, Ben Carson, se autoeyectó, temiendo por su seguridad.

Seguramente Carson vio a Bannon con una capucha blanca puntuda, como las que utilizan los integrantes del Ku Klux Klan, imaginó un ominoso árbol y temió por su seguridad. Es que Carson era el único afroestadounidense en el equipo de transición de Trump. Los antecedentes racistas del designado principal estratega de la Casa Blanca le hicieron temer lo peor, y se convirtió en uno de los tantos integrantes del equipo Trump que se fue en medio de un escándalo.

Otro racista y homofóbico, y encima en la vicepresidencia

El vicepresidente Mike Pence, ex gobernador de Indiana, es un católico convertido al evangelismo. “Es un cristiano, un conservador y un republicano, en ese orden”, es la definición que suele escucharse en Estados Unidos.

Pence lideró cruzadas anti-gay y anti-aborto, y se jacta de su apego a los valores más tradicionales de la familia, la tradición y la propiedad. En su estado, luchó para que se utilicen fondos públicos en lo que se conoce como terapia de conversión, dirigida a cambiar el comportamiento sexual de los gays. Pence cree que la homosexualidad es una enfermedad que puede curarse.

El año pasado Pence impulsó en Indiana la ley de Restauración de la Libertad Religiosa, que permitía que los comercios y restaurantes echaran de sus locales a las parejas gays invocando su fe. La norma desató enormes protestas que obligaron a rectificar la norma y aprobar una enmienda contra la discriminación.

Pence, además, votó contra el salario igualitario. No cree en la efectividad de los profilácticos. Deplora los centros de planificación familiar.

Su presencia en la fórmula atrajo el voto de evangélicos y ultraconservadores que de otra manera no hubiesen elegido al magnate, un hombre de vida demasiado disipada para la mirada de estos sectores.

Los infinitos matices de la derecha, la ultraderecha y la recontra ultraderecha se muestran muy activos por estos días de disputa encarnizada por los puestos en el futuro gabinete de Trump. Quedaron atrás las promesas y las bravuconadas de campaña. El establishment le marca la cancha. El tironeo recién comienza y ya apesta y mete miedo.

Fuente: El Eslabón

 

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